#ElPerúQueQueremos

¿Ha cometido un error la oposición en Venezuela?

Una mirada a la política real de la situación sugiere que la respuesta es afirmativa. Tienen poco que ganar y mucho que perder esta semana.

Publicado: 2014-02-22

En estos días han abundado las opiniones y comentarios sobre lo que está ocurriendo en Venezuela, y con muy buena razón. La gran mayoría han sido muestras de indignación, consideraciones éticas y declaraciones de principios, ya sea a favor de los manifestantes opositores o a favor del régimen que lidera Nicolás Maduro. Y eso está muy bien, porque tales cosas son necesarias ante una situación como esta.

Pero un poco de realpolitik también lo es, porque ayuda a entender los hechos con menos apasionamiento y a vislumbrar posibles caminos de salida a la crisis. En esa línea, y a la luz de los acontecimientos, la pregunta que me hago es: ¿se han equivocado en su cálculo político los opositores con su escalada de protestas?

Para responder cabalmente harían falta dos cosas que no tenemos. La primera, más obvia, es una resolución de la crisis, algo que aún no ocurre, para poder juzgar en retrospectiva sus resultado. La segunda es un insight en las verdaderas intenciones de los grupos opositores y sus principales líderes, pues su éxito o fracaso, en última instancia, sólo puede ser evaluado en relación a lo que quisieron conseguir.

Aún así, los sucesos de las últimas semanas y el punto en el que nos encontramos ahora ofrecen varios elementos de juicio. Y la respuesta a la que apuntan es: sí, se equivocaron.

1. El 19 de febrero, al iniciarse la protesta a escala nacional, el gobierno venezolano estaba desprestigiado pero no deslegitimado. Primero Hugo Chávez y luego, con mucha más persistencia, Nicolás Maduro se ganaron su desprestigio a punta de reproducir casi en clave de farsa el guión del caudillismo latinoamericano, incluyendo su clara vocación autoritaria.

También se lo ganaron-y esto es más importante- con un manejo macroeconómico que ha bordeado con frecuencia la total irresponsabilidad y ha terminado por producir una crisis de proporciones abismales, cualesquiera sus intenciones y sus logros a nivel redistributivo (cuánta culpa tienen en esto los comerciantes y empresarios venezolanos y la “oligarquía” es un tema de debate, pero es claro que tampoco ellos están libres de polvo y paja).

Más aún, y trágicamente, la “revolución bolivariana” no ha hecho otra cosa que ahondar una de las taras históricas de la vida económica venezolana: su absoluta dependencia en la exportación de hidrocarburos, algo en lo que el chavismo no se ha diferenciado de ninguno de sus predecesores y que será, cuando se escriba finalmente su historia, la más grande de sus oportunidades perdidas.

Pero desprestigio no es lo mismo que deslegitimación. En el contexto contemporáneo, la legitimidad o ilegitimidad de un gobierno en la región es en parte formal, y a nivel formal el régimen chavista tiene varias cartas a su favor. Sobre todo, tiene a su favor la carta de haber ganado consistentemente elecciones nacionales, estatales y locales, con una única derrota realmente seria (el referéndum constitucional de 2007). De hecho, Maduro llegó a este año montado sobre la ola de dos triunfos en elecciones que la oposición misma consideró un plebiscito sobre él.

Por supuesto, los procesos electorales venezolanos no han sido perfectos, pero en ningún momento sus imperfecciones han resultado en una condena general por parte de los organismos internacionales y los observadores electorales; por el contrario, han recibido siempre calificaciones aprobatorias. En el papel (y el papel cuenta), Venezuela es una democracia.

Esto explica por ejemplo, el que Mercosur como grupo y sus países miembros de manera individual se hayan sentido cómodos expresando casi de inmediato su apoyo al régimen, y que lo continúen haciendo sin vacilaciones. O que la OEA no se haya sentido obligada a invocar la Carta Democrática Interamericana a la luz de las masivas protestas. O que, en general, incluso las reacciones de rechazo al gobierno por parte de estados menos cercanos a él hayan sido tibias hasta la timidez.

