La gesta de los migrantes
Sobre la construcción de una nueva Lima, un proceso que se inició en los años 40 y continúa en la actualidad.
La ciudad de Lima es el producto de muchas historias acumuladas y superpuestas, historias que se encuentran (o se desencuentran) sobre el expansivo territorio de la urbe sin hallar nunca soluciones coherentes de continuidad. Estas historias generan espacios y los llenan de contenido en procesos que suelen ser más inorgánicos que orgánicos, más azarosos que planificados, más aleatorios que bajo control. Esto hace a Lima un lugar difícil, sí, pero también un lugar vivo y múltiple, además de terriblemente real.
En estos procesos, la ciudad ha nacido realmente más de una vez. Su fundación española, cuyo 479 aniversario se celebró ayer, es sólo un hito determinado por la narrativa histórica tradicional (y la ideología que la acompaña), pues por una parte el centro poblado que los limeños habitan hoy existía por milenios antes de la llegada de Francisco Pizarro, y por la otra su forma actual guarda escasa relación con la que se generó en ese momento.
La Lima que vivimos no es, más que en un sentido ya apenas metafórico, el producto de esa fundación española. Ni siquiera es ya mayormente el producto de su historia colonial originada ahí, algo que sí podía decirse hasta las primeras décadas del siglo XX. Más bien, la ciudad actual resulta sobre todo de procesos que se iniciaron en la década de 1940, con la migración masiva de provincianos a la capital y su asentamiento en zonas marginales, sobre todo sobre los cerros y en los arenales que circundaban la parte central de la urbe.
Lima es, en mucho, la hechura de esos migrantes que llegaron para transformarla con su cultura, sus prácticas asociativas, sus formas de producir y su profunda necesidad de construir un lugar para sí mismos en un país que siempre les dio la espalda.
Esto está claramente registrado en la exhibición fotográfica Desborde popular. El Perú moderno de José Matos Mar, en el Museo Metropolitano de Lima hasta el 2 de febrero (ingreso libre). Basada en el trabajo de campo de Matos Mar, una figura fundacional de las ciencias sociales en el Perú y autor, entre otros libros, de Desborde popular y crisis del estado (1984), la exhibición presenta fotografías del archivo de la Fundación matos Mar así como de El Comercio, Caretas y el Servicio Aerográfico Nacional, todas reveladoras del proceso que describimos. Lo que se ve en ellas es la fundación de una nueva Lima, el punto de origen de la ciudad actual, expandida hacia el Este, Norte y Sur a partir de su casco central histórico.
“Estas imágenes tienen el registro histórico de la parte más importante del proceso de creación de la ciudad que somos ahora”, dice Daniel Ramírez Corzo, antropólogo y especialista en temas de planificación urbana. “Es decir, todo el proceso que ocurrió después del terremoto del año 40, que destruyó toda la parte histórica de la ciudad de Lima y generó un problema de habitabilidad. Esto coincidió con que los criollos pobres se quedaron sin donde vivir en la ciudad, mientras llegaban muchos migrantes, algunos con más recursos que otros, pero esperanzados en poder acceder a los beneficios y a las ventajas de la vida en la capital”.
En realidad, dice Ramírez Corzo, se trata de dos procesos distintos que terminan confluyendo para generar una nueva Lima: de un lado, la emergencia de las barriadas, un modelo de urbanización en el que los pobladores ocupan un territorio en el que no existen viviendas ni calles y van construyendo en ellas; del otro, movimientos más organizados en los que grupos asociativos actúan con mayor planificación urbanística y llegan a sus terrenos con un proyecto más o menos definido de ocupación y construcción.
“Lo que mostró Matos Mar es que las tradiciones andinas de cooperación mutua fueron el capital social sobre el que se construyó una nueva manera de urbanizar”, “Con la crisis de un Estado ya incapaz de cubrir los derechos de todos sus ciudadanos y darles espacio, además de los servicios de agua, desagüe, trabajo y educación, las personas comenzaron a encontrar formas de auto-alojarse y se crearon las barriadas y estas nuevas formas de urbanización. Después, en la década del setenta, el Estado colapsa casi por completo. La gente no solo tiene que buscar las formas de alojarse, sino de resolver cuestiones como trabajo, educación y relaciones sociales, incluso deben resolver el tema de cómo se identifican a sí mismos”.
Ramírez Corzo nos recuerda que este proceso no estuvo exento de conflictos, sino todo lo contrario. El surgimiento de un sector social que está más allá de la sociedad oficial o dominante en ese momento, el surgimiento de un nuevo sector social, -”un nuevo actor ahora llamado emergente pero que en ese entonces era llamado cholo"-, los sectores tradicionales se sentían amenazados y percibían su llegada como una captura de sus tierras y sus espacios.
