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La verdad sobre Tilsa Lozano

Publicado: 2013-12-01

No quiero ser moralista (no lo soy). No quiero decir que el reciente revuelo, aún no concluido, sobre la farandulera Tilsa Lozano, el futbolista (casi escribo "ex futbolista" acá, pero seamos generosos), y las "revelaciones" de la primera en un programa televisivo cuyo nombre es demostrablemente falso en sus dos términos (ni valor, ni verdad), es pura y llanamente un montón de basura. No quiero decir que nos embrutece, que nos degrada y degrada a sus participantes (incluso a aquellos que han hecho de degradarse a sí mismos una lucrativa profesión, que llaman "periodismo"). No quiero decir que nos distrae y nos confunde. No quiero decir que no tiene ninguna importancia, o que, más bien, tiene lo contrario a la importancia. No quiero decir que nos daña.

Así que diré otra cosa. Diré que los moralistas son ellos. Falsos moralistas, como todos. Moralistas de radionovela. Porque, ¿cuáles son los temas de este episodio que mañana olvidaremos, que ya estamos olvidando ahora mismo? Si se hiciera una de aquellas nubes de palabras que tan de moda se han puesto, veríamos estas: "familia", "responsabilidad", "matrimonio", "honestidad", "verdad", "mentira", y variados afines (las que no veremos, y que son las más ciertas: "plata" y "sexo"). 

Es decir, los temas centrales de la moralina contemporánea, de los que nos hablan sin cesar políticos y obispos, opinólogos de todo cuño, matronas de todos los géneros, y que ya cansa.

Y diré también que este psicodrama mañoso, tan prefabricado como el busto de Tilsa, tan intrascendente como Juan Manuel en la cancha, toma aquellas palabras, las vacía por completo de su sentido para llenarlas con otros (plata, sexo) y nos las devuelve como quien dice la verdad cuando sólo está diciendo una mentira.

Porque no importa lo que esa señorita haya "revelado", ni lo que aquel futbolista haya hecho o dejado de hacer. Lo que importa, como en las radionovelas a las que me refería y todos sus avatares contemporáneos, es la forma en que sus palabras y sus actos confirman y reafirman nuestros prejuicios sobre la realidad en lugar de decirnos algo nuevo, o algo bueno. Hombres descocados y dúplices. Mujeres engañadas y sufrientes. Todo lo hice por amor. Lo único que quiero es rehacer mi vida. Un comercial y volvemos.

Ayer, la señorita Lozano afirmó que lo que le dolía no es lo que le hicieron, sino que, después de hacérselo, el culpable no haya "recogido su mierda". El caballero que la entrevistaba asintió y dijo: "tus palabras son sabias. Se puede hacer mierda, pero luego hay que dejar las cosas como estaban". (La palabra "mierda" quizás haya sido la más verdadera ahí, y también la más valiosa).

Esta mañana me pregunto quién vendrá a recoger la que ellos han hecho. Y me respondo que nadie. Seguiremos por unas horas más sumiéndonos en ella. Y luego vendrá más, y así vamos.

Así, pues, la verdad sobre este episodio en la vida de Tilsa Lozano (y en las nuestras, aunque no lo querramos) es que no hay tal cosa. La verdad es que toda esta farsa ni siquiera entretiene, porque todo lo que nos dijeron lo sabíamos. La verdad es que aburre. La verdad es que no fue nada, y ahí debe quedar. Que se vayan nomás. Pasamos la página.


Escrito por

Jorge Frisancho

Escrito al margen


Publicado en

Redacción mulera

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