En ninguno de esos espacios, la idea de que Venezuela representa una forma de “autoritarismo competitivo” parece haber ganado consenso, y no hay suficiente margen de maniobra para respuestas más condenatorias o intervenciones más abiertas. En resumen: el régimen venezolano no está aislado, y eso le ha permitido respirar en medio de la crisis.

Aquí hay una variable de cambio: la violenta represión a los opositores en Venezuela y la criminalización de la protesta no es sólo un invento de la derecha (aunque haya habido bastante de eso), sino un hecho trágico y terrible. Si no se le pone freno, la legitimidad democrática que le queda en estos términos al gobierno de Maduro podría terminar deteriorándose del todo.

Para repetirlo: esto es a nivel formal. En política, y especialmente en política internacional, las formas cuentan. Pero no son lo único, y quizás ni siquiera lo más importante (los peruanos que vivimos bajo el régimen de Fujimori, dos veces electo, lo sabemos bien). Y las cosas más allá de la forma tampoco pintan bien para la oposición venezolana.

2. El gobierno tiene todavía un enorme respaldo popular. Por encima de lo meramente formal, la mayor fuente de legitimidad para el gobierno de Nicolás Maduro, como lo fue para Hugo Chávez, es el respaldo de muy amplios sectores de la población al “proceso” bolivariano, expresado no sólo en la historia de triunfos electorales mencionada líneas arriba, sino en la crucial voluntad de movilización de los distintos grupos organizados y alineados detrás del chavismo.

Este ha sido en efecto uno de los huesos más duros de roer para la oposición venezolana al menos desde 2002, tras el fallido golpe de estado de ese año. La radicalización del régimen a partir de ese punto fue también una radicalización de sus bases, desde los núcleos más duros hasta las esferas más externas de apoyo social. Y la correlación de esas fuerzas se ha mantenido básicamente igual por más de una década, con el país dividido políticamente en dos sin espacio para movimientos intermedios, o de “centro”.

En este contexto, los incentivos para ambas partes han sido siempre los de la polarización, y la crisis de los últimos días es una consecuencia de ello. En realidad, esta es una historia ya conocida por los venezolanos, pues ha sucedido antes casi con el mismo libreto.

Estratégicamente, es difícil saber a dónde querían ir los grupos opositores con la escalada de protestas en un momento en el que la situación económica y social (especialmente en temas de seguridad ciudadana) se le estaba escapando de las manos al gobierno pero no había terminado de deteriorarse. En Venezuela, en todo caso, un enfrentamiento frontal PSUV de Maduro es un enfrentamiento frontal con el estado, y ese terreno la oposición lleva todas las de perder, por dos razones fundamentales.

3. La primera de ellas es esta: La cúpula opositora está dividida. Las imágenes de las masivas protestas de estos días pueden haber dado hacia afuera tanto como hacia adentro la impresión de un movimiento unido en sus objetivos y sus demandas, pero la verdad es que las largas divisiones internas de la oposición venezolana no han dejado de manifestarse con claridad, para quien haya querido verlas. De hecho, es probable que una de las motivaciones para la escalada de protestas tras los fracasos electorales del año pasado haya sido precisamente esa división, con un elemento de lucha por el liderazgo entre los ingredientes.

Las protestas de las dos últimas semanas le han dado el protagonismo a dos figuras mediáticas del ala más radical del conglomerado de oposición, Leopoldo López (activo promotor del golpe de 2002 como alcalde de Chacao) y, en menor medida, María Corina Machado. López y Machado desplazaron por algún tiempo a Henrique Capriles como figuras centrales de la resistencia al chavismo.

El problema es que los proyectos de estos dos sectores de la oposición (y no son los únicos) no parecen ser enteramente compatibles. No es casualidad que inmediatamente tras la entrega de López a las autoridades para enfrentar cargos de agitación y hasta terrorismo, Capriles haya saltado de nuevo las primeras planas con un discurso que pide lo que para el contexto debe verse como moderación. López y Machado pasaron las dos últimas semanas atizando las brasas del enfrentamiento y agitaron sobre todo la bandera de lo que llaman “la salida”: una dimisión completa del gobierno. El jueves, dos días después del encarcelamiento de López, Capriles ya aparecía en los medios retrocediendo de ese reclamo y pidiendo más bien alguna forma de diálogo.

