Brasil vivió en junio una catarsis nacional. La presidenta Dilma Rousseff buscó acelerar el paso para que Brasil se convierta en una potencia global. Sin embargo, las iniciativas tomaron un nuevo impulso: el Campeonato del Mundo de Fútbol el 2014 y los Juegos Olímpicos de Río en el 2016. Así, beneficiado por una buena imagen pública lograda por su antecesor Lula y sus políticas de inclusión social, el Brasil desarrollista podía con todo y se impuso al mundo como una potencia benévola e inclusiva.  

Por ello, nadie esperaba aquellas manifestaciones de junio que llevaron a las calles a centenares de miles de personas en las principales ciudades del país, cansadas de las deficiencias de los servicios públicos, educación, sanidad, y la percepción de una clase política relacionada con la corrupción y la desidia. Ni siquiera lo esperaba la propia presidenta, pese a que protestas aparentemente similares habían estallado también en otros países.

¿En qué momento preciso la presidenta fue consciente de la gravedad de la situación y de la necesidad de reaccionar políticamente? Dilma, en una entrevista a El País hace un repaso de lo que fueron las mayores manifestaciones brasileñas en décadas.

La mandataria señala que la clase media brasileña fue la protagonista de las protestas, en una llamada de reivindicar un nuevo contrato social pese al fuerte crecimiento económico de los últimos años, o justamente a consecuencia de ello.

"Esas manifestaciones fueron fruto de dos procesos: la democratización y el crecimiento. El crecimiento del salario, del empleo, del crecimiento de las políticas sociales que elevaron a la clase media a millones de personas. Esas personas que salieron de la miseria tenían reivindicaciones relacionadas con cuestiones de salud, de educación, de movilidad urbana", indica Rousseff.

Sin embargo, la lideresa aclara que se trata de una "nueva clase media", que no se puede comparar con patrones de renta que pueden tener, por ejemplo los estadounidenses. "Si sumas la clase media que hoy es mayoritaria en Brasil en términos porcentuales, con las clases alta y media alta, tienes un 60% del país", sentencia. Como resultado, a pesar de que las políticas de Dilma se centran principalmente en los estratos más pobres, admite que "tenemos que tener una política para las clases medias en lo que se refiere a la calidad de los servicios públicos". 

Y es que la Caja de Pandora se abrió para la sociedad brasileña. "Las personas, siempre, cuando tienen democracia quieren más democracia. Cuando tienen inclusión social, quieren más inclusión social", señala la mandataria y añade que "salir de la miseria solo es el principio. Es el principio de otras reivindicaciones. Eso es que las protestas muestran".

Respecto al papel del Gobierno, Rousseff afirma que debe escuchar la voz de las calles. "Un Gobierno no puede quedarse aislado escuchándose a sí mismo. Ser capaz de convivir con manifestaciones es intrínseco a la democracia", sentencia.

Y es que la mandataria cree firmemente que "mirar a las manifestaciones como algo que tienes que escuchar y no reprimir es fundamental". Como consecuencia a las protestas, la presidenta propuso cinco grandes reformas con la intención de sacar adelante su ambiciosa agenda en temas sociales, sanidad, infraestructuras de transporte, así como cambios políticos para favorecer la transparencia y frenar la corrupción endémica.

Por el momento, las aguas están calmadas en Brasil y Rousseff se consolida como favorita para las elecciones de octubre de 2014. La presidenta tiene una intención de voto del 42 al 43 %, según una encuesta de la semana pasada realizada por el Instituto Ibope.

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