La importancia de Quilca
No solo son sus libros y sus libreros, sino también la libertad que reside aquí, lo que hace del jirón Quilca uno de los espacios más emblemáticos de Lima.
El Arzobispado, que, a través del Colegio Seminario de Santo Toribio, es dueño del terreno donde se encuentra emplazado el Boulevard de la Cultura, en el jirón Quilca, ha interpuesto una demanda de desalojo a los libreros de la Asociación del mismo nombre. Se ha hablado de que en aquel terreno se construirían nuevos establecimientos comerciales así como un garaje. Los libreros, por supuesto, no quieren abandonar el espacio que han venido ocupando desde mediados de los noventa.
El Arzobispado, que tenía un contrato de alquiler con la Asociación y por el cual recibía 2.500 dólares mensuales, ha llevado el caso al juzgado correspondiente. Dicho proceso, que decidirá el destino del inmueble y sus actuales inquilinos, se llevará a cabo recién el 28 de enero de 2014.
La noticia se difundió por los últimos días de noviembre y provocó que tanto la prensa como un buen sector de la opinión pública se manifestaran en contra del desalojo. El argumento más utilizado ha sido que —caído ya lo que alguna vez fue El Averno— el Boulevard es, sin duda alguna, el principal foco de atracción cultural para esa zona del Centro Histórico de Lima. Además que se trata de uno de esos pocos lugares en toda la ciudad, y esta no es una afirmación exagerada, donde es posible encontrar una variedad tal de títulos y precios de libros que las librerías tradicionales no suelen ofrecer.
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Quiero hablar del Boulevard desde dos perspectivas distintas, pero apelando en cada una de ellas a mi propia experiencia vital: como el librero que alguna vez fui en mi vida; y como aficionado a la lectura, en especial a la literatura y a la historia.
Como exlibrero debo decir que en el Boulevard —y en extensión a los demás establecimientos del circuito Quilca-Camaná— uno puede encontrar, sí, los libros que se están vendiendo también en el resto de librerías de la ciudad. La cuestión de los precios es algo que variará en algunos casos más, en otros, menos. Depende mucho de cómo se interactúe con el vendedor de turno como para que se pueda solicitar un descuento.
Sin embargo, en el Boulevard también es posible encontrar algunos títulos agotados o descatalogados y que, por lo tanto, no serían nada factibles de encontrar en las librerías tradicionales. ¿Por qué ocurre esto? Porque ellas, las librerías tradicionales, se encuentran más a merced de las pulsaciones del mercado editorial.
Bien. Un autor o un tema de moda puede inundar tanto a las tradicionales como a las de Quilca, pero las tradicionales (la enorme mayoría de ellas) al ser parte de empresas más grandes, tienen un accionar más regido por la obtención de ganancias. Si ven que algo ya no les resulta positivo, entonces lo devuelven a sus distribuidores o lo rematan lo más pronto que sea posible, como para tener un índice de recuperación. En las de Quilca, en cambio, por su propia naturaleza, los mecanismos de oferta y demanda —aunque ciertamente similares— se conducen de forma distinta. De allí que puedan quedarse con títulos que en otros lugares ya no se encontrarían.
Cada vez que iban a la librería (tradicional) donde yo trabajaba, y me pedían algún texto que sabía que ya no volvería por esos lares —a menos que a alguien o a la misma editorial se les ocurriese reeditarlo, pero esto no siempre ocurría—, los enviaba directamente a Quilca. Y es que allí cabía la esperanza de encontrar —con algo más de esfuerzo, eso sí— el escurridizo texto.
Como aficionado a la lectura puedo decir que en Quilca uno podrá encontrar ciertas librerías, ciertos libreros, con los cuales establecer una sólida empatía en materia de temas o gustos compartidos. La constancia lleva a la confianza. El 'casero' toma cuerpo y, quién sabe, con algo de tiempo se puede convertir en el amigo. Lo que, por cierto, se condensa en descuentos mucho más generosos o, también, en la opción de guardar un libro por unos días extras, hasta que la liquidez del bolsillo lo permita adquirir sin problemas.
Esta clase de relaciones también se pueden establecer con los libreros de las tradicionales. Pero, aquello resulta siendo algo cada vez más extraño. La figura típica, en muchas de las librerías de Lima, es que el vendedor solo sea eso: un vendedor. Lo que deriva, inevitablemente, en que el libro sea tratado, por lo tanto, únicamente como mercancía que tiene que ser expendida tarde o temprano. En suma, un bloque de papel que se exhibe en los anaqueles y que debe circular rápidamente para sacar del almacén al resto de bloques que allí esperan.
El librero que no se preocupa únicamente por vender los libros es, en cambio, alguien curioso y poseedor de un espíritu de maestro. Estará dispuesto a empaparse de mayor conocimiento, por sí mismo y por contacto con sus clientes; y también a compartir sus opiniones, muchas veces esperando contrastarlas con aquellos que lo así se lo hagan notar.
El que solo vende libros es un canal de agua que ayuda a regar nuestros dominios mentales. El otro tipo de librero es, más bien, parte de una corriente en la que podemos —si así nos lo permitimos— empaparnos y dejarnos llevar.
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El año pasado, en el marco de Centro Abierto, se seleccionó un proyecto del arquitecto Elio Martuccelli que destacaba la importancia del jirón Quilca a través de su significado en la historia de la ciudad. La intervención consistió en extender una línea roja a través de la Plaza San Martín continuando el trazado de Quilca. El proyecto se llamó 'Una raya en la cuadrícula. La línea roja de la historia'. Martuccelli explicaba así su intervención: "Pocos usuarios dela Plaza San Martín saben que el Jirón Quilca posiblemente es, desde siglos, el camino a la mar y que del otro lado se llega a la sierra de Lima. El Jirón Quilca podría representar esa antigua y eficiente organización regional basada en el intercambio y es una de las vías en el centro de Lima que se resistió a ser borrada luego de la fundación española de la ciudad (...) la demarcación de esta línea roja en el Centro de Lima propone la emergencia temporal de la antigua dirección Este-Oeste, haciendo visible para el transeúnte una huella en la historia y la geografía de la ciudad."
Dos conceptos claves son revelados en esas palabras: intercambio y resistencia. No son casuales si se considera que en más de una oportunidad se ha calificado a Quilca como 'el bastión contracultural de Lima'. Dicha aura no surge tan solo por la presencia de los vendedores de libros y vinilos que se encuentran establecidos en ella o por la organización de recitales y conciertos —para nada masivos— en sus rincones. También hay que tener en cuenta —con una antigüedad mayor a los propios libreros— la presencia de dos bares tan emblemáticos para la movida nocturna del Centro: el Queirolo y Don Lucho (también conocido como 'La Rocola'). Generaciones de escritores y aspirantes a escritores, así como de otros artistas y activistas han encontrado albergue en en ellos. Como para completar la leyenda, se dice que en Quilca vivió César Vallejo durante los años que le tocó trabajar como profesor del colegio Guadalupe. Inclusive se señala a este como el sitio donde se hallaba el inmueble que él habitó:
Quilca, entonces, se halla impregnado de un aura de libertad —una especie de libertad amparada en la confluencia de lo diverso y en la efervescencia de la creatividad— que no es tan común en la Lima de hoy. Y eso, sí o sí, tiene que ser preservado, más aún, en estos tiempos de furia disfrazada de razón.
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PD: Una interesante crónica sobre lo que significa recorrer Quilca y sus sitios más emblemáticos la encuentran acá.
Escrito por
Literatura. Historia. Arte. Lima. Y también dibujo ciudades en mis ratos libres. @dinamodelima
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