La ciudad no termina de entrar por las ventanas, sino que se detiene en el mercado y aguarda junto a las luces que lo alumbran. Esta es la familia Amancay Huamán y las fotografías de Daphne Carlos son una crónica sobre cómo transforman el espacio en el que viven. Es un restaurante para los trabajadores del mismo mercado en un segundo piso alquilado en El agustino, es una casa para una madre soltera y sus cuatro hijos, un insospechado lugar de juegos para los niños, también una esquina que recibe sombras y ojos abiertos.

Las bolsas también cambian cuando las luces de la tarde las tocan. Las mesas en las que comen los trabajadores se voltean y podrían primero convertirse en barcas pequeñas y cuadradas para los niños y estos a su vez en piratas, para después adoptar su forma final de la noche: “paredes” que sostienen separaciones para dormir. Esto es justamente lo que llamó la atención de la fotógrafa, la transformación de los objetos básicos dentro de la cotidianidad de esta familia. Los niños nunca dejan de jugar, de trabajar y buscan y cambian lugares imaginarios sobre el lugar físico para estudiar y construir sus espacios compartidos. Todo en su casa se mueve, incluso más que ellos y sus juegos.

Las luces de la calle son intensas y hacen que todo sea distinto, multiplican las sombras, el contraluz, inventan fantasmas que tienen el ruido de los camiones entrando y saliendo a cualquier hora o la forma del vapor de las ollas y platos servidos a desconocidos y otros ya caseritos. A veces los niños preguntan sobre sus padres, pero no hay respuesta. A veces la hermana mayor parece cansarse pero se sienta, respira y regresa sobre los más pequeños. La madre observa su casa y sabe que nada ha sido fácil, pero todos se guardan juntos y crecen en el mismo lugar que se transforma cada día y los convierte a ellos en otras personas, de esas imprescindibles porque no se detienen.

“Un lugar sin gravedad busca documentar la realidad de una familia que desenvuelve su vida afectiva, laboral y social en un mismo espacio. Me interesaba indagar visualmente la relación entre la familia y espacio. Si bien todo proyecto familiar se desarrolla en un mismo lugar, lo particular de la familia Amancay Huamán es haber adaptado un solo espacio a sus necesidades básicas: supervivencia económica y emocional. Ellos han practicado una contra-arquitectura forzada. Aquí las personas y los objetos rotan e intercambian lugares cada día. A lo largo del tiempo que he visitado a la familia nunca encuentro el espacio igual”, comenta Daphne Carlos.

Y en él, la madre lava las ollas y comienza su jornada en la cocina como todas las mañanas a las cinco en punto. Los clientes llegan a veces mientras sus hijos empiezan con el desayuno antes de ir al colegio y terminan por convivir con ellos, por conocerlos y adoptarlos también como parte de su día de trabajo. La hija mayor escribe la lista de cosas que hay que comprar para preparar el almuerzo. Pronto todos transitaran por su casa, entre sus cosas arrimadas. Personas que ya conocen, a veces extraños que viven fracciones del día en su propia casa, un segundo piso de 12 x 7 metros sin divisiones excepto por unas maderas que bordean el área destinada a la cocina. Y nada lo es. Quizá la ciudad no termina por alcanzarlos ya que salen muy poco de su espacio, pero el mercado se interna junto a ellos, las personas que acuden a él, la realidad sobre cada uno: migración, miseria y la fuerza para seguir, aprender, jugar y sonreír como lo hacen los niños de la familia Amancay Huamán que otorgan sus propios juegos sin presentir demasiado lo demás.