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Por qué soy ateo

Tres razones para descreer, porque siempre vale la pena repetirlas.

Publicado: 2014-02-16


Cuando me preguntan por qué soy ateo, suelo responder: porque Dios no existe.

Esta respuesta, obviamente, no pasa de ser una boutade. No es un argumento diseñado para convencer a nadie, cosa que la experiencia me ha demostrado imposible cuando se trata de estos temas. Para ser sincero, la inexistencia de la divinidad me parece evidente, sin necesidad de mayor argumentación, pero entiendo que a quienes piensan o sienten lo contrario su posición les parece tan demostrada como a mí la mía, y desde ese lugar de pleno convencimiento casi no hay diálogo posible.

Pero la verdad es que tengo otras razones para el ateísmo. No son originales (otros han pensado lo mismo antes que yo, y lo han expresado con mayor elocuencia). Tampoco espero con ellas cambiar la opinión de nadie. Pero hoy que es domingo quiero exponerlas aquí con brevedad, porque hay cosas que merecen repetirse aunque ya se sepan.

En primer lugar, me parece que la religión no contribuye al conocimiento; por el contrario, lo obstaculiza.

Algunos defensores de la religiosidad arguyen que la razón humana (y su modelo contemporáneo más prestigioso, el pensamiento científico) no ha llegado a descubrir y explicar la realidad por completo. Dicen que aún le quedan misterios, y que siempre le quedarán. La primera de estas afirmaciones es cierta e incontrovertible. La segunda es probable pero se puede discutir. Pero ninguna de ellas importa: lo cierto es que aún cuando a la ciencia le falta aún mucho camino por recorrer, es ella la que mejor recorre ese camino. La ciencia no lo ha explicado todo sobre el mundo. Pero ha explicado mucho. Y, especialmente, ha explicado mucho más que la religión.

Otra manera de decir lo mismo es esta: en un universo que a primera vista aparece como profundamente misterioso, todos los misterios que sí han sido resueltos, han sido resueltos por la vía de la racionalidad. Absolutamente todos, sin ninguna excepción. Nada de lo que era inexplicado y dejó de serlo lo hizo jamás gracias al pensamiento mágico, a la religiosidad o a cualquier otro recurso a lo sobrenatural.

Y es que la religión impone precisamente eso, un recurso a lo sobrenatural que no está en absoluto justificado por los hechos. Y en el proceso vuelve a convertir en “misterios” muchas cosas que hace tiempo han dejado de serlo -cosas que se saben, como dice la expresión, “a ciencia cierta”- y esa, no es nada más que una forma voluntaria de la ignorancia. Aunque quiera llamarse otra cosa.

En segundo lugar, me parece que la religión no contribuye a hacer más morales o más éticas a las personas. Al contrario, a veces más bien las vuelve ciegas a los que deberían ser sus compromisos morales, pues las obliga a mirar el mundo desde una perspectiva excluyente y a adoptar una posición de superioridad con respecto a quien no comparte sus creencias.

No estoy diciendo que todos los creyentes, de cualquier religión, se comporten de esa manera. No lo hacen. Hay de todo en todas partes. Pero ese es precisamente el punto: ser religioso no parece contribuir de manera especial a que las personas se comporten de maneras más éticas o morales, y a uno no le queda más que preguntarse por qué es que en tantas sociedades (la nuestra incluida) ha sido tan fácil, y lo sigue siendo, confundir religiosidad con moralidad.

Porque, a fin de cuentas, ninguno de los preceptos que las religiones ofrecen a sus creyentes requiere realmente de una justificación sobrenatural. (Estoy hablando aquí de los preceptos más valiosos, tipo “no matarás”, no de los más deleznables, tipo “no comerás carne los viernes”). A todos es ellos es posible arribar desde una perspectiva naturalista, que no imponga explicaciones innecesarias a otros aspectos de la vida. Y que no dependa, además, de la infantilización de las personas mediante la amenaza de un castigo futuro o de su sumisión a la autoridad establecida.

Es decir, la verdadera moral y la verdadera ética no necesitan el pensamiento religioso. Muchas personas entienden su religión de maneras que son, en efecto, noblemente éticas y morales. Pero tengo la sospecha de que esas mismas personas adoptarían los mismo principios aún si no fueran religiosas. Porque, independientemente de lo que crean o dejen de creer, lo suyo es una bondad y una virtud humanas, que nada tienen que ver con la fe.

Por último, me parece también que no es cierto que las religiones contribuyan a una mayor solidaridad de los grupos humanos, y con ello a darle estabilidad a las sociedades. Ese es otro argumento que uno escucha con frecuencia a favor de la religión. Más bien, las religiones han tendido históricamente a dividir a las personas en grupos definidos por sus creencias, y han insistido en numerosas ocasiones en volver cruentas esas divisiones.

Por supuesto, todo depende de lo que uno defina como “el grupo” que está siendo consolidado de esa manera. Es verdad que el sentimiento religioso le da cohesión a algunas comunidades. Es verdad también que la identificación religiosa ha contribuido a afiatar los estados nacionales, muchos de los cuales se han definido a lo largo de su historia (aunque hoy lo hagan menos) al menos parcialmente en esos términos.

Pero esas definiciones son espúreas, si uno las piensa un poco. Son, en todo caso, circulares, y no definen nada en realidad. La solidaridad que uno debería desear es aquella que identifica a todos los seres humanos unos con otros, los ayuda a respetarse mutuamente y a responder a sus necesidades compartidas. No la solidaridad interna de una secta o de un grupo excluyente, por grande que sea. Las evidencias de la historia demuestran en abundancia que esa segunda forma de solidaridad suele ser más nociva que benéfica.

Estas son tres razones para ser ateo, entonces. Como decía, no son originales ni espero convencer a nadie, pero sí me parece importante repetirlas de cuando en cuando. Quizás, habrá que confesarlo, como quien realiza un pequeño ritual.


Escrito por

Jorge Frisancho

Escrito al margen


Publicado en

Redacción mulera

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