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Por una oposición fuerte, por Steven Levitsky

Publicado: 2013-02-17

Steven Levitsky reflexiona en La República acerca de la necesidad de la oposición en los regímenes democráticos. Asimismo, el politólogo analiza algunas de las variables que explican la debilidad de la oposición en América Latina y el Perú.

"¿Dónde está la oposición? Partidos como el APRA y Perú Posible parecen activarse solo cuando su líder es candidato. Fuera de las épocas electorales funcionan más como escudos personales que como partidos de oposición. El fujimorismo es la fuerza opositora más grande, pero hace menos oposición de lo que muchos esperaban. Su objetivo principal sigue siendo la liberación de Alberto Fujimori, lo cual depende del gobierno."

Por una oposición fuerte

Steven Levitsky

No hay democracia sin oposición. Y no hay democracia fuerte sin una sólida oposición partidaria. La debilidad de la oposición partidaria trae varios problemas. Primero, los gobiernos cometen más –y más serios– errores. Donde existe una oposición sólida, sobre todo en el Congreso, las políticas del gobierno se debaten más. El gobierno tiene que explicar sus propuestas al público y defenderlas (en el Congreso, en los medios) ante las críticas. Algunos proyectos no prosperan. Otros se modifican sustancialmente. Para el presidente, el proceso de debate público y negociación es un dolor de cabeza. Pero ayuda a evitar la toma de decisiones muy erradas. Cuando un presidente puede tomar decisiones importantes sin consultar más allá de su círculo íntimo, el riesgo de error es alto. Un ejemplo es la decisión de Alan García de estatizar la banca en 1987. En Argentina, el gobierno kirchnerista –que enfrenta una oposición muy debilitada– toma decisiones de gran importancia con un mínimo de consulta o debate público. Y los errores son cada vez más evidentes.

Una segunda consecuencia de una oposición débil es la corrupción. Donde existe una oposición fuerte, el Congreso y el PJ vigilan más al Ejecutivo, haciendo más difícil (aunque no imposible) grandes actos de corrupción. La politóloga Anna Grzymala-Busse muestra que en Europa Oriental hay menos corrupción y clientelismo en las democracias con oposiciones robustas que en las democracias con oposiciones débiles. Hay una relación parecida en América Latina. En Brasil, los partidos políticos se fortalecieron mucho en los años 1990 y 2000. Y el nivel de corrupción ha bajado. Según el índice de Transparencia Internacional (1 = más corrupto, 10 = menos corrupto). Brasil mejoró de 2,7 en 1995 a 4,3 en 2012. En Argentina, donde el colapso de la Unión Cívica Radical dejó una oposición muy debilitada en los años 2000, el nivel de corrupción empeoró de 5,4 en 1995 a 3,5 en 2012.

Los peores casos de corrupción ocurren donde las fuerzas opositoras están aplastadas y el gobierno no tiene que rendir cuentas a nadie. Un buen ejemplo es el gobierno de Fujimori, quien, según Transparencia Internacional, ha sido el séptimo líder más corrupto en el mundo de posguerra, superado solo por Suharto, Marcos, Mobutu, Sanim Abacha, Milosevic y Duvalier.

Tercero, una oposición débil facilita el autoritarismo. En todos los últimos casos de colapso democrático y surgimiento de autoritarismo competitivo en AL (Perú bajo Fujimori, Venezuela bajo Chávez, Ecuador bajo Correa, Nicaragua bajo Ortega), el presidente ha enfrentado una oposición débil o colapsada. Donde los partidos son fuertes, como en Brasil, Chile, El Salvador, México y Uruguay, un autogolpe o la “refundación de la república” a través de una reforma unilateral de la Constitución es casi impensable. Y los que lo intentan (como Zelaya en Honduras) fracasan.

Sin una oposición partidaria organizada y activa, entonces, hay más peligro de crisis, corrupción, y hasta colapso democrático. Pocas democracias en el mundo han funcionado bien sin oposición fuerte. Desde esta perspectiva, la situación en el Perú preocupa. La oposición partidaria en el Perú es débil. Su debilidad se ve claramente en el Congreso. Ni Alan García ni Ollanta Humala han tenido una mayoría legislativa. Pero mientras en otras democracias el gobierno dividido constriñe al presidente, forzándolo a construir coaliciones multipartidarias (como en Brasil y Chile) o negociar acuerdos con la oposición cada vez que busca aprobar legislación (como en EEUU), los presidentes minoritarios en el Perú no encuentran mayores obstáculos en el Congreso. Ni García ni Humala ha tenido que negociar seriamente con (o rendir cuentas al) Congreso. El Legislativo vigila y constriñe poco.

¿Dónde está la oposición? Partidos como el APRA y Perú Posible parecen activarse solo cuando su líder es candidato. Fuera de las épocas electorales funcionan más como escudos personales que como partidos de oposición. El fujimorismo es la fuerza opositora más grande, pero hace menos oposición de lo que muchos esperaban. Su objetivo principal sigue siendo la liberación de Alberto Fujimori, lo cual depende del gobierno. Se suele atribuir la cooperación del fujimorismo con el oficialismo a pactos oscuros, pero en realidad un partido cuyo objetivo principal es excarcelar a su líder es fácil de cooptar. (Como me dijo un fujimorista, “Somos rehenes políticos”).

La debilidad de la oposición peruana es producto del colapso de los partidos. Las elecciones peruanas son dominadas por candidatos personalistas. De los cinco candidatos importantes en 2011, uno (PPK) no tenía partido y los demás (Humala, Fujimori, Toledo, Castañeda) encabezaron partidos personalistas que, en realidad, eran poco más que listas de amigos, tránsfugas e independientes que compraron su lugar en la lista.

Los partidos personalistas sirven poco para la construcción una oposición fuerte. Sus líderes, los ex candidatos presidenciales, suelen desaparecer –sobre todo del escenario legislativo– después de la elección. Como depende del líder ausente, el partido personalista se paraliza. Si el líder deja la política o deja de ser viable como futuro candidato, sus congresistas se convierten en huérfanos. Para no quedarse en un partido sin futuro, los huérfanos se transforman en agentes libres, negociando con quien hace la mejor oferta. Como el gobierno tiene más recursos, la mayoría de los huérfanos termina jugando con el oficialismo.

Sin una oposición partidaria que vigila al gobierno, el riesgo de errores, corrupción y abuso del poder sigue siendo alto. En la época post Fujimori, los peruanos han utilizado un mecanismo informal para constreñir a los presidentes: la baja popularidad. Un presidente con aprobación de 25 o 30% suele ser menos peligroso que un presidente con aprobación de 70%. Pero el escepticismo público no es suficiente. Si la aprobación del presidente sigue subiendo, ¿quien lo va a vigilar?

Otro es Argentina, donde el gobierno kirchnerista –ante una oposición muy debilitada– ha tomado una serie de decisiones importantes sin consultar. Varios de estas han sido –o serán– costosas.

Fuente: La República


Escrito por

Paolo Sosa Villagarcia

"Nosotros somos como la higuerilla"


Publicado en

Redacción mulera

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