Era un hombre de ojos pequeños y achinados escondidos detrás de unos lentes con fondo de botella y un cabello negrísimo con un mechón siempre invadiéndole la frente, el que se presentaba delante de los médicos poco tiempo después de que el calvario comenzara.  

En ese entonces, Oscar Colchado Lucio tenía 62 años y una destacada carrera como escritor. Decenas de libros publicados, premios y lectores fieles. Pero ante el dolor se impacientaba. Los médicos solían tranquilizarlo: “El dolor pasará en unos meses, señor Colchado. No se preocupe”. Y le recetaban como repitiendo el abecedario un cóctel de analgésicos.  

Un herpes zóster le había dejado una neuralgia como un recuerdo malévolo a la altura del bíceps izquierdo. 

El dolor de una neuralgia equivale a un electrochoque que se irradia por la ruta del nervio. Comparativamente hablando supera el dolor que sienten las mujeres durante el parto, pero es menor al de un cólico renal. Ni siquiera en las comparaciones parece haber consuelo.

Los médicos erraron su pronóstico. Cinco años después, el dolor continúa en el brazo izquierdo de Colchado. Él lo padece con la resignación del hombre torturado. Está sentado sobre un sillón en la amplia sala de la casa que su hija Patricia compró, el año pasado, en un club de Chaclacayo.

“Este dolor es muy fuerte. No me deja nunca. Horas tras hora, día tras día, meses tras meses. Me he hecho tratar por toda clase de médicos, pero solo me recetan calmantes. No hay una cura efectiva”.

Afuera está muriendo la tarde de un viernes eclipsado por el calor (más de 30 grados). Colchado Lucio viste una impecable camisa azul, con las mangas ligeramente recogidas hasta los antebrazos, un pantalón de drill y unos mocasines negros. Todo en él (el tono de voz, los gestos, los movimientos) está recubierto de tranquilidad y mesura. Excepto cuando habla de su neuralgia, entonces sí, su rostro adquiere un gesto hosco, la voz se le arruga y un silabeo melindroso gana entonación.

“Este dolor es muy fuerte. No me deja nunca. Horas tras hora, día tras día, meses tras meses. Me he hecho tratar por toda clase de médicos, pero solo me recetan calmantes. No hay una cura efectiva”.

Acaba de estirar el brazo izquierdo para señalar el punto exacto donde le viene el dolor como un pirata que marca la equis sobre el mapa del tesoro. Se frota la zona suavemente como si se sacudiese una pelusa de la camisa. Parece que teme que el solo roce de la zona invoque el dolor.

Le había pedido una conversación sobre los libros que marcaron su vida. Quería conocer sus manías de lector, sus referentes literarios, sus métodos de escritura. Pero el dolor de su brazo izquierdo, por ahora, nos ha arrebatado esas respuestas.

“¡Son cinco años! Y día y noche me duele el brazo. Hasta he tenido que reducir horas de trabajo. Esto me tiene agobiado”, se queja el último escritor peruano en ganar el premio internacional de cuento Juan Rulfo (para cuando Bryce lo ganó en el 2012, el premio ya había cambiado de nombre).

En el laberinto de Tebas

Hace más de un año decidió mudar sus libros hacia este remanso donde el silencio solo comparte su reinado con el canto de cuculíes y tórtolas. Por ahora solo viene a Chaclacayo ocasionalmente los fines de semana. Pero su plan, me dice, es venirse a vivir aquí. Una especie de retiro bucólico. 

La mudanza de los libros se ha convertido en una gesta interminable. La demora no es producto de la cantidad, sino de la fuerza. O la falta de fuerza. En las nuevas estanterías hay enormes vacíos. En el piso, despojadas de cualquier atractivo, reposan decenas de cajas marrones con libros y documentos, aún sin desembalar, que deberían llenarlos.

“Necesito un poco de salud para poder desechar los libros que no me hacen falta y quedarme con los libros claves. Por ahora no puedo organizar nada”.

En este estado de cosas, hallar un libro para Óscar Colchado se ha convertido en un laberinto de Tebas. Primero debe recordar si el libro está en las cajas de la casa de Chaclacayo, en su casa del distrito de La Molina, o en su oficina ubicada en Jesús María, cerrada hace meses. Es un entrenamiento constante de la memoria. Un juego mental que ya lo ha hecho perder dinero.

