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Emily Dickinson: la imperfección como vitalidad

El 10 de diciembre se conmemoró el nacimiento de la poeta norteamericana Emily Dickinson, por lo cual hacemos un breve comentario de su poesía.

Publicado: 2013-12-12

Los poemas de Emily Dickinson deben recitarse con pausas. Se toma el aire y se expulsa un sonido que raspa. Cada verso con sabor de cuchillo, con aroma de un mundo extraño. Dickinson expresa a través de guiones y quiebres una voz que penetra en las cicatrices de la existencia.  

Poesía que reconforta a base de hacernos aceptar las pérdidas, las angustias, de no rehuirlas sino reconocer en ellas una inspiración. Poesía de lo inconcluso, esto es, de aquello que nunca se cierra, que nunca concluye.

La perfección no es la senda para Dickinson. Por ejemplo, para ella uno de los rostros de la perfección era la cordura, es decir, el estado de las almas prosaicas, de las costumbres pedestres. Desviándose de esta normativa reconocía que "Una locura extrema (...) es la más alta sensatez". Sin embargo, la cordura común es la que prevalece, condenando a quienes rehuyen su control: "Disiente y te pondrán una cadena / por peligroso" nos recuerda su poema 435.

A nivel formal los poemas de Dickinson tienen una estructura fragmentaria que se aprecia mejor al recitarlos. Estas pausas, esos cortes de ritmo, representan sonora y visualmente un conflicto poético: asir la Belleza es un acto inútil, que en el mejor de los casos ofrecerá solo un simulacro. Al respecto atendamos estas líneas: "La Belleza no existe - Es - / Persíguela, y desaparece - No la persigas, y perdura -".

Si por un lado el poeta es quien "destila asombroso sentido", también podría ser un derrotado al no alcanzar la forma deseada. Pero en esta contradicción radica la riqueza de su poesía, en reconocer a la imperfección como la verdadera vitalidad. De esta manera lo que más se anhela es lo inconcluso, lo que no acaba, por esto el poema 627 sentencia: "El matiz que no puedo alcanzar -es el mejor-."

Por esto mismo, en el poema 520 el mar que la abandona, que se va, es el recuerdo más glorioso e intenso. No es la presencia real ni la armonía  lo que se desea sino los estados oscuros. No en vano la esperanza de la que habla Dickinson solo es más dulce en el vendaval.

Esto es lo que rescato de Dickinson, la imperfección como poética vital. Reconocer en la muerte, en la locura, en el desegaño y las penas no situaciones que deban evitarse o asustarnos, sino aprendizajes, lecciones para que la vida sea vivible. Un equilibrio con el caos y el thanatos, alejados de las seducciones de la felicidad, la luz o la razón. Se trata de aprender a ver en la claroscuridad, por esto el poema 1129 concluye diciéndonos: "Que la verdad deslumbre gradualmente / no sea que quedemos ciegos".


Escrito por

Christian Elguera

Escritor y corresponsal de literaturas indígenas en Latin American Literature Today


Publicado en

Redacción mulera

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