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Gravedad: casi una obra maestra

Publicado: 2013-12-06

[Advertencia: aquí hay spoilers. Pocos, pero hay.]

Gravedad, la película del mexicano Alfonso Cuarón, se acerca con cierta insistencia al estatuto de una obra maestra, pero no lo alcanza. Y es una lástima, pues ciertamente Cuarón (que ya ha demostrado antes ser un cineasta de interés y potencial, especialmente en su consagratoria Hijos de los hombres) despliega aquí una maestría técnica y una imaginación visual de primerísimo nivel y se hubiera merecido un resultado aún mejor que el que en última instancia consiguió.

Tales maestría e imaginación están ampliamente a la vista en los primeros 17 minutos del film, un prolongado plano-secuencia que sitúa a los espectadores, con precisión y sutileza, en el desacostumbrado escenario en el que ocurrirá buena parte de las acciones (la inmensidad del espacio exterior, con desprotegidas figuras humanas en órbita más allá de la atmósfera terrestre).

Narrativamente, la secuencia sirve también para presentar —de forma quizás algo esquemática, pero efectiva— a los dos personajes centrales y casi únicos de la trama: la Dra. Ryan Stone (Sandra Bullock), una experta en ingeniería médica enviada a poner en funcionamiento su nuevo sistema de telecomunicaciones en un satélite, y el veterano astronauta Matt Kowalsky (George Clooney), comandante de la misión aquí en su último paseo espacial antes del retiro.

Pero más importante que eso, creo, es que esta larga secuencia instala en la película la que será una de sus dos metáforas visuales dominantes, enfatizada sin pausa en casi todas las escenas: la conectividad entre los individuos aislados y su necesidad de anclajes, expresada como un vínculo básico y material, además de necesario, entre sus cuerpos (atados el uno al otro por cables y ganchos), y también como una búsqueda urgente de apoyos en estructuras sólidas a las cuales aferrarse, so pena de sus propias vidas.

Aferrarse y dejarse ir son, en efecto, los polos profundos de la tensión narrativa en este film y los núcleos de su significado. Y su resolución última pasa por la segunda de las metáforas visuales que mencionaba líneas arriba: el (re)nacimiento. Menos insistente que la anterior, esta metáfora se hace explícita casi inmediatamente después del plano-secuencia inicial, cuando Stone, ya desprendida del cuerpo de Kowaslky, logra ingresar finalmente en la dañada Estación Espacial Internacional y sale del traje de astronauta que la envolvía. Semidesnuda, con la ansiedad de los momentos previos empezando a disiparse, empieza a flotar en el espacio contenido en ingrávido de la cápsula de entrada y adopta poco a poco una posición fetal, imagen reforzada por los casi umbilicales cables que la rodean.

A partir de ahí, lo que la película narra es su vuelta a la vida, un proceso que para Stone es tanto una decisión personal como una aventura física de sobrevivencia. La decisión de no dejarse ir, precisamente. La metáfora del (re)nacimiento regresa hacia el final del film, con el débil, entorpecido cuerpo de este personaje tendido entre aguas que semejan las de un parto y poniéndose de pie con las piernas titubeantes de un animal recién nacido.

De esta manera, el campo de significados que Gravedad quiere explorar (y en buena medida consigue hacerlo) es de un orden metafísico y versa sobre la soledad de la experiencia humana y los puntos de contacto entre los individuos que la sufren; sobre la decisión de estar vivos —o de continuar viviendo— como algo íntimo y en esencia emotivo, no racionalizable; sobre el apego y el desapego como la dialéctica central del modo en que existimos en un cosmos tan hermoso como indiferente, tan azaroso y accidentado como incalculable.

Y todo ello sin olvidar (Cuarón no parece haberlo hecho) que se trata de un producto hollywoodense de primera línea, una película de acción que cumple puntualmente con los requisitos del género y puede ser vista y disfrutada también de esa manera.

(Hay que mencionar asimismo del excelente uso que Cuarón y su director de fotografía, el también mexicano Emmanuel Lubetzki, hacen de la tecnología 3D, la cual —véase Pina, de Wenders, Hugo, de Scorsese, o La cueva de los sueños olvidados, de Herzog— hace rato dejó de ser un mero añadido al espectáculo y se convirtió en un elemento estético válido en sí mismo, cuando está en buenas manos. Gravedad, me parece, cabe muy bien en esa lista).

Decía al principio que Gravedad no alcanza el estatuto de obra maestra que algunas de sus secuencias y sus ambiciones insinúan. No lo hace. Se lo impiden cuatro aspectos que hubieran debido quedar en el piso del suelo de edición, y en vez de ello adquieren creciente importancia conforme la trama progresa y acaban dominando su segunda mitad.

Primero, un guión a ratos esquemático y mecánico (del propio Cuarón y su hijo Jonás), meramente funcional a la espectacularidad de las imágenes y a los puntos de inflexión estándares de un film de acción. Segundo, una tendencia al sentimentalismo y a una vaga espiritualidad, que no termina de resolverse (y que, en ocasiones, las imágenes contradicen). Tercero, una partitura intrusiva y machacante, que en momentos clave nos hace olvidar la belleza de los silencios con que Cuarón trata sus imágenes del espacio. Y, cuarto, la presencia de Sandra Bullock, cuyo limitado rango actoral no alcanza para sostener una película que depende de ella y termina haciéndola aún más plana y mecánica de lo que debería haber sido.

A pesar de estas objeciones, Gravedad es una buena película. Recomendable, sobre todo en 3D.


Escrito por

Jorge Frisancho

Escrito al margen


Publicado en

Redacción mulera

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