Por el camino del viejo Hem
Los cuentos de Nick Adams
De la totalidad de los cuentos de Hemingway reunidos en un volumen titulado The First Forty-Nine Stories (Los primeros cuarentaineve cuentos) quiero hablar de los cuentos que versan sobre Nick Adams, personaje que aparece en al menos diez cuentos que abordan las etapas de su vida desde su temprana infancia, acompañando siempre a su padre, hasta su adultez, llevando ahora él a su hijo a realizar los rituales iniciáticos de lo que significa «hacerse hombre».
Es interesante como el espacio-entorno determina el comportamiento en estos cuentos. El hombre que describe Hemingway está íntimamente vinculado a la naturaleza y hasta cierto punto en oposición a la ciudad. Desarrolla las competencias necesarias no para «modelar» la naturaleza, sino para vivir en armonía con ella; tomando lo necesario de esta, desarrollando actividades como la pesca y la caza. Ese es el mundo que Nick ha heredado de su padre, es el mundo que conoce y que le interesa; al menos mientras está con él. Después de los quince años Nick empezará a viajar, a conocer ciudades y países que su padre nunca podrá imaginar y la confrontación con este mundo resquebrajará su relación con su padre, la cual solo se restablecerá después de muerto el padre, y a través del hijo de Nick, quien le pedirá a este llevarlo a la tumba de su abuelo.
Leer los cuentos sobre Nick Adams es un ejercicio de elaboración de una biografía fragmentada que se ocupa en detalle de los sucesos imprescindibles en la constitución de la identidad del hombre de quien se habla: infancia, adolescencia, primeros amores, el horror de la guerra, la soledad total y ese constante intento por hallar un lugar en el mundo ―«su lugar»―, hacen de Nick Adams no solo el alter ego de Hemingway, sino el paradigma del hombre, cuyo único propósito parece develarse expresamente en el primer cuento de la serie («Campamento indio») y en el último («Padres e hijos»), como la noción de trascendencia y eternidad consabida a la perpetuación del nombre, o segundo nombre, y todo lo que esto conlleva: la identidad. El padre, una y otra vez cede su lugar al hijo para que este lo sobreviva, y de este modo pueda mantener el perfecto equilibrio de la vida.
En cuentos como «Campamento indio» o «El médico y su mujer», el pequeño Nick Adams descubre los primeros códigos que regirán su vida. En el primero, la noción de la vida y la muerte se unen indisolublemente en una repetición cíclica, pues mientras el padre de Nick, quien ha llegado al campamento indio para asistir un parto («Escúchame. Lo que está haciendo ahora es lo que se llama estar de parto. El bebé quiere nacer y ella quiere que nazca. Todos sus músculos intentan que el bebé nazca»; le dice su padre a Nick), logra su cometido, en ese preciso instante, el padre del recién nacido acaba de quitarse la vida. El médico, al ser cuestionado por su hijo acerca de las razones del suicidio esboza una respuesta aparentemente insuficiente que propicia un diálogo en el cual se plantea una visión del mundo: Los hombres traen y pueden propiciarse la muerte; mientras las mujeres dan la vida:
―¿Por qué se mató ese hombre, papá?
―No lo sé, Nick. Supongo que no lo podía aguantar más.
―¿Se matan muchos hombres, papá?
―No muchos, Nick.
―¿Y muchas mujeres?
―Casi ninguna.
El cuento termina con la descripción del retorno del médico y su hijo del campamento indio, y la sentencia: «Tan de mañana, en el lago, sentado en la proa de aquel bote, mientras su padre remaba, [Nick] tuvo la seguridad de que nunca moriría». Esta última frase plantea una doble lectura: Nick tuvo la seguridad de que él nunca moriría, o Nick tuvo la seguridad de que su padre nunca moriría; pues la vida, como el bebé queriendo ser se impone con gritos y golpes sobre la muerte: la vida siempre es más.
