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Diego alonso Sánchez Barrueto en el cementerio San nicolás (foto: la mula)

Bajo el sol de Supe

Diego Sánchez Barrueto, ganador del premio José Watanabe Varas, comparte una crónica sobre el primer cementerio japonés del Perú.

Publicado: 2014-01-20

Su primera visita al cementerio San Nicolás, ubicado en el pueblo de Supe, provincia de Barranca (al norte de Lima), última morada de los primeros inmigrantes japoneses que llegaron al Perú a fines del siglo XIX, inspiró al poeta Diego Alonso Sánchez Barrueto a escribir una emotiva crónica.

Diego Alonso, recientemente ganador del Premio José Watanabe Varas por su poemario Se inicia un camino sin saberlo, creó un vínculo muy cercano con la cultura japonesa tras el nacimiento de su hijo, quien es descendiente nipón por parte de su familia materna, y fue el que le inspiró a conocer y aprender más de esta cultura asiática. 

En esta crónica, escrita para su hijo y que hoy comparte con los muleros, el poeta intenta imaginar lo que sintieron y vivieron los primeros japoneses que llegaron al país dejando la tierra de sol naciente.


Nada se olvida bajo el sol de Supe

Para Mitsuya Nicolás 

Hace tan solo unas horas, hijo, ha amanecido. Entonces decido emprender un extenso camino de polvo (dentro de un auto que chilla como si padeciera alguna grave enfermedad) para encontrarme con una parte muy significativa de nuestra historia. El sol ha desplegado generosamente sus rayos sobre todo, colmando de una extraña luminosidad mis pensamientos. Por eso, debo reconocer que desde que pisé Supe tuve la necesidad imperiosa de ir a visitar la hacienda San Nicolás y recorrer, con la mirada, por lo menos, los eriales en donde hace 115 años los primeros migrantes japoneses empezaron a construirse una nueva vida. No les fue difícil comprender que, en ese tiempo, llegar a un país nuevo -muy distinto a los campos oriundos de Yamaguchi, de Nigata, de Hiroshima y de Okinawa mismo (aunque sabemos que tus ancestros uchinanchu llegaron poco después)- era una labor épica.

cementerio san nicolás (foto: la mula)

Recrear con la imaginación cómo en aquel marzo de 1899 bajaron del Sakura-maru, un inmenso buque a vapor, 150 inmigrantes nipones con la sonrisa nerviosa por asumir con optimismo incierto los nuevos retos, me es muy difícil. Ahora, el calor que golpea mi cabeza es demasiado real para obviarlo y la brisa marina incontestable y absoluta como para dejar de sentirla, a pesar que el horizonte hiera mis ojos impacientes. Tú, jovencito, que me conoces bien, sabes que tengo muchas debilidades propias de mi vida citadina y sedentaria.

Seguro me apuntarías que, como ya no soy tan joven –también—, el esfuerzo realizado sobre este camino abrupto, me deja sin aliento y golpea mi físico, ya que la carretera de San Juan, que lleva a la hacienda, es una trocha casi abandonada. En el camino, me topo con el cerro Chimucapac que, de manera muy similar al santuario de Pachacamac, se yergue imponente dando su mejor cara hacia el mar y venerando así las bondades que de este espejo elemental se extraen desde épocas inmemoriales. Tú también habrías captado esta semejanza, porque el contacto ancestral se siente en el ambiente.

En este cerro, sobre la ladera que da al mar, se encuentra el cementerio de San Nicolás. En este montículo sagrado para los antiguos peruanos se construyó también, hacia 1907, un camposanto que si bien toma el nombre de la hacienda y del santo cristiano, es un cementerio que guarda exclusivamente los restos de los primeros migrantes japoneses y sus descendientes. Sobre andenes escalonados, hay alrededor de 500 tumbas con más de 20 monumentos con inscripciones en kanji o escritura japonesa, dejando completamente de lado las cruces cristianas que uno esperaría encontrar. Ante este paisaje estremecedor, resulta vano decir que se le considera como el cementerio japonés más hermoso de América; también pierde importancia resaltar el contenido simbólico que guarda por ser el encuentro perfecto de tres vertientes místicas, como lo son la andina (autóctona), la cristiana (occidental) y la budista y shintoista (oriental).

Vista panorámica del CEMENTERIO SAN NICOLÁS (FOTO: LA MULA)

Chico, tengo que decirte que vibro con intensidad al repasar lentamente con los dedos alguna inscripción del cementerio: no puedo referir con palabras esta avalancha de sentimientos que tiemplan el espíritu y aceleran el corazón. Desde este elevado lugar la vista, además, es maravillosa: el horizonte es una inmensidad azulina, en donde no se perciben los límites del mar y el cielo. ¡Claro! Del mar llegaron, por el mar se van; no tengo la menor duda de que los mayores pensaron en este detalle con divina probidad. Si bien se puede leer un lema que representa el sentido del camposanto, “No olvides la tumba de tus ascendientes”, pienso en un poema que haga más justicia a esos hombres que dejaron todo al otro lado del mundo para venir a vivir y morir en este país. Así, resuelvo, que sería adecuado inscribir el siguiente poema de Ki no Tsurayuki en el arco de entrada:

                              Mis pensamientos

                             desde el corazón

                             atraviesan el mar;

                             sin escrito alguno

                            que les haga falta.

Creo que ya no es necesario hablar de la hacienda San Nicolás, ni de su deteriorada majestuosidad o de cómo los peones de campo japoneses se decepcionaron al saber que no trabajarían en cultivos de algodón o de arroz –que era para lo que estaban contratados- sino de dura caña de azúcar. Contar que en esta hacienda se vivió la primera revuelta laboral, que llevó a la toma de las instalaciones azucareras por parte de estos ya no tan sosegados nipones, que luego fugaron o pidieron el retorno a su país a la empresa contratista. No hace falta seguir enumerando más aportes a la historia de nuestro país, hijo, creo que entiendes la trascendencia de todo esto. Ahora sabes que el sol es proverbialmente fuerte en Supe.

Pero sí, hay otros detalles que necesito repasar contigo, muchacho: debes saber que esta también es la tierra de tu ojii-chan, el torero Mitsuya Higa, el paisaje de tu tío, el pintor Venancio Shinki, y la pequeña patria de otras reconocidas personalidades de la colectividad peruano japonesa. Igualmente, este lugar nos sirve para que puedas reconocer en tus facciones las características de los hombres de campo y de mar, a pesar de que solo tienes 13 años y esos detalles se vuelven tan odiosos. Sin duda hay en ti mucho de este paraje desértico y fértil a la vez, como lo tengo yo y la mayoría de peruanos que hemos mezclado mil veces nuestra sangre hasta albergar en el cuerpo un poco de todo de este heterogéneo país. De este modo, a pesar de que todavía eres joven para entenderlo (no espero que sientas la misma energía que yo al caminar sobre este suelo) quisiera que poco a poco te reconozcas y no olvides nunca tu herencia. Sin duda te sabrás orgulloso de todo esto, como legítimo hijo del Sol, radiante, siempre radiante.

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Escrito por

Dany Valdez V

Periodista, con el sueño no tan loco de un mundo mejor. Redactora - reportera de lamula.pe @danyvaldezv


Publicado en

Redacción mulera

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