Más que viejas cartas amarillas
Subastan cartas que pintor Lucian Freud escribió a su novia cuando era muy joven: ¿qué significados encierra la necesidad de adquirirlas?
1.
Hace unos días, la empresa de subastas Sotheby's de Londres anunció que pondría a la venta un grupo de once cartas dirigidas por el pintor británico Lucian Freud (1922-2011) a quien fuera su primera novia, Felicity Hellaby, además de tres dibujos del pintor.
De acuerdo a lo señalado por Oliver Barker, Especialista Internacional de Arte Contemporáneo de Sotheby's, en dichas cartas: “no vemos el maestro establecido que hemos llegado a conocer, sino a un joven adolescente que escribe a su novia, a un joven artista que busca su camino a la grandeza.”
Hoy se reveló que fueron adquiridas por más de 150 mil euros, una cifra superior a lo esperado, ya que el precio estimado inicialmente era entre 3 y 6 mil euros.
Felicity fue compañera de estudios de Freud y sostuvo una relación con él desde los 16 años. Las cartas, llamativas por las ilustraciones que acompañan sus textos y por el uso de una caligrafía irregular, fueron escritas cuando Lucian tenía tan solo 21 años, durante la década del cuarenta.
Inmersos en medio de la Segunda Guerra Mundial, el joven Lucian describe a través de ellas escenas de la vida cotidiana, así como el proceso de formación que atraviesa como el artista incipiente que era en ese momento.
2.
Comprendo al comprador de las cartas. Sea de la clase de comprador que sea. Porque puede tratarse de alguien interesado por aspectos meramente comerciales, que lleva a cabo la adquisición por una cuestión estratégica, que combina cálculo y expectativas, y mantiene la esperanza de que más adelante el material le sea útil y le permita obtener una ganancia mayor a la invertida.
Pero también puede ser alguien fetichista, un coleccionista apasionado, uno que desea —aunque ello implique que desembolse cantidades a veces exorbitantes— adueñarse de un objeto de su artista preferido por el solo hecho de verse tocado, o eso es lo que cree, por el aura inextinguible de la creatividad.
Comprendo al comprador de las cartas, porque ha divisado un vacío —comercial o espiritual— y tiene la convicción de que con todas esas delicadas piezas —apenas unos amarillentos papeles con tinta— podrá cubrirlo.
3.
Pero no comprendo a Felicity, la poseedora de las cartas y posterior vendedora.
Plantear los por qué de su actitud de desembarazarse de las cartas que le escribió alguien que alguna vez la quiso, alguien que, con el pasar de los años, se convirtió en un artista referencial, sería vano.
Son múltiples, diversos y subordinados a variables imposibles de conocer ahora mismo.
Entonces, solo me queda centrarme en el hecho en sí: ¿Solo porque fue Lucian Freud el autor de esas cartas —con todo lo que concierne que haya sido quien fue— amerita que se conviertan en mercancía de intercambio?
4.
¿Es por la posibilidad de ver al artista fuera de la galería, en la intimidad?
Esto me lleva a pensar que el comprador —y probablemente el resto de pretendientes que debió asistir a la subasta— creyó que el trazo escapado del pulso de Freud era más valioso, ¿más genuino?, porque fue realizado, no para una obra que terminaría siendo expuesta en una galería, sino como un canal de comunicación establecido en una única dirección: Felicity.
¿O tal vez porque esos dibujos y esas letras —siguiendo con el presumible pensamiento que tendría el comprador— revelarían, a través del “descuido” en su ejecución, al ser humano falible que habitaba al interior del artista?
Paradoja: apropiarse del "talismán", del "objeto sagrado", para descubrir que en verdad le perteneció a un mortal más, como uno mismo.
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Literatura. Historia. Arte. Lima. Y también dibujo ciudades en mis ratos libres. @dinamodelima
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