Pero, si la mujer es dadora de vida; sin embargo también, en algunas ocasiones, propicia la muerte; aunque no de un modo concreto sino más bien simbólico, al ser la figura que representa lo coercitivo, la medianía que permite que una vida se viva en piloto automático (esta noción de la mujer castradora, y más bien del concepto de la vida en pareja, se reafirmará en cuentos como «El fin de algo» y «El vendaval de tres días» y otros cuentos de la juventud de Nick Adams), reprimiendo, evitando y condenando la «acción» (cualquiera sea; propia del hombre; ya se sabe: el hombre «hace», «actúa») con frases como aquella que la madre de Nick le espeta a su marido en «El médico y su mujer»: «Recuerda, quien domina su espíritu es más grande que quien conquista una ciudad». Hacia el final del cuento esta, después de la conversación ―casi monólogo, pues su marido le responde con monosílabos o con desgano― con su marido le pide a este, quien está saliendo de caza, que le diga a Nick: «que su madre quiere verle»; el padre así lo hace, pero Nick le responde que prefiere ir con él a cazar y este accede. De este modo se establece una premisa fundamental en torno a la manera cómo los hombres desarrollan su identidad: fuera de la casa (la madre está dentro, la madre es represión, inacción) y bajo la interacción con otros hombres en quienes estos se miran como ante un espejo. El espacio destinado a las relaciones femeninas* está circunscrito al entorno reservado de la casa, de lo privado (como la casera metiche de Ole Anderson en «Los asesinos»); mientras que la masculinidad necesita por oposición de cierta exterioridad, en los cuentos de Hemingway simbolizada por la caza, la pesca, el mundo agreste; heredados del padre, que es quien estructura el mundo.
En «El fin de algo» y «El vendaval de tres días» el amor, representado por la figura de Marjorie, es retratado como pasividad, quietud, no-movimiento: tedio. En el primer cuento una tarde de pesca propicia la separación de los amantes, resumida en la declaración lacónica de Nick: «Ya no es divertido». Es interesante ver que los comportamientos que ya no resultan divertidos a Nick son precisamente aquellos que encuentra fascinantes en su padre y otros hombres; después de todo Marjorie «lo sabe todo» en relación a la pesca, e incluso a la caza; Nick le «ha enseñado todo». Entonces, ¿por qué ya no es divertido? ¿Por qué resulta «como si todo se hubiera ido al infierno» al interior de Nick? La respuesta, si no queda claro, se devela en «El vendaval de tres días»: Nick y su amigo Bill están en una cabaña en el bosque, pasan el rato antes de salir a cazar. Beben whisky con agua y hablan del tiempo (el vendaval que se aproxima), de beisbol, de literatura, incluso de lo «horroroso» que sería vivir en la ciudad; a pesar de la literatura y del beisbol. Poco a poco, a medida que el alcohol va haciendo efecto, los temas de la conversación van adquiriendo cierta profundidad; ya no pasan el rato: hablan. De pronto, Bill sentencia: «Eres muy sabio». «¿A qué te refieres?», pregunta Nick. «Por haber roto con Marge [Marjorie][…] Era lo que había que hacer. De lo contrario ahora estarías en casa reuniendo dinero suficiente para casarte […] Un hombre, en cuanto se casa, está jodido del todo […] De haber seguido por ese camino no estaríamos aquí». Todo es cierto, pero lo que le importa a Nick es que ya no está con Marjorie, la ha perdido. Bill, sin embargo, señala: «Podrías estar con ella nuevamente si así lo quisieras». Esa posibilidad devuelve a Nick la alegría. De pronto todo deja de preocuparle y decide salir a cazar. Afuera, nada de lo que hablaron importa, de hecho lo hablado queda resguardado en la cabaña, en los efectos del alcohol; ahora, afuera, se siente en libertad plena; después de todo ya «todo se había resuelto». El elemento que determina la tensión en estos dos cuentos es la inversión de ciertos patrones correspondientes a un ámbito único, Marjorie en el río pescando; Nick en una cabaña hablando de sus sentimientos, sin hablar.
En cuentos como «El belicoso», «A campo traviesa por la nieve» y «Los asesinos», Nick Adams empieza a conocer la maldad; en «Los asesinos», por ejemplo la dinámica que se plantea es la de un mundo regido por reglas no negociables: todo está determinado y nadie puede cambiarlo. Dos hombres entran a una cafetería a esperar que llegue Ole Anderson, un ex boxeador a quien van a matar. Ole suele ir a esa cafetería todos los días a la misma hora (6:00 pm), pero llegada la hora no ha aparecido, así que los dos hombres, un tanto nerviosos, toman de rehén al gerente y al cocinero y utilizan al joven Nick como carnada. Antes le preguntan su nombre, y este se presenta como Adams simplemente. Es interesante que ante el estrés producido por la increpación de estos dos hombres el joven recurra a presentarse bajo el nombre del padre (el apellido) y de este modo, inconsciente o conscientemente, falsee su identidad, o se apropie de aquella que siempre estuvo reservada para él. Se está protegiendo; al envestirse con el nombre del padre, deja de ser un chiquillo para asumir el lugar del hombre que se espera que sea; la situación se plantea de ese modo, y él responde. Al no poder cumplir su cometido, los hombres se retiran como llegaron y Nick va a darle aviso a Ole, quien le agradece y le dice que no puede hacer sino esperar a que suceda lo que debe suceder. Nick no comprende esto y decide irse del pueblo.
