- II
Desde su primer ingreso hasta 1952, año en el que fallece dentro del hospital, Madueño llega a pintar innumerables cuadros durante más de veinte años. Los pasadizos del hospital y las caminatas por los patios, jardines y distintos pabellones, cerca de la avenida a pesar de sus cercos, serían todo en su vida. Y por ello escribe y pinta, muda su cabeza y decreta que debe crear dentro de esas paredes en las que está obligado a vivir. Sus personajes aparecen, lo apresan, lo instigan, lo sueltan y revolucionan sus pasiones. De las cabezas de ellos, salen otras más pequeñas e ilustra entonces la voz -¿esa voz? un diagnóstico- la posible voz que rascaba su nuca o lo descascaraba como a un techo viejo o cielo que descendía cual boca llena de moho balbuceando su nombre, dicho al revés, cantado, gritado, expulsado, parido, abortado.
Sudor frío bajo las uñas. Se puede ir y regresar, sí, tener miedo y regresar de la locura, pero cada cosa será distinta, solo habremos conocido el temblor sobre la nuca cuando el piso desaparece y la muerte nos suspende, nos lame como a sus cachorros moribundos por el destete, abiertos, pero tiernos, solos, desgraciada y absolutamente solos mostrando los intestinos como plásticos mansos.- III
¿Cómo se ubica el deseo de un cuerpo que ha trastocado sus afectos o contactos? En su piel habitan otros que no existen, en su sexo. Su voz tiembla queriendo morder una mujer que recuerda, que confunde, que tocó y sobre la que rió desnudo cuando pertenecía a este lado. ¿Cuál? La serie Amor, de Madueño, es justamente ese lado erótico, con humor, con dolor, con la ternura de quien hace el amor con torpeza. En sus dibujos todas las mujeres son una. Llevan el mismo rostro y los pechos desnudos, grandes. Bailan mientras son penetradas, felices, aman de manera desesperada. Las mujeres posan y se tocan, posiblemente como lo hace el que las observa desde una imagen que toma de algún lugar (enfermeras, doctoras del jardín) y la convierte en un espejo de carne, que repite, que imita, que grita el placer junto a todas las otras voces que explotan con los mismos latidos entre las piernas, el corazón y una boca seca por el resoplido, por el acto a solas. Dentro las cosas son iguales, el ardor, la prisa, el deseo, la respiración, fuera, a falto de tacto, de otro, las imágenes y todo lo anterior se vuelcan en dibujos que tocan su sexo y lo consuman.
- Nota
La pinacoteca del Centro de Investigación de Psicopatología de la Expresión y Terapia por el Arte de este nosocomio exhibió en el 2007 parte de esta colección que ahora comparte con La Mula. Fue expuesta junto a la obra de otro paciente anónimo: El Maestro de las calaveras. La curaduría estuvo a cargo de Diana Bustamante Montoro (curadora del Museo del Hospital Víctor Larco Herrera) y Ricardo Ramón Jarne (ex director del CCELima y las fotografías fueron tomadas por Miguel Angel Bazán).
Se agradece la participación del Patrimonio Histórico delHospital Victor Larco Herrera
Publicado: 2013-10-09
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Redacción mulera
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