Hace un tiempo hurgó en la biblioteca que tiene en la casa de La Molina buscando Sangama, una novela de aventuras ambientada en la selva peruana, que a mediados del siglo pasado tuvo un inesperado éxito en Europa. No la encontró y tuvo que volver a comprarla en una librería.

“Yo sé que tengo ese libro, solo que debe andar ocultos entre las cajas”. “Con el tiempo los libros se vuelven herramientas del escritor. Regresas a ellos por una técnica literaria, por un personaje, para recuperar un ambiente. Yo necesito a mis libros”, reclama como si se lo recriminara a la neuralgia.

Primero el historietista 

Hace cincuenta y siete años, Oscar Colchado Lucio era un niño que leía historietas y corría por las calles de Chimbote, esa ciudad pesquera que según todas las maldicientes lenguas limeñas huele a pescado.  

Si no hubiese sido por su escasa habilidad para el dibujo otra hubiera sido la historia. El Colchado niño trazaba en sus cuadernos dibujos con diálogos sobre bandoleros y asaltantes de caminos. El Colchado adulto sabe que le debe su primer aprendizaje de escritor a las historietas. Ellas le enseñaron la estructura básica de un cuento (presentación, nudo y desenlace). “El problema es que yo no era buen dibujante y mis historias querían avanzar”, recuerda.

Esta tarde no hay historietas, pero tampoco muchos libros. El juego consiste en imaginarlos a partir de sus recuerdos. El primer libro que compró fue “Rimas” de Gustavo Adolfo Bécquer, ese poeta de adolescentes enamorados. “Aunque muchos digan que las historias pecan de cursis, yo insisto en que en el romanticismo reside la verdadera poesía”.

Colchado además de novelista es poeta. El año pasado publicó “Sinfonía azul para tus labios”, un libro que reúne su producción poética (“Aurora Tenaz”, “Devolverte mi canción”; y “Sinfonía azul para tus labios”, que da nombre a la antología). 

Pero como casi en toda su carrera, la narrativa opacó a su aliento poético. Su último libro de cuentos “La casa del cerro El Pino” apareció también en el 2013 y fue elegido por la revista Caretas como el mejor libro de cuentos del año. 

“Si tuviera que enumerar a autores indispensables a quién elegiría”. “Miguel Ángel Asturias, Alejo Carpentier, Augusto Roa Bastos, Joao Guimaraes Rosa, Juan Rulfo, José María Arguedas, Ciro Alegría. En esos escritores puedes leer nuestras raíces ancestrales, nuestra riqueza cultural. Al leerlos puedes sentir la esencia de América Latina”.

En el segundo piso, en una habitación pequeña, la luz ingresa como una marejada. Este es el lugar de la casa que Colchado ha elegido para escribir. “Yo necesito de la luz”. Cuando estaba sano escribía ocho horas al día y leía dos horas en la noche. Ahora -por su dolencia-, lee más tiempo y "escribo menos”.

- “¿No le gusta Vargas Llosa?”.

- “Solo es un escritor regular”.

- “¿Y Ribeyro?”, me aventuro.

- “Ribeyro es un buen escritor, pero pobre sociológicamente. La Literatura no tiene porque ser sociología, pero a mí me gusta que exista, más allá de la belleza estrictamente formal, contenidos mucho más ricos para analizar. En Ribeyro no hay muchos más allá de la decadencia clase media urbana”.

Le preguntaré por algunos otros escritores de moda y no tanto (Jeremías Gamboa y Edgardo Rivera Martínez) y su impresión será igualmente desfavorable. “A lo mejor me apresuro. Quizá cambiaría mi impresión si leyera todo el libro de Gamboa. Pero es que no me gustan las autobiografías”. “País de Jauja me parece una obra menor si se la compara con las novelas de Arguedas”.

Está a punto de oscurecer, su esposa, Irene, nos lo recuerda encendiendo las luces de la sala. Desde hace más de treinta años, cuando abandonó la docencia, Colchado ha conseguido el inusitado milagro de vivir exclusivamente de la venta de sus libros, en un país en el que según las encuestas se lee menos de un libro por habitante al año.

Intuyo que el santo de ese milagro es su personaje infantil "Cholito", una suerte de Odiseo andino, una saga literaria infaltable en todos los planes lectores de los colegios del país. A estas alturas un clásico de la literatura nacional. 

Colchado Lucio debería ser un hombre sin preocupaciones, pero anda algo fastidiado. Me dice que la novela en la que está trabajando, ambientada en la selva, va a paso muy lento. No puedo dejar de pensar como le está jodiendo la vida la maldita neuralgia.