"Sin candidatura a la vista la imagen de Heredia se libra de las acusaciones de usurpación, y así puede empezar a cobrar nuevos tipos de lustre", opina Mirko Lauer a propósito de las declaraciones de la primera dama en cuanto a su 'no candidatura' a la presidencia. A continuación, compartimos su opinión completa en la columna de hoy, publicada en La República. 

Ollanta Humala siempre fue algo ambiguo en el tema. Pero ahora Nadine Heredia ha descartado su propia candidatura presidencial en términos que no dejan lugar a dudas. Con lo cual el panorama de la especulación política futurista cambia de manera considerable. Por ejemplo, si el humalismo quiere la continuidad, va a tener que buscar fórmulas más elaboradas que la llamada reelección conyugal.

Pero en la medida que no tiene suplentes a la vista para el 2016, Humala puede volver a ser visto como un gobernante estándar, al que ahora solo le quedan tres años para realizar sus fantasías presidenciales. A los nacionalistas que sí pueden ser reelegidos se les complica la cuestión. Sin Heredia y sin alianza con la izquierda, y herederos de un desgaste quinquenal, su aislamiento va a ser intenso.

Un gobernante estándar con problemas estándar. ¿Cómo enfrentar un tiempo de vacas enflaquecidas y protesta robustecida sin seguir perdiendo popularidad? De alguna manera la idea de la candidatura de Heredia, cierta o atribuida, le daba una cierta proyección a la presidencia Humala. Ahora 2016 parece un muro contra el cual ella se va a ir estrellando, como les ha sucedido a los anteriores mandatarios.

En el club de los precandidatos deben estar descorchando, como es usual, unos champagnes prematuros. La izquierda debe estar imaginando el desbande del electorado nacionalista, su paso de humalista a, otra vez, antisistema. En la derecha deben estar celebrando la desaparición de un peligro centrista con capacidad de robar votos a lo largo de todo el espectro ideológico. Además, una mujer menos en la competencia.

¿Por qué decidió Heredia impedir que la bola siguiera rodando? Su participación en frenar la compra de La Pampilla sugiere que ella es buena haciendo cálculos de costo-beneficio, y su candidatura era uno de esos casos calculables. Las encuestas estaban dando un mensaje claro sobre los efectos de una candidatura cuestionable. Después de todo, fue allí que empezó la caída de Alberto Fujimori.

Es obvio que con su desmentido no concluye la carrera política de Heredia. Viene a la mente el viejo dicho: “Date a deseo y olerás a poleo”. Sin candidatura a la vista la imagen de Heredia se libra de las acusaciones de usurpación, y así puede empezar a cobrar nuevos tipos de lustre. La idea de la primera dama a la que un respeto por las leyes lleva a abdicar de una presidencia segura no suena mal.

Sin embargo, algo de suspicacia va a seguir flotando en el ambiente, hasta el cierre de la inscripción en el JNE. En especial, si Heredia sucumbe a la tentación de creer que luego de su tajante desmentido ella puede pisar el acelerador de la primera dama supercargada y de alto perfil. Quienes no quieren verla de candidata tampoco quieren verla demasiado independiente de su presidencial esposo.

Tomado de La República

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