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Luisito Hernández, el dibujante de la vida

Recordando el nacimiento del poeta peruano hacemos un repaso por su obra visual. 

Publicado: 2013-12-18

De Luis Hernández no supe mucho en los años sanmarquinos. Varios lo adoraban, buscaban su acento imitándolo, departían sobre su vida, sus cuitas. Mucho menos entré al curso donde se suponía que descubriría a Hernández, acaso porque sabía el resultado final: no se dijo nada más que anécdotas superficiales. 

Andando el tiempo, motivado por el esoterismo, topé con Las constelaciones. El juego de encontrar un sentido a cada signo, una descripción poética, me sorprendió sobremanera, de hecho aún recuerdo los versos de Cáncer: "Sólo a lujuria y astucia / Es eterno aquí el amor". Sin embargo, lo que realmente me cautivo de Hernández fueron sus dibujos, ya sean adornando sus poemas o como partes del mismo.

Para un escritor los cuadernos, las agendas, son de interés primordial. Cuando caminas, en el carro, esperando a un amor que tarda horas, en medio del mundanal ruido llega una idea, mejor dicho, un boceto de idea, y que por lo tanto no tienen un orden fijo. Esto bien puede llegar mediante letras o imágenes. En otros casos se conjugan ambas modalidades.

En la obra de Hernández algunas veces los dibujos son acompañantes del poema, le dan un relieve, destacaban elementos, letras; pero en otros momentos los dibujos son el poema. Además, está el juego visual de los plumones o la caligrafía. Con Hernández entramos entonces en composiciones semejantes a las de César Moro o Carlos Oquendo de Amat: el poema-collage, el poema-objeto.

Cuando se lee a Hernández lo lúdico no solo es un recurso formal para derrotar la solemnidad sino, sobretodo, un gesto para abolir la muerte, a la soledad, a esos demonios que lo atormentaban y que acaso encaminaron su suicidio. Es entonces que sus  cuadernos se vuelven partículas de niñez, de juego, en medio del dolor de la vida, de aquí que escribiera que su ideal fue "no tolerar / Ante mí el sufrimiento", o que en otro momento afirmara: "Poesía / Es evitar el dolor".

En lo referente a los dibujos estos son trazos imperfectos, pero nutricios, llenos de un colorido o formas que enternecen o alivian. Son trazos que recuperan lo infantil, las formas se distribuyen sin orden (elefantes, botellas, círculos dispersos que vencen la rigidez), que adquieren nuevas formas como una flor que tiene alas, o el énfasis de la vitalidad mediante el fuerte colorido del sol, el mar y los cactus que se realzan mediante las líneas vertiginosas.

¿Por qué combinar dibujos y poemas? No solo se trata de una búsqueda de experimentación, que indudablemente la hay. Diría, más bien, que hay un intento por volver a la inocencia primigenia: al recurso de los dibujos de las cavernas, a ese momento en que aún no hay un límite exacto entre ambas formas. Es por esto que lo poético no disminuye con los dibujos, ni lo plástico merma con los poemas. El resultado logrado por Hernández es una mezcla indiferenciada, tal como en la mente infantil.  

Aclaremos que la catalogación de infantil no es, en absoluto, mermar el talento de Hernández. Por el contrario, es resaltar su propia búsqueda para volver a la otra margen, para configurar una forma más sincera, más transparente, más artística de configurar el mundo, no en vano en su poema "Dedicatoria" se dirigía a los prófugos del mundo, a aquellos que rehuyeron un sistema de vida autómata o deshumanizada por el dinero, la cotidinianidad laboral o el consumismo. 


La de Hernández es una lógica sencilla, inocente, de trazar o escribir sin búsquedas de fama (recordemos que él regalaba sus cuadernos), pura creación que brota por el mero placer del juego. Se trata así de la lucha de Billy The Kid contra los autómatas.

Al respecto, destaquemos el verso "O algo tan sencillo como su nombre", el que primero está escrito en una caligrafía estándar y luego se repite con una letra propia de un diseño, con un color rojo que se confunde con el sol. Aquí lo sencillo (letra) se confuden con lo natural (imagen). Es como si las letras nacieran de un atardecer.



Para seguir explicando que Hernández no pretendía diferenciar una expresión artística de la otra (lo que sucedía también con la música), atendamos la segunda parte de "Tres cantos de amor": "Malagua de fresa / Malagua de cherri / Malagua de limón / El azul océano / La mar / En lo alto". Estos versos, en uno de los cuadernos, van acompañados de un dibujo que no tiene una forma fija: por una parte es una malagua o una montaña donde también se inserta el mar.


 Así, todo se conjuga en una materia sin límites, donde se es un poco animal, un tanto de tierra, un algo de agua. Además, la combinación de colores representa a cada uno de los elementos mencionados: azul, marrón, rosado, verde.

Finalmente, este resultado se relaciona con la idea de amor de Hernández expuesta en "Preludio número ocho en la hora menor": la gran mezcla ilimitada que tiene múltiples sabores: de calles donde se transitaron, de tardes amadas, cervezas , árboles y universo.

  

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Luis Hernández: lírica vital


Escrito por

Christian Elguera

Escritor y corresponsal de literaturas indígenas en Latin American Literature Today


Publicado en

Redacción mulera

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