La historia es así: un muchacho flaco, desgarbado, con lentes de carey camina vestido con unos jean y una polera por la Facultad de Artes de la Universidad Católica del Perú. Sabe que no aguantará más una clase de diseño gráfico. Está harto. Solo le falta un año para acabar la carrera, pero no aguanta más. Tiene un plan, uno solo. Cambiarse a estudiar pintura.
Decenas de test vocacionales se lo dijeron a su padre, un administrador bancario surgido desde la pobreza de Huancabamba, un pueblito de Piura. Pero en casa el arte no pasa de las reproducciones masivas de cuadros costumbristas, esas que adornan, para no dejarlas desnudas, las paredes de las familias de clase media.
Ser artista era sinónimo de insalubridad económica y el padre no iba a dejar que la historia de la familia involucione. Pero el test esta vez—otros tantas sí— no se equivocaba, Fito Espinosa debía ser artista.

Cuadros de grandes formatos son los que ocupan por estos días al pintor.
De niño construía con las piezas del lego, trenes, engranajes, máquinas. Eran los años en su casa de Bellavista, en el Callao. Lo mismo hacía con el Meccano, un juego de piezas metálicas, perdido en el dispensario de los juguetes convertidos en arcaísmos. Los padres pensaban: “Tenemos un ingeniero. Tenemos un arquitecto”. Él pensaba seré ingeniero, seré arquitecto. Pero ni uno, ni otro. Pintor, artista plástico.
Vencido por la evidencia, el temor paternal trocó en que el hijo sucumbiera a la vaguería, con el cuento de ser artista. Entonces, lo comprometió con un préstamo bancario para estudiantes, que él mismo pagaría solo después de que el hijo acabara la carrera de pintura con el primer puesto de la promoción y empezará a ganar concursos y a aparecer en los periódicos.
Pero eso fue muchísimos años antes de que Fito Espinosa se convirtiera en un inhabitual icono de popularidad. Que sus cuadros se vendieran por siete o diez mil dólares y que sus grabados y cerámicas empezarán a adornar las casas de clase media, casas como la suya, reemplazando a los viejos cuadros de reproducciones masivas.
Fito empezó una guerra para popularizar el arte que lo convirtió en popular a él y sus trabajos, pero que como efecto colateral le granjeó enconados enemigos en establishment artístico de ese pequeño pueblito que también es Lima.
- Te molesta que te califiquen de forma peyorativa como un “artista comercial”.
- No lo sé. Mira yo pinto hace más de veinte años. La gente, en su mayoría, conoce mi trabajo de los últimos cinco años. Pero es lógico que me critiquen. Cuando una persona decide hacer cosas distintas y marcha primero en la fila, es normal que le caigan sablazos.
Estamos en su taller de la avenida Grau, en Miraflores. Esta es también su casa y centro de operaciones. Aquí vive con María Paz, su pareja hace más de cuatro años y su pequeño hijo de dos, Mayu —nombre que significa río en quechua—. Hasta antes de iniciar formalmente la conversación una música de órgano sonaba como un niebla sutil, envolvente. El sonido reconfortante proviene de una computadora. Cuando pinta también lo hace con música: Lisandro Aristimuñó, Kevin Johansen, música indie, experimental, rock ochentero.

Un cuadro de su exposición "Te llevo en mi universo".
Una mesa de cristal preside el centro de la habitación. En el piso de una esquina hay pomos de pintura cerrados, de modo que el olor reconcentrado del acrílico no se filtra en el ambiente, en unos tarros vacíos reposan pinceles de todos los tamaños, otros están dispersos por el piso, y colgados en las paredes —aunque sin asfixiarlas— sus cuadros.
En uno, un niño de ojos enormes le da la mano a un animal que bien podría ser un caballito de mar o un dragón liliputiense. En otro un hombre que tiene los ojos también desaforadamente grandes mira al frente, mientras a su lado un corazón con un solo ojo en el centro lo mira de soslayo. Los cuadros tienen colores pastel y, parecen pintados por una mano preñada de ingenuidad. Es la mano del Fito. La ingenuidad es la técnica que lo liberó del acartonado academicismo, dice.
- XXX
Es el año 1999, Fito tiene 29 años y está en París. Es lo que se dice una joven promesa de la pintura peruana. Un heredero legítimo de Szyszlo. Ganó el concurso “Pasaporte para un artista” de la Embajada de Francia, el año anterior, y ahora se pasea por las principales galerías y museos del país.
Pero algo pasa. Todo lo que ha aprendido en la universidad está confinado a los museos. El arte por las calles parisinas borbotea corrientes alternas. En las galerías hay instalaciones, performance, videoarte, y si de pintura se trata todo el mundo habla solo del estadounidense Jean Michel Basquiat, la ecléctica majestad del graffiti. “Yo me sentía un artista del cromañón”.
Nadie reconocería los primeros cuadros de Fito Espinosa. Allí no hay personajes de testas desorbitadas y ojos agigantados, sacudidos por colores que evocan ternura y simpatía y que recuerdan un pueril amor. Son cuadros en los que el contraste de la luz que usaba como técnica los hacía hijos del claroscurismo, viscerales, dice.
