#ElPerúQueQueremos

Jean Baudrillard: El miedo a ser seducido

Publicado: 2013-05-05

Extracto tomado del ensayo De la seducción, escrito por el sociólogo francés, Jean Baudrillard (1929-2007). Esta pequeña sección pertenece al segundo capítulo del libro, "Los abismo superficiales".

Si bien la seducción es una pasión o un destino, es la pasión inversa la que triunfa más a menudo: la de no ser seducido. Luchamos por fortalecernos en nuestra verdad, luchamos contra el que quiere seducirnos. Renunciamos a seducir por miedo a ser seducidos. Todos los medios son buenos para escapar de ello. Van desde seducir al otro sin tregua para no ser seducido hasta hacer como si uno estuviera seducido para poner término a cualquier seducción. La histeria conjuga la pasión de la seducción y la de la simulación. Se protege de la seducción mediante el ofrecimiento de signos en celada, ya que no se nos permite creer en ellos cuando se nos dan a leer en forma exacerbada.

Los escrúpulos, los remordimientos exagerados, los movimientos patéticos, el ruego incesante, esa forma serpenteante de disolver los acontecimientos y de hacerse inasequible, ese vértigo impuesto a los demás, y esta decepción, todo eso es disuasión seductora, y su oscuro proyecto consiste menos en seducir que en no dejarse nunca seducir. La histérica no tiene intimidad, ni secreto, ni afecto, toda ella consagrada al chantaje exterior, a la credibilidad efímera, pero total, de sus «síntomas», a la exigencia absoluta de hacer creer (como el mitómano con sus historias) y a la decepción simultánea de cualquier creencia — y esto sin apelar siquiera a una ilusión compartida.

Demanda absoluta, pero insensibilidad total a la respuesta. Demanda volatizada en los efectos de signos y de puesta en escena. También la seducción se ríe de la verdad de los signos, pero la convierte en una apariencia reversible, mientras que la histeria exclusivamente juega con ellos. Es como si se apropiase para ella sola el proceso entero de la seducción, realizando ella misma su puja y dejando al otro únicamente el ultimátum de su conversión histérica, sin reversión posible. La histérica consigue hacer de su cuerpo un obstáculo para la seducción: seducción pasmada de su propio cuerpo fascinada por sus propios síntomas. Que sólo pretende pasmar a su vez al otro, en un lance que engaña y que no es sino el psicodrama patético — si la seducción es un desafío, la histeria es un chantaje.

La mayoría de los signos, de los mensajes (también de los otros) nos solicitan hoy bajo esa forma histérica, bajo la forma del hacer-hablar, del hacer-creer, del hacer-gozar por disuasión, bajo la forma del chantaje a una transacción ciega, psicodramática, bajo signos despojados de sentido, y que se multiplican, se hipertrofian precisamente porque ya no tienen secreto, ya no tienen crédito. Signos sin fe, sin afecto, sin historia, signos aterrorizados ante la idea de significar — igual que la histérica se aterroriza ante la idea de ser seducida. En realidad, esta ausencia que tenemos en nuestro interior es lo que aterroriza a la histérica. Es necesario que se vacíe, con su juego incesante, de esta ausencia. Podríamos amarla, podría amarse si esta ausencia fuera secreta. Espejo 'tras del cual, próxima al suicidio, pero reconvirtiendo el suicidio como cualquier otra cosa en un proceso de seducción teatral y contrariado — sigue inmortal en su lance espectacular.

Igual proceso, pero de histeria inversa, en la anorexia, la frigidez o la impotencia: hacer de su cuerpo un espejo vuelto del revés, borrar en él cualquier signo de seducción, desencantarlo o desexualizarlo, es llamar una vez más al chantaje y al ultimátum: «No me seducirá, le desafío a seducirme.» Por eso la seducción trasluce en su negación misma, ya que el desafío es una de sus modalidades fundamentales. Sencillamente el desafío debe dejar sitio a una respuesta, debe procurar (sin quererlo) dejarse seducir, mientras que aquí el juego está cerrado. Y una vez más lo está a causa del cuerpo, en este caso por la puesta en escena del rechazo de seducción — mientras que la histérica sale adelante con la puesta en escena de la demanda de seducción. En todos los casos, es una negativa a seducir y ser seducido.

El problema no es, pues, el de la impotencia sexual o alimenticia, con su cortejo de razones y sinrazones psicoanalíticas, sino el de la impotencia cuanto a la seducción. Desafecto, neurosis, angustia, frustración, todo lo encuentra el psicoanálisis sin duda proviene de no poder amar o ser amado, de no poder gozar o dar goce, pero el desencanto radical proviene de la seducción y de su fracaso. Sólo están enfermos aquellos que están profundamente fuera de la seducción, incluso si aún son completamente capaces de amar y de gozar. Y el psicoanálisis que cree tratar las enfermedades del deseo y del sexo en realidad trata las enfermedades de la seducción (que ha contribuido no poco a colocar fuera de la seducción y a encerrar en el dilema del sexo). El déficit más grave está siempre en lo que se refiere al duende, no al goce, en lo que se refiere al hechizo, no a la satisfacción vital o sexual, en lo que se refiere a la regla (del juego) y no a la Ley (simbólica). La única castración es la de la privación de seducción.


Escrito por

Daniel Ávila

avilamonroydaniel@gmail.com


Publicado en

Redacción mulera

Aquí se publican las noticias del equipo de redacción de @lamula, que también se encarga de difundir las mejores notas de la comunidad.