"El flamenco es, principalmente, producto del espíritu y como tal debe vivir y crecer. Habrá cambio pero, al igual que en el lenguaje y la cultura de cualquier ser viviente, será gradual", Paco de Lucía
Un aprendizaje mutuo

Noche primaveral de 1998 en la Costa Verde. Un conocido recinto de ese entonces fue el escenario para que Francisco Sánchez Gómez nos encandilara con su guitarra flamenca. Ima, la fotógrafa vasca que me acompañaba, me contaba que nunca había visto tan apasionado a Paco. Y, pues, sí que lo estaba. La concurrencia lo ovacionó cuando en la segunda tocada saludó al cajón peruano.

Y, claro, sabemos la historia del cajón, que Caitro Soto le obsequió uno y que Paco de Lucía lo hizo famoso en el ámbito flamenco. Desde entonces -como lo recordó en una entrevista antes de que volviera a Lima en octubre del año pasado- siempre lo ha reivindicado, para que quede claro el origen peruano del instrumento. Y aunque él se resistía a hacer fusiones (con el jazz, por ejemplo) sí encontraba un complemento con el cajón.

Tres horas después de ese concierto, él, sus músicos y algunos guitarristas peruanos decidieron ir a Barranco. Me avisaron, y no lo pensé. El piso privado de La Noche fue testigo de copas de vino, vasos de cerveza, cigarros. Paco estaba realmente sediento y no paraba de fumar. 

Julio Humala, coracoreño, sanmarquino, antropólogo y primera guitarra del famoso dúo Arguedas, en ese entonces coordinador de la Asociación Peruana de la Guitarra, organizó este miniencuentro. La tertulia transcurrió con elogios, historias musicales, amigos comunes. Paco contaba de su acercamiento a la música criolla peruana a través de Chabuca Granda, por lo que conocía algunos valses. Es entonces cuando Julio desenfundó su guitarra y empezó a tocar guitarra ayacuchana. Todos callaron. Paco y sus músicos casi pierden los cigarrillos de entre sus labios. Los acordes coracoreños, puquianos y huamanguinos los encandilaron ahora a ellos.

Paco se puso de pie y abrazó a Julio y lo elogió, le confesó cuán sorprendido estaba en ese momento, que no conocía la guitarra andina y empezó a hacer preguntas sobre afinaciones, notas, estilos... No se llevó una guitarra ayacuchana, pero sí una clase magistral de música andina.

En medio de la madrugada llegó Caitro, se abrazó con todos, estaba muy alegre, había tenido un par de presentaciones y brindó con los guitarristas. Ya en medio de tantos brindis confesó a alguien en un rincón: "A Paco le regalé un cajón pero también le vendí uno, al doble de su precio".

Ahora que Paco nos ha dejado, nos queda el consuelo no sólo de habernos deleitado con su arte, sino también de haber compartido con él parte de la cultura peruana.

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