“Mi trabajo es una mezcla de arte popular, ilustración, de pintura ingenua, de arte naif, de lo que llaman ahora surrealismo pop, que es una corriente que se dio hace un tiempo y que tiene que ver con el arte popular con el graffiti, es una mezcla unida a mi propio simbolismo”.
Algo se quebró en ese viaje a Europa. Fito empieza a cuestionar su arte. Se debate entre mantenerse en un estilo vanguardista y seguir cosechando premios y ventas seguras en las pocas galerías limeñas, o seguir un impulso que aún no logra definir; pero que asomaba con total libertad cuando dibuja, por ejemplo, para su madre o su novia. Es un trazo infantil, ingenuo, algo que él mismo cuestionaba, en ese entonces, si se trataba de arte. Entonces, inicia un periodo de búsqueda, pintando sobre trupán.
De regreso en Perú, monta su primera exposición en el 2000, bajo el título de “El hombre dividido”. Poco a poco Fito se acercará más al arte naif. Enrique Planas escribió sobre esta exposición en la revista Caretas: “El artista ha quitado de su trabajo la pesada carga del realismo y se olvida de la imagen trágica. Para Espinosa, ha llegado el tiempo refrescante del juego y la ironía”.
“Mi trabajo es una mezcla de arte popular, ilustración, de pintura ingenua, de arte naif. De lo que llaman, ahora, surrealismo pop, que es una corriente que se dio hace un tiempo y que tiene que ver con el arte popular, con el graffiti. Es una mezcla unida a mi propio simbolismo”.
Un realismo bastante alejado del mundo onírico que ha construido Fito Espinosa.
Tras “El hombre dividido” llegaron cuatro exposiciones más que fueron como el preludio de una explosión. En ellas aparecen personajes construidos desde un vértice literario (Malaespina, 2002), recrea con su propio simbolismo los antiguos afiches publicitarios (Mecanix, 2004), emergen imágenes místicas provenientes de las lecturas del polémico Nassim Haramein (Chico lunar, 2007), y como un anuncio antes de la explosión, un fogonazo con Luz Artificial (2008), exposición en la que recién sus personajes se acercan a lo que luego lo convertirían en uno de los artistas más populares del país.
- XXX
El 2009 fue el año en que todo explotó. El amor y las redes sociales tuvieron un papel protagónico en esa explosión. Fito había creado un blog para que sus compradores pudieran ver sus cuadros sin la necesidad de que él les enviará mails con las fotografías.
Por ese mismo tiempo, el pintor aún no se recuperaba del divorcio con su primera esposa, relación de la que tiene una hija, Mara, una nena de 10 años. “Estuve casado más de cinco años. Tras la separación y el divorcio pasé por épocas terribles [la voz crispada]. Pensé que ya no me iba a enamorar”.
Pero Fito sonríe, parece que el recuerdo de María Paz asoma. Y para confirmarlo el silencio de la casa de dos pisos se interrumpe por un chillido agudo. Es Mayu, el hijo de ambos, quien ha empezado a llorar. Unos minutos después, Mayu con unos ojos redondos como canicas y vestido con un pantalón de tela granate y una remera blanca entrará en el taller. Traerá consigo un aire entre curioso y risueño. Se paseará delante del lienzo de casi dos metros que Fito está trabajando, y luego su padre lo alzará en brazos, trámite al que el niño parece bastante habituado. “Ese cuadro ya está. Le falta los retoques, pero la idea conceptual ya está. Ahora Mayu si puede entrar a tirarme sus carritos en la cabeza”.
De esa ruptura, y encuentro del amor nacerá la exposición “Te llevo en mi universo”, una muestra en la cual se consolidan esos personajes coloridos, de trazos ingenuos y cabezas y ojos agigantados, envueltos en una relación de amor, que cautivaron sobre todo al público femenino. La sensibilidad de Fito se podría decir es femenina, si acaso la sensibilidad admite género.
“Cuando me volví a enamorar me pareció tan interesante que en las artes plásticas nunca se haya tomado el tema de las relaciones […] Casi nunca había más de un personaje en mis cuadros. Aborde el tema de la complejidad que es conectarte con otro y, de pronto, todo el mundo colgaba mis cuadros en el Facebook. Fue increíble. No sé, al poquito tiempo tenía cinco mil amigos en mi página. Yo empezaba a poner mis dibujos y a todo el mundo le encantaba. Entonces se volvió una locura”.
Un cuadro de la exposición "La Trama de la trama". (1997)
La locura la rentabilizó con éxito. Al año siguiente, publicó el libro ilustrado “El mundo invisible” que ya lleva cinco ediciones y el año pasado “El capitán de los cielos intermedios”, con un éxito similar. Ya para entonces, había decidido con María Paz, construir un proyecto, juntos.
