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Cómo se formó el poder monárquico-absolutista de los Papas

Publicado: 2013-02-19

La crisis de la Iglesia se debe a la concentración de poder en el Papa de tipo monárquico-absolutista, señaló el teólogo brasileño Leonardo Boff. Pero esto no ha sido siempre así: la Iglesia ha pasado por un largo proceso que de democrático no tiene nada. Se trata de un endurecimiento que convirtió lo que debería ser una 'comunidad fraternal' a una institución claramente autoritaria. A continuación, compartimos el artículo del teólogo y ecologista Leonardo Boff publicado en TeleSUR:

Escribíamos anteriormente en estas páginas que la crisis de la Iglesia-institución-jerarquía radica en la absoluta concentración de poder en la persona del papa, poder ejercido de forma absolutista, distanciado de cualquier participación de los cristianos, creando obstáculos prácticamente insuperables para el diálogo ecuménico con las otras Iglesias.

Al principio, no fue así. La Iglesia era una comunidad fraternal. Aún no existía la figura del papa. Quien dirigía la Iglesia era el Emperador, pues él era el Sumo Pontífice (Pontifex Maximus) y no el obispo de Roma ni el de Constantinopla, las dos capitales del Imperio. Así el Emperador Constantino convocó el primer concilio ecuménico de Nicea (325) para decidir el principio de la divinidad de Cristo. Todavía en el siglo VI el Emperador Justiniano, que rehízo la unión de las dos partes del Imperio, la de Occidente y la de Oriente, reclamó para sí el primado de derecho y no el de obispo de Roma. Sin embargo, por el hecho de estar en Roma las sepulturas de Pedro y de Pablo, la Iglesia romana gozaba de especial prestigio, así como su obispo, que ante los otros tenía la “presidencia en el amor” y “ejercía el servicio de Pedro”, el de “confirmar en la fe”, no la supremacía de Pedro en el mando.

Todo cambió con el papa León I (440-461), un gran jurista y hombre de Estado. Él copió la forma romana de poder que es el absolutismo y el autoritarismo del Emperador. Comenzó a interpretar en términos estrictamente jurídicos los tres textos del Nuevo Testamento que hacían referencia a Pedro: Pedro como piedra sobre la cual se construiría la Iglesia (Mt 16,18), Pedro, el confirmador en la fe (Lc 22,32) y Pedro como Pastor que debe velar por sus ovejas (Jn 21,15). El sentido bíblico y jesuánico va en dirección totalmente contraria: la del amor, el servicio y la renuncia a toda supremacía. Pero hubo el predominio de la lectura del derecho romano absolutista. Consecuentemente, León I asumió el título de Sumo Pontífice y de Papa en sentido propio. Después, los demás papas comenzaron a usar las insignias y la indumentaria imperial (la púrpura), la mitra, el trono dorado, el báculo, las estolas, el palio, la cobertura de los hombros, la formación de los palacios con su corte y se introdujeron hábitos palaciegos que perduran hasta los días actuales en los cardenales y en los obispos, cosa que escandaliza a muchos cristianos que leen en los evangelios que Jesús era un obrero pobre y sin suntuosidad. Entonces empezó a quedar claro que los jerarcas están más próximos al palacio de Herodes que a la gruta de Belén.

Pero hay un fenómeno de difícil comprensión para nosotros: en el afán por legitimar esta transformación y garantizar el poder absoluto del papa, se forjaron una serie de documentos falsos. Primero, una supuesta carta del papa Clemente (+96), sucesor de Pedro en Roma, dirigida a Santiago, hermano del Señor, el gran pastor de Jerusalén, en la cual decía que Pedro antes de morir había determinado que él, Clemente, sería el único y legítimo sucesor. Y, evidentemente, los demás que vendrían después. Falsificación todavía mayor fue la famosa Donación de Constantino, un documento forjado en la época de León I, según el cual Constantino habría dado al papa de Roma como donación todo el Imperio Romano. Más tarde, en las disputas con los reyes francos, se creó otra gran falsificación, las Pseudodecretales de Isidoro que reunían falsos documentos y cartas como si provinieran de los primeros siglos, que reforzaban el primado jurídico del papa de Roma. Y todo culminó con el Código de Graciano en el siglo XIII, considerado como base del derecho canónico, pero que se basaba en falsificaciones y normas que reforzaban el poder central de Roma, además de en otros cánones verdaderos que circulaban por las iglesias.

Lógicamente, todo esto fue desenmascarado más tarde, pero sin producir modificación alguna en el absolutismo de los papas. Pero es lamentable y un cristiano adulto debe conocer los artificios usados y concebidos para gestar un poder que son contrarios a los ideales de Jesús y que oscurece el fascinante mensaje cristiano, portador de un nuevo tipo de ejercicio del poder, servicial y participativo.

Posteriormente se produjo una gradación del poder de los papas: Gregorio VII (+1085) en su Dictatus Papae (la dictadura del papa) se proclamó señor absoluto de la Iglesia y del mundo; Inocencio III(+1216) se anunció como vicario-representante de Cristo y finalmente, Inocencio IV (+1254) se instituyó como representante de Dios. Como tal, bajo Pío IX en 1870, el papa fue proclamado infalible en el campo de doctrina y moral. Curiosamente, todos estos excesos nunca han sido denunciados ni corregidos por la Iglesia jerárquica. Siguen sirviendo, para escándalo de los que aún creen en el Nazareno pobre, humilde artesano y campesino mediterráneo, perseguido, ejecutado en la cruz y resucitado para levantarse contra toda búsqueda de poder y más poder aun dentro de la Iglesia. Esa comprensión comete un olvido imperdonable: los verdaderos vicarios-representantes de Cristo, según el evangelio de Jesús (Mt 25,45) son los pobres, los sedientos y los hambrientos.


Escrito por

Jorge Luis Paucar Albino

Comunicador con mención en Periodismo, especialización en Gobierno y Políticas de Salud (PUCP) y redactor en la Red Científica Peruana (RCP)


Publicado en

Redacción mulera

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