Así, “la salida” va dejando de ser la plataforma principal de las protestas, y es posible que con ello la fisura entre radicales y moderados vuelva a ser lo que define a la oposición, truncando sus expectativas. Lo dicho: una historia que los venezolanos ya conocen.

4. La oposición no tiene una alternativa constitucional. Esta es la segunda razón por la cual los opositores llevan todas las de perder en esta coyuntura. López y muchos de sus seguidores han reclamado intensamente “la salida”, pero ninguno de ellos ha explicado nunca cuál podría ser la mecánica para que se produzca. Y sin esa explicación, las acusaciones de golpismo lanzadas en su contra por Maduro y sus voceros adquieren considerable verosimilitud.

La constitución venezolana prevé la convocatoria por presión popular a un referéndum revocatorio. De hecho, esa también es una experiencia ya vivida por Venezuela: en 2004, la Coordinadora Democrática que entonces aglutinaba a los grupos de oposición logró recolectar las firmas necesarias, y una vez realizados los conteos Hugo Chávez fue ratificado en su cargo. (Los opositores consideraron esos comicios fraudulentos, pero los observadores internacionales, cuya presencia la propia CD había solicitado, validaron su legitimidad).

El problema es que, constitucionalmente, ese tipo de referéndum sólo puede realizarse después de la mitad del período presidencial, que en el caso de Nicolás Maduro se ubica en el año 2016. El propio Maduro ha desafiado a quienes exigen su renuncia a recolectar firmas para ese año, confiado seguramente en su control, mayor aún que el de Chávez, sobre los organismos electorales y su capacidad de presión sobre los medios.

Al salirse de ese esquema, quienes piden “la salida” están pidiendo necesariamente una alternativa extraconstitucional, cuya forma en realidad sólo podría asemejarse a un golpe de estado.

Pero, ¿a quién exactamente se está llamando, en la Venezuela de hoy, para propiciar “la salida”? Más allá de la dificultad de legitimar un golpe de estado en el contexto latinoamericano actual (otra historia que los Venezolanos conocen por experiencia), lo cierto es que no hay ningún sector político con poder efectivo dispuesto a hacer esa jugada, aunque haya sectores financieros, políticos o internacionales que la ven con buenos ojos.

El candidato más obvio para llevar adelante “la salida” en esos términos es el ejército, viejo factótum de los intereses golpistas en América Latina. Pero ningún observador ha notado fisuras al interior de las fuerzas armadas venezolanas, o entre sectores de estas y el gobierno (como sí fue el caso en 2002). Más bien, lo que se nota es lo contrario: Maduro, como Chávez antes que él, se ha cuidado de proveer sinecuras y beneficios a los altos oficiales y a las instituciones, y ha gobernado hasta ahora con su pleno apoyo.

Más aún, el oficialismo ha generado un ejército paralelo con partidarios radicales, bien armados y bien entrenados, que puede actuar como una fuerza de choque de emergencia en su defensa y constituye sin duda un elemento disuasorio considerable para cualquier golpista.

En otras palabras, esa también es una batalla que la oposición no podía ganar, incluso si uno obvia las consideraciones sobre su legitimidad.

Así, pues, aunque el escenario no está completamente definido y muchas variables podrían aún cambiar el curso de la crisis, parece factible anticipar que esta nueva escalada de protestas opositoras terminará repitiendo lo que ha sido su historia hasta ahora y la devolverá a un punto muy parecido al de su inicio. 

Salvo un deus ex machina por ahora imprevisible, tipo invasión externa declarada o un putsch del que no ha habido señales, o el deterioro de la situación hasta la completa anarquía y el descontrol de los grupos armados activos en estos días (de ambos bandos), todo parece indicar que para “la salida” que reclaman, los opositores venezolanos deberán esperar todavía a una mayor desarticulación interna del régimen y sus estructuras. Y su espera será larga.

Toda la cobertura de La Mula sobre la crisis venezolana, aquí.


Escrito por

Jorge Frisancho

Escrito al margen


Publicado en

Redacción mulera

Aquí se publican las noticias del equipo de redacción de @lamula, que también se encarga de difundir las mejores notas de la comunidad.