Carlos Calderón Fajardo, los muchos estilos
El homenaje que Carlos Calderón Fajardo recibirá el viernes 22 a las 7 p.m. en la Casa de la Literatura Peruana, nos hace escribir unas breves líneas sobre su prolífica obra.
Lo primero que me sorprendió de Carlos Calderón Fajarado fue cómo lograba construir a una personaje con tan sólo unos trazos, sin muchos rodeos ni descripciones. Un trabajo de pulir que se forja con los años y la sapiencia. Esta fue la impresión que me dejó su novela La noche humana, que trata sobre los años bohemios de Helva Huara, Anaïs Nin, César Vallejo y Gonzalo More.
Debido a mi devoción por los libros góticos alguien me recomendó El viaje que nunca termina, novela que Calderón Fajardo escribiera en 1993. El dato llamó mi atención de inmediato, pues salvo Clemente Palma no conocía otro escritor peruano que hubiera incursionado sensu stricto en la estética gótica. Tras algunas vueltas por Quilca y Amazonas aquel libro se convirtió por años en inhallable para mí, pero finalmente pude conseguir uno de los ejemplares de la primera edición.
El viaje que nunca termina conforma ese limitado corpus de vampirismo en la literatura peruana, acaso el más filiado a esta modalidad. A partir de la historia sobre la llegada de la legendaria Sarah Hellen a Pisco, esta novela nos muestra a un Calderón Fajardo que se sumerge en abismos inquietantes: el tiempo, la eternidad, la locura. Sobre esta novela la crítica Catherine Lozano ha señalado que refleja "la eterna navegación que el hombre realiza en y hacia la muerte". En la reedición que hizo ediciones Altazor (2009), el autor incluyó una nota final, “La vampiro que hace milagros", que es, en buena parte, una manifiesto sobre la literatura gótica.
Cuando concluí la lectura de El viaje que nunca termina reconocí nuevamente aquella capacidad para presentar a los personajes sin rodeos, claros, nítidos y tan íntimos: esto hace que los personajes de este autor sean difíciles de olvidar. Esto también puede apreciarse en su faceta como cuentista, pienso sobretodo en "Gyula", cuento incluido en Historia de verdugos (2006) y que, además de continuar con la línea vampírica -ahora de manera más sutil y simbólica- incursionaba también en el tópico literario del doble.
A su interés por lo fantástico cabría añadir lo policial, tal como se aprecia en el diseño de La conciencia del límite último. Pero si El viaje que nunca termina y La conciencia del límite último son nouvelles o novelas breves, Calderón Fajardo también nos ha ofrecido otro tipo de novelas que problematizan las relaciones entre la ficción y lo histórico: La segunda visita de William Burroughs y La conquista de la plenitud.
Por otra parte su novela El huevo de la iguana se alinea en la tradición de la novela que configura o retrata preocupaciones nacionales. Tomando como ejemplo alegórico el retrato de Talara (paragón del Chimbote de Arguedas en El zorro de arriba y el zorro de abajo), se configura una preocupación socio-política sin descuidar la atención sobre las vidas íntimas de personajes como Anacleto Ancajima o Edmundo Maldonado. Esta novela además, como ha indicado el crítico Giancarlo Stagnaro, mantiene vínculos "con una tradición ancestral, como lo es el chamanismo del norte del Perú".
He admirado a Calderón Fajardo por su escritura versátil, por el amplio catálogo de estilos que ha presentado a lo largo de su obra; por seguir aún ofreciendo a los lectores el testimonio de su lucha incansable con la escritura, con la ficción, ya sea como novelista o cuentista, desde las riberas góticas, metaficcionales o sociales.
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Escrito por
Escritor y corresponsal de literaturas indígenas en Latin American Literature Today
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