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Que no se escape

Publicado: 2013-10-12

Mirko Lauer en su columna de hoy, opina sobre la polémica desatada por el viaje del presidente Ollanta Humala a Francia sin permiso del Congreso.  

Hizo un pequeño recuento los últimos viajes escandalosos de presidentes, sobre todo el de Alberto Fujimori quien desde Japón, renunció a la presidencia por fax. Dijo que nunca ha tenido utilidad, más allá del gesto protocolar pero que aún ese permiso está vigente por las malas experiencias que ha tenido el país con diversos presidentes.

Aquí, la opinión de Mirko Lauer publicada en La República:


La norma que exige permiso del Congreso para viajes presidenciales al exterior no tiene mucho sentido. El premier Juan Jiménez la ha llamado arcaica, como si fuera un dispositivo que ha perdido utilidad. En realidad nunca tuvo utilidad, más allá del gesto protocolar de sometimiento de un poder del Estado a otro. Pero hay ambivalencia en todo el asunto.

El permiso se vincula con la leyenda negra del viaje del presidente Mariano Ignacio Prado, para comprar armas en 1879, sobre el cual todavía hay polémica. Unos consideran que aquella expedición fue una fuga, mientras que otros la consideran autorizada por el Senado de ese momento. El incidente echó una sombra sobre los viajes presidenciales, y ciertamente sobre Prado.

De allí el impacto que tuvo en la población la renuncia faxeada por Alberto Fujimori desde el Japón en el 2000 (luego de una cumbre de APEC): con el asilo concedido al ciudadano Fujimori, el temido viaje presidencial antiperuano al extranjero se había materializado. Lo cual a su modo confirmó el sentimiento de que los presidentes deben desplazarse al exterior con rienda corta.

El lado más amable de esa moneda fue por muchos decenios el atractivo que tuvieron las visitas, siempre autorizadas, de los presidentes peruanos al exterior. Una gira internacional solía ser garantía de aumento en la popularidad de un presidente, y signo de la presencia del Perú en el mundo. Le funcionó a Manuel Prado; ciertamente le funcionó a Fernando Belaunde a su vuelta de Punta del Este, en 1966.

Era un tiempo en que los presidentes viajaban bastante menos que ahora, y su presencia en las grandes capitales del mundo era algo apreciado localmente. Cuando después de 12 años de sedentaria dictadura militar los presidentes civiles volvieron a viajar fuera, las cosas habían cambiado: los desplazamientos cobraron cada vez más un rostro práctico, casi burocrático.

Ahora los presidentes viajan al exterior como locos, funcionan a menudo como un club de amigos jetseteros, y acumular millas es parte importante de su mandato. La globalización es una reunión presidencial. Nadie gana puntos por haberse trasladado al espacio internacional. El trámite de las autorizaciones de un Congreso desacreditado se ha convertido a su vez en una mesa de partes.

No hay duda respecto de que Ollanta Humala ha infringido la norma con su pascana en París, una infracción venial, al menos en lo formal. Sobre lo que sí hay dudas es sobre la importancia de esa norma. Quizás es una buena oportunidad para empezar a relativizarla, y a quitarle a la presidencia esa traílla constitucional, que ha demostrado no aportar nada, ni impedir nada.


Escrito por

Diana Chirinos

Ciencias de la Comunicación. USMP. Música, cine clásico, deportes, política, lectura.


Publicado en

Redacción mulera

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