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Annie Hall, aprendiendo de la nostalgia

Una divagación sobre las disyuntivas amorosas de Alvy Singer, álter ego ideal de Woody Allen

Publicado: 2014-01-02

Cuando el fin de semana fui a ver Annie Hall recordé a aquella muchacha con quien prometimos tener una maratón de Woody Allen. Acaso entré a la sala creyendo que la encontraría, recordando muchas de las vivencias, su calidez, su rostro ya desvaneciente. Tal vez por eso salí con el ímpetu de escribir sobre Annie Hall y analizar cómo esta película se convierte en un aprendizaje del amor, de las derrotas, de la vida.   

El asunto tiene un motivo preciso y claro, la nostalgia, así Alvy Singer nos dice de inmediato: “Annie y yo nos separamos y no puedo olvidarlo”. Entonces comienza un recorrido por cada uno de los detalles, de cada una de las experiencias que ya no volverán, esos sabores perdidos, esa intimidad cancelada y que ya con nadie podrá repetirse como bien demuestran la escena de las langostas y la canción "Seems like old times" (“Making dreams come true” dice una de las estrofas).

A través de la memoria Alvy va acaso comprendiendo las causas que motivaron el final. Y es que entrambos había una diferencia primordial que consistía en la perspectiva del mundo. Alvy desde pequeño tuvo una visión catastrófica y en algún momento le regala libros sobre la muerte a Annie y en muchos casos parece una víctima de la anhedonia; ella, contrariamente, es una pura vitalidad, sensible e instintiva. Se trata de una dualidad como la de Horacio Oliveira y La Maga. 

Ahora, esta vitalidad de Annie no debe comprenderse como un 100 % de energía, no, pues su vitalismo radica en sus fluctuaciones, en sus altos y bajos, en esos vacíos, ausencias, oscilaciones que Alvy no logra comprender. Y es que él es incapaz de conocerla y en muchos casos solo la juzga o reprime.

Esto se evidencia cuando ella le comenta en la cocina su primera cita con el psicoanalista y le dice que en uno de sus sueños él la asfixia con una almohada. ¿En qué consiste este sofoco? Se debe al modelo o ideal de mujer extraordinaria que desea Alvy como un modo de rehuir lo cotidiano, y por el cual trata de moldear a Annie sugiriéndole cursos universitarios, libros de específica índole, ver determinadas películas y hasta pagarle las sesiones de psicoanálisis. Esta búsqueda, digamos, de lo extraordinario es válida, pero debe dosificarse y no llevarse a los extremos en que lo hace Alvy, tal como muestra esta frase que le dice durante un paseo: “Amar es una palabra demasiado débil para lo que siento”.

En este sentido vuelven las oposiciones como sucede con el sexo. En muchos casos Annie se siente obligaba a satisfacerlo, convirtiendo al acto en una rutina o un compromiso. Alvy, por su parte, la responsabiliza por este problema. El ejemplo de esta distancia se halla en aquella escena en la cual mientras se acuestan Annie se aleja y ante el reclamo de Alvy le dice: “Pero tienes mi cuerpo”. Es así que Alvy se vuelve un personaje contradictorio por su incapacidad: él quisiera ir más allá de lo físico, pero se tiene que contentar con solo tenerla superficialmente.

Estas desconexiones estuvieron desde el principio, tal como lo comprueba la escena del balcón donde los mensajes encriptados será una constante de su relación, con palabras o códigos que ninguno de los dos sabrá descifrar. Para enfatizar este desencuentro Allen se aprovecha sobre todo del lenguaje, así además de la escena mencionada tenemos otra donde Annie confunde “vida” con “boda”, acto fallido que Alvy no sabe identificar.

Y es que en este punto de la relación surgen nuevas diferencias: ella quiere una familia que él ni siquiera pretende. Al respecto, recordemos que Annie parece tener una relación saludable con su padre, madre, hermano y abuela, mientras que los recuerdos familiares de Alvy no son para nada alegres (recuérdese sino la metáfora de vivir debajo de una montaña rusa). Asimismo, él no estuvo de acuerdo en vivir juntos, él hubiera preferido seguir con la relación pero viviendo cada uno en su departamento. Por esto en una de sus discusiones ella le recuerda: “Alvy, fuiste tú quien no quiso comprometerse seriamente”-

Conforme se avanza en la travesía Alvy va dándose cuenta de las fallas cometidas, aunque siempre buscando mermar el dolor de la ruptura, el alivio. De esta manera escribir se convierte en una forma de terapia, en un medio que permite reordenar el desbarajuste de las emociones, la carga del dolor. Así, el final de su obra de teatro (donde se reconcilian) está acorde con ese anhelo que acaso duela menos en la ficción.

Así, movido por la nostalgia de los recuerdos Alvy comienza a tener una nueva comprensión de la ruptura. Ciertamente este es un punto clave, por ejemplo en algún momento Alvy nos confiesa que él tiene una mente hiperactiva y no puede diferenciar la fantasía de la realidad, mezcla que funciona como una estrategia para soliviantar la angustia, ya sea de la infancia o del amor. Esta es la función del humor en esta película, la de hacer más ligero el malestar existencial, esto ocurre  con la escena de la cocaína o cuando aparece Marshall MacLuhan (donde siempre he imagino a más de un profesor sanmarquino). 

Hay que tener así en cuenta que Alvy Singer al aparecer en la pantalla no nos contará un chiste, no será un cómico de televisión, sino que abandonará este tono y se nos mostrará frágil y acongojado dando inicio a un monólogo que busca saber por qué acabó su relación, encontrando al final de la cinta respuestas que demuestran su transformación a través de la nostalgia. Es significativo además que dejando de lado 15 años de psicoanálisis sea Alvy quien se autoanalice y que su privacidad la comparta públicamente, confesándose con la audiencia.

Solo así se logra un aprendizaje y las preocupaciones por el amor dejan de ser lacerantes. Quedan entonces dos caminos que nos plantea Allen: 1) amar como aquella pareja que interroga en la calle sobre el éxito de su relación y ellos le contestan que se debe a la vaciedad, a lo intrascendente, una especie de amor entre autómatas, o 2) amar como la broma de los huevos, máxima de la sabiduría amorosa alleniana, según la cual hay que aceptar las derrotas en todo su filo y esplendor, sin dramatismos o exageraciones, más bien con una mezcla de humor, ficción y nostalgia.

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Escrito por

Christian Elguera

Escritor y corresponsal de literaturas indígenas en Latin American Literature Today


Publicado en

Redacción mulera

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