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Labradores del "éxito"

Cinco historias de familias que con o sin ‘ají de plata’ son ganadoras a punta de esfuerzo y dedicación. Mucho más allá de la anécdota mediática, la feria gastronómica "Mistura" que se realiza todos los años es el testimonio de miles de familias con historias de sacrificio, perseverancia y éxito; dignas de resaltar.  Por: Enrique Larrea Quiroz.

Publicado: 2013-06-30

La estrella de la papa nativa  

Esta última semana a Julio Hancco Mamami le tocó vivir lo que nunca imaginó. Reporteros que se pelean por su atención, flashes, cámaras, hombres y mujeres que se apresuran a felicitarlo con un robusto apretón de manos. La atención no es gratuita. Él es la gran figura entre los agricultores del producto estrella de Mistura: la papa nativa. A sus 58 años, don Julio obtuvo méritos suficientes como agricultor, en su querida y altiplánica comunidad de Pampacorral (Valle de Lares, provincia de Calca, Cusco).

Multiplicó de 82 a 215 las variedades de papa legadas por su padre. Hoy, con la ayuda de Slow Food y la Asociación Nacional de Productores Ecológicos del Perú, ha procesado su primera producción propia: “Sumac Chips“, papitas de colores que ya se han vendido en Italia.

Hancco confiesa con orgullo que siente seguro el legado de sus padres. Sin duda, la papa nativa vive hoy más que nunca gracias a él y a sus compañeros campesinos.

La modestia del mejor cacotero

La prensa, frenética, persigue a Astrid, esposa de Gastón Acurio, por el Rincón del chocolate, mientras Juan Santiváñez Artica, el mejor productor de cacao del Perú, se hace a un lado para dejarlos pasar. “¿Quién es ella?”, pregunta intrigado. “La esposa de Gastón Acurio”, le respondo. Asiente sin inmutarse. Continúa con su historia: 75 años, 9 hijos y 30 años como productor de cacao.

“No me preocupan solamente mis tierras. He ayudado a la vecindad (a los cacoteros de la provincia de Satipo) a organizarse y mejorar su producción”, explica. En efecto, don Juan es líder de su comunidad. Sus tierras se ubican en el Fundo Tolemayda, Vista Alegre, en Satipo.

En su vida como productor de cacao existieron momentos difíciles, pero su trabajo le dio satisfacciones impagables como educar a sus nueve hijos. Desde el 2005, su quinto hijo Rubén Santiváñez le regaló una gran lección: la educación es la mejor inversión.

Rubén, ingeniero agrónomo, innovó la plantación de cacao orgánico y modernizó los procesos de cultivo. Hoy, don Juan exporta su producto al mercado suizo por medio de la CAC Satipo, de la cual es un socio muy activo.

El sabor de la perseverancia

Era una emprendedora a la que le fue mal. Su negocio de comidas en Tarapoto no funcionó. Golpeada, pero jamás derrotada, Danny Villanueva Flores cogió sus maletas, su capital y su sazón, y de la mano de su esposo se trasladó a Lima. Su hermana, ya residente hacía muchos años, la recibió. Luego de algún tiempo, con mucho esfuerzo, doña Danny puso un puesto de comida de la selva en Gamarra.

De ahí, por su excelente sazón, logró que la incluyan en el Festival Gastronómico de San Miguel. A la par se mudó de Gamarra a un puesto en el mercado de Magdalena donde continúa hasta ahora. Pero antes de fin de año, asegura, abrirá su restaurante. Aún no define el lugar, pero sí la carta: tacacho con cecina, juane, cacona y aguajina serán sus platos de bandera. Y por supuesto el nombre: “Restaurante Pura Selva”.

“La mayor recompensa de un cocinero es que su cliente salga satisfecho”, remarca doña Danny.

“Mi único vicio es crecer”

Año 1996. Angélica Obregón Carpio sale desde temprano a recorrer las calles de La Molina vendiendo frutas puerta por puerta. El sol es extenuante, la caminata larga, pero la perseverancia no flaquea. Por ello, quizá, por esta férrea voluntad de seguir adelante, hoy, 14 años después, Angélica se convirtió en una exitosa empresaria. Cambió la venta de frutas, puerta por puerta, por un puesto en el mercado de La Molina para poco tiempo después conseguir el anhelado local propio. Dudó entre montar una juguería o un negocio de ventas de cremoladas. Al final optó por lo segundo.

No se equivocó. Doña Angélica, a sus 50 años, puede mirar atrás satisfecha: con dos tiendas en La Molina y con ventas de hasta 2 mil cremoladas diarias en verano; pero prefiere mirar hacia el futuro.

Su emoción despierta al hablar de su próximo local en Miraflores. De los dos sabores de cremoladas iniciales (lúcuma y maracuyá) hoy ofrece hasta cuarenta diferentes a su creciente público.

¿Cuál es su secreto?, preguntamos. Responde con excelente concisión: “Trabajar de sol a sol, ahorrar y reinvertir lo que se gana. Mi único vicio es crecer”.

Un arcoíris de quinua peruana para el mundo

Pareciera que los 60 años de Simeón Genaro Miranda se complacen observando preguntar a la gente asombrada por sus granos de quinua de diversos colores. Los ha traído en minisaquitos que realzan su vistosidad.

Don Simeón, un hombre de sonrisa fácil, recuerda que allá por el 2000, cuando empezó a cultivar la quinua orgánica, tenía sólo una hectárea, y hoy cuenta con seis y hasta 30 variedades de quinua. En su natal Cabana (Centro poblado de Collana, provincia San Román, Puno) asoció en 1990 a 18 productores de la zona. Sin embargo, para poder exportar sus productos se unió a Ascenpromul, una asociación de productores de Cabana.

Don Simeón es un hombre que trabaja duro. Sus tierras crecieron sobre la base de mejoras del rendimiento. En promedio, sus parcelas rinden a razón de 1,100 Kg/ha. El 70% lo destina al mercado y el 30% para semilla y autoconsumo.

Está seguro de que en muy poco tiempo podrá exportar a través de Ascenpromul. Además podrá conseguir el financiamiento para continuar modernizando su producción con, por ejemplo, un sistema de riego tecnificado. El mundo, asevera, verá los colores de su quinua.


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La mula

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