Los dos siguientes cuentos se desarrollan en y pos guerra, se trata de «Tal como nunca serás» y «El río grande de dos corazones». El socio-biólogo Lionel Tiger (1969), sostiene que la real hombría que subyace en el compromiso y en la guerra, se manifiesta ante «fenómenos duros y difíciles». En estos dos cuentos, la atrocidad de la guerra es tan sobrecogedora que no puede ser descrita; solo se refleja en la exteriorización sutil de las tensiones internas que atraviesan al sujeto fragmentado que como producto de la guerra se encuentra mutilado física o, como en el caso de Nick, sobre todo espiritual y psíquicamente. En «El río grande de dos corazones», lo que parece ser la minuciosa descripción de un día de pesca da pie es en realidad la descripción de un ritual que Nick lleva a cabo contra la muerte, tratando de encontrar sentido a algo, lo que sea, ya que todos los sentidos han sido borrados por la guerra. Nick es un excombatiente que regresa al hogar, pero el hogar fue consumido por el fuego un año antes: no hay hogar posible al cual volver para reconstituirse, para pegar sus pedazos. El pueblo también se ha perdido. Al hombre solo le queda internarse en el bosque, una clara alusión al inconsciente de Nick, para reconectarse con su identidad más profunda, incluso básica si se quiere: el cazador, el pescador. Lo pre-moderno incluso, ya que la modernidad es sinónimo de muerte.
Todos los valores enumerados a lo largo de estos relatos se afianzan o re-encauzan y articulan en aquel que cierra (dejando abierto el final posible, como en los mejores cuentos de Hemingway) la historia de Nick Adams; me refiero a «Padres e hijos» donde a sus treintaiocho años, nuestro personaje es un hombre viejo, en tanto acabado, que como cualquier viejo habla solo (Nick habla solo, pero introspectivamente; habla consigo mismo; después recordemos que se trata de Hemingway) esperando ser escuchado por Dios, o siquiera por un simple hombre. Y alguien escucha; se trata de su hijo quien despierta, o acaso rompe su silencio para preguntar:
―Papá, háblame de cuando eras niño e ibas a cazar con los indios.
―No me acuerdo ―Nick se sobresaltó. Ni se había dado cuenta de que el niño estaba despierto. Lo miró, sentado junto a él. Se preguntó por cuánto tiempo―. Nos pasábamos el día fuera cazando ardillas negras ―dijo―. Mi padre solo me daba tres cartuchos al día porque decía que eso me enseñaría a cazar, y que no era bueno para un muchacho ir por ahí pegando tiros.
La pregunta del hijo restaura la linealidad del relato, el relato superficial es el mismo que se desarrolla hacia el interior, Hemingway/Nick Adams acaba de descubrirlo: la historia del hombre es la historia del padre enseñándole como ser hombre al hijo una y otra vez.
* Y todas las que estas implican, y que se resumen en el concepto de no-acción. Aunque a veces la mujer también puede «actuar» haciendo uso de su sexualidad. Aunque claro, las mujeres retratadas de este modo; es decir en el empoderamiento de su sexualidad, son mujeres no occidentales, como las novias indias de Nick: Prudence en el cuento «Diez indios», cuya traición es develada por el padre de Nick: «Vi a tu novia Prudie […] Estaba en el bosque con Frank Washburn […] Los oí retozar por ahí»; o Trudy, en «Padres e hijos», que es recordada por Nick como una mujer libre, excitante: «[…] la primera en hacer lo que nadie ha hecho nunca mejor y mencionar sus piernas morenas y rollizas, su vientre plano, sus pechos pequeños y duros, aquellos brazos que sujetaban fuerte, una lengua rápida y escrutadora, los ojos planos, el sabor agradable de la boca, y luego la sensación incómoda, tensa, dulce, húmeda, deliciosa, tensa, dolorosa, plena, final, interminable, de nunca acabar, que no acabará nunca […]».
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