Alejandra Pizarnik, 77 años de inmortalidad
La poesía bien puede ser una versión abreviada de sí misma. Un agujero de donde cavar, y cavar, y seguir cavando palabras para decir lo que desde ya se sabe que no se puede decir. Y quien mejor para encarnar este proceso de agotamiento del arte poético que la fantásticamente sensorial Alejandra Pizarnik, poeta a quien hoy en especial pienso por sus 77 años... los que cumpliría de no haberse suicidado.
El nombre real de Alejandra Pizarnik fue Flora Pizarnik. Nació un 29 de abril de 1936 en Buenos Aires (Argentina). Provenía de una familia de inmigrantes rusos de ascendencia judía que al llegar a la patria de Pizarnik se dedicaron al comercio de joyería. Pizarnik se distinguió desde muy joven por su timidez, tartamudez y por su condición asmática y se cuenta que mientras estudiaba en la Escuela de Filosofía y Letras en la Universidad de Buenos Aires estas situaciones la mantuvieron retraída y aislada.
Desde finales de los 50 sus padres la financiaron económicamente y desde entonces Pizarnik dedicó parte de su tiempo a la escritura, a la pintura y al arte, y tras unos años en París, destino natural de formación para la élite latinoamericana de la época, regresa a Buenos Aires para ejercer como traductora, periodista y poeta por el resto de sus días.
En su trayectoria como poeta conoce escritores e intelectuales muy importantes hispanoamericanos. En estas circunstancias se da a conocer como poeta y desarrolla una gran amistad con Julio Cortázar, Octavio Paz y otros grandes escritores de su tiempo. En los círculos intelectuales que frecuentaba se distinguió por ser firmemente apolítica, situación que no la perjudico pues su poética esta muy alejada de las tendencias que seguían muchos de sus colegas post vanguardistas.
De hecho, sorprende de manera integral al lector y rompe paradigmas al ser una de las primeras en construir poesía desde los silencios. Es elemental en ella el uso de los aires y la despreocupación olímpica por la rima, métrica y cualquier aspecto formal de sus ancestros, los modernistas, todo esto porque Alejandra espera que la palabra esté al servicio del sentimiento.
El sentimiento onírico, que sirve de conducto a la pasión amorosa y a la muerte, sus dos más grandes temas, en un tabloide polarizado que con dulzura y lentitud se inclina cada vez más hacia el segundo, en la medida en que el profundo y trágico desagrado que sentía hacía sí misma se agudiza a través de sus relaciones interpersonales.
Su primer libro fue “La tierra ajena” (1955), más tarde publicaría “La última inocencia” (1956), volumen dedicado a su psicoanalista Oscar ostrov, “Las aventuras perdidas”, (1958), “Los trabajos y las noches” (1965), “Extracción de la piedra de la locura” (1968), “El infierno musical” (1971), Libro en prosa “La condesa sangrienta” (1971).
Alejandra se suicidó con una sobredosis de Seconal el 25 de septiembre de 1972, a los 36 años. Después de su muerte, su obra pudo ser recuperada y fue publicada bajo el título de “Poesía completa” o “Prosa completa”.
La mayoría de poetas no deberían vivir demasiado. En tanto sienten con mayor intensidad que aquella de la que nos tenemos permitido para sobrevivir a la vida en sociedad. Tan solo por eso más que tolero tu muerte, Alejandra, porque da un poco igual, porque el arte es largo y corta es la vida. Feliz cumpleaños, mi inmortal.
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