Ella estaba harta de su trabajo en una agencia de publicidad. A él el amor lo desbordaba. Tras descartar varias opciones, decidieron apostar por una serie de grabados que acabó en el libro “Luz Artificial”. Ella se encargó de la producción y comercialización; él de la creación artística. Él quería crear obras de arte que sin los precios exorbitantes que alejan a las mayorías, ella hacer algo que nutriera también su espíritu. La combinación devino en un negocio exitoso.
- No eres la encarnación de la clásica imagen del artista romántico, enloquecido y apasionado por su pintura.
- En Estados Unidos y Europa, los artistas siguen trabajando su propuesta artística, pero también hacen desde un llavero hasta una escultura de cincuenta metros. Son casi industrias, y me pareció que sería interesante no negar las cosas. Tener una línea de grabados, una línea editorial, de diseño y mi pintura.
Muchos artistas hace rato que jubilaron a los mecenas e ingresaron al capitalismo. Pero el capitalismo es un bicho que seduce y pervierte de formas oscuras. Fito Espinosa pintó un cuadro para la campeona mundial de surf, Sofía Mulanovich, a pedido de Movistar.
Luego, Reebook le solicitó que intervenga un par de zapatillas que se expusieron en las tiendas Ripley, para avalar un concurso que invitaba a personalizar las zapatillas. También un canal de televisión el que le solicitó grabados, y pintó un auto en el Motorshow.
Atendió todos los pedidos. “Eso te da dinero para vivir, pero para mí no se trata de sacrificar mi estética por un tema comercial”. Sus detractores no piensan así.
Su proyección artística es percibida como vacía de sentido y como una clara malbaratización del arte en pos de ganancias económicas. Para él se trata de ser genuino y acercar el arte a sectores más populares. Todo depende del enfoque.
Habría que decir, también, por supuesto, que a las galerías no les sienta nada bien que un artista comercialice directamente su obra. Les arruina el negocio.
“Últimamente me llaman pidiéndome muchas cosas: ropa para niños y adultos, agendas y yo les digo que no […] Qué he hecho yo para que diga que rebajo el arte. Hay gente a la que solo le molesta que tu obra le guste a mucha gente. Si eres popular, entonces tu obra es basura”.
- XXX
Fito acaba de terminar la primera semana de su nueva exposición “Puentes”. La inauguración convocó a cientos de personas. Al finalizar diciembre evaluarán el éxito. Aunque el éxito, es algo tan patente para Espinosa, como la medianía lo es para la mayoría.
Al día siguiente de la entrevista, Fito colocó un cuadro de la exposición en su página de Facebook. El cuadro recibió más de 1, 300 likes y se compartió más de 140 veces. Probablemente, ninguna de las personas que colocó like en la fotografía lo compre. Muy pocas personas compran cuadros que valen casi tanto como un auto. "Ves. Pero están los grabados o los libros", afirma Fito.
Esta tarde, María Paz no está en casa. La nana cuida a Mayu. Fito me invita a recorrer el primer piso. Una esquina de las paredes de hall está poblada con sus grabados. En una repisa están las cerámicas que María Paz diseñó inspiradas en las ilustraciones de “Te llevo en mi universo”, obra que paradójicamente, ella inspiró.
Hay otra sala que es una suerte de mini galería. Una muestra permanente para aquel que esté interesado en comprar una de sus pinturas.
Fito y los grabados del éxito.
Fito, un hombre alto y delgado, de barba y cabellos canos, se acomoda los lentes de carey mientras pasa revista a sus propios cuadros. “En mis pinturas puedo ver mis procesos de experiencia vital. Yo veo mis pinturas desde una perspectiva de sicología-mística, como períodos de autoconocimiento y aprendizaje”.
Parece un hombre reposado, en constante calma; incapaz de esas fiebres creativas que siempre imaginamos, asaltan a los pintores. Pero es un hombre que está dispuesto a hacer todo. Este año grabó ocho canciones que él mismo compuso. El álbum aún no tiene título, pero está trabajando en imágenes que acompañen el disco que lanzará el próximo año. Sus canciones, dice, tienen un estilo algo indie, pero más Synthpop, por el uso de sintetizadores y la ausencia de la batería. No quiere ser reconocido como cantante, es más como un paso adicional a algo mayor.
“Me encantaría hacer un espectáculo en el que esté integrado todo: música, pintura, grabados, movimiento, todo. Ese es el reto”.
Fito, como antes tantos otros artistas, ha invertido los papeles tradicionales. Ha bajado de la corte y se ha dirigido al pueblo. En vez de ser ovacionado solo por una élite ha buscado ser reconocido por el pueblo, y eso le ha valido casi la expatriación de esa élite que alguna vez, también, lo cobijó. No es el hijo prodigo que vuelve, es el hijo mimado que crece, los rechaza y se reconstruye.
El poeta español Manuel Machado escribió: “Hasta que el pueblo las canta, las coplas, coplas no son, y cuando las canta el pueblo, ya nadie sabe el autor”. Si los cuadros de Fito fueran música, se podría decir que el pueblo ha empezado a cantar sus coplas, aunque no sabemos si con el correr del tiempo las recordarán.
Otras crónicas en lamula.pe
Reynoso, el escritor sin biblioteca
Fernando Valencia, el físico escritor