“En realidad”, dice, “el proceso que se inició en la década del 40 tuvo su apogeo en los 70, en los 80 tuvo su caída y en los 90 ya entramos en un periodo de consolidación, es el momento en el que como resultado de todos estos procesos tenemos una ciudad diferente”. En la cual las tensiones generadas desde entonces entre los pobladores tradicionales de Lima, en especial sus élites, y los “nuevos” limeños han continuando definiendo aspectos de la vida en la capital.
Por su parte, César Ramos Aldana, el curador de la muestra en el Museo Metropolitano, asegura que parte de esta historia de construcción de una nueva Lima puede ser contada desde un punto de vista económico. “Uno de los mitos es que los mal llamados invasores ocuparon tierras privadas o del Estado, y que éste se los regaló”, dice Ramos. Esto es totalmente falaz. En muchos casos, antes de la ocupación, las asociaciones de migrantes se informaron, se prepararon, buscaron una propuesta legal, hicieron un acompañamiento económico para la compra. Los terrenos fueron pagados por los migrantes de estas urbanizaciones populares, como lo fue la construcción de los servicios. Las calles y las pistas fueron pensadas y pagadas por los pobladores”.
Ramos añade que los “nuevos” limeños que llegaron a la ciudad desde la década de 1940 también crearon una economía propia, generando sus propios modos de trabajar y producir. “El mejor ejemplo es Gamarra”, dice. “Podemos ver en fotos como antes era una pampa y conforme los provincianos se van estableciendo en La Parada se van ubicando para hacer pequeños talleres familiares. Los camiones venían de todos los lugares del país para descargar en el mercado mayorista. El camión debía regresar con productos porque si no, no les salía a cuenta. Aprovechando eso, empezaron a llevar fardos de ropa barata para venderlas en el interior. En un primer momento, esto fue conseguido a través del trabajo familiar o el llamada paisanaje. Pero el proceso se hizo más y más complejo, y, los provincianos llegaron a desarrollar una forma de banca rotativa donde todos aportan pero en un mes le toca a cada uno. Todo esto fue parte del capital cultural que echó a andar un proceso productivo. Esto no es el capitalismo popular, sino más bien se trata de una práctica surgida en el campo pero con características propias”.
Ramos nos pide hacer una distinción clara entre estos procesos fundacionales y lo que sucedió en décadas posteriores, dominadas por otro tipo de dinámicas. En particular la figura de los traficantes de tierras que empiezan a aparecer durante los gobiernos de Alan García y Alberto Fujimori. Los traficantes de tierras evitan la formación de asociaciones y la planificación legal, económica o urbanística. “Antes, con las asociaciones, se tenía una lógica distinta. Sin embargo, todo lo demás ha sido ese envilecimiento y apropiación del uso político de la miseria como herramienta populista y de chantaje y de ejercicio de la república criolla para seguir derribando logros importantes de esta historia de los provincianos y de este nuevo Perú emergente con ciudadanía plena”. Para Ramos Aldana, estas prácticas desvirtúan en ejercicio de democracia asociativa ejemplificado originalmente no sólo por Villa El Salvador(el caso más conocido), sino también por otras comunidades, como Ciudad de Dios.
Por ello, y no sólo por una voluntad de registro historiográfico, es importante rescatar esta historia y mantenerla vigente en los discursos que ejercemos sobre la ciudad de Lima. Se trata, dice Ramos, de una auténtica gesta popular de ciudadanos que, enfrentados a un Estado que no respondía a sus necesidades, se organizan para sacar adelante un proyecto viable de existencia en un contexto de opresiva pobreza.
“No es solo una cuestión de empoderamiento o una mirada melancólica sobre la vida en el arenal, porque el costo para estas familias fue alto, incluyendo la pérdida de uno o dos de sus propios hijos debido a la falta de recursos y de atención. Ellos construyeron una mejor ciudad y un mejor país. Una ciudad distinta, pluralista, diversa en la que sus representaciones culturales están presentes. No claudicaron, no perdieron su identidad”, dice.
Y tampoco se trata únicamente de una mirada al pasado, aunque sea cercano. Se trata de un proceso que continúa y nos sigue definiendo. “Esta es tal vez la mejor representación de la gesta popular: ciudadanía total ahora”, concluye el curador. “ Este es el sueño de todas estas familias. Este es el mejor legado”.
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