#ElPerúQueQueremos

Rodolfo Hinostroza cuenta sus últimas semanas con Toño Cisneros

Publicado: 2013-02-13

El poeta Rodolfo Hinostroza, amigo entrañable de Antonio Cisneros, vate que nos dejó en octubre del año pasado, nos alcanza su homenaje a ´Toño´, publicado en la revista Caretas*.

Hacia fines de julio del año pasado llamé a Antonio Cisneros para pedirle que presentara mi último libro, “Pararrayos de Dios”, en la Feria del Libro, pues en él contaba historias de poetas que ambos habíamos conocido, y juntos podríamos evocarlos, pero él se excusó de hacerlo porque se iba a Cuba con su mujer La Negra Luna, en un breve viaje de vacaciones que ya estaba contratado, y no podía cancelar. Y más bien él me pidió que yo presentase su “Canto Ceremonial contra un Oso Hormiguero”, cuya reedición hacía Peisa con motivo del 44 aniversario del Premio de Casa de las Américas que este libro había ganado en 1968 y él iba a presentar en esta misma feria a su regreso de Cuba.

Quedamos pues en eso, yo presenté mi libro por mi cuenta, y unos días más tarde me apersoné en la FIL para hacer lo propio con el suyo. Toño me esperaba en el café acompañado de su editor Germán Coronado y del poeta Mario Montalbetti, que iba a ser el otro presentador. No veía a Toño desde hacía pocos meses, porque nos encontrábamos esporádicamente, y casi siempre en eventos culturales en los que coincidíamos, aquí y en el extranjero. Ya estábamos lejos de nuestra tumultuosa juventud en que nos reuníamos para chupar y conversar sobre miles de huevadas, y cuando nos aburríamos de ellas procedíamos a hablar de cojudeces. Ahora nos divertía recordar las grandes borracheras de antaño: la más memorable sin duda fue la de Londres, sería en el 71/72 cuando yo ya estaba en París, trabajando para la editorial Gallimard, y Toño al otro lado del canal lo hacía para la Universidad de Londres. La tranca no duró dos días, pero sí un día entero en que nos volamos alegremente la plata que yo traía para toda una semana…

Toño regresaba bronceado de Cuba, y al comentar su viaje me deslizó como a desgaire que había aprovechado para hacerse ver por los médicos cubanos, y éstos le habían descubierto “unos pequeños brotes” de cáncer en el pulmón, que se iba a tratar con el Seguro para hacerlos desaparecer. Yo me alarmé bastante, porque el cáncer al pulmón es uno de los más letales, ya había matado al colega Watanabe, pero Toño trató de tranquilizarme minimizando el asunto y diciéndome que todo estaba bajo control. Recién entonces empecé a sospechar que algo andaba realmente mal. Atando cabos me di cuenta que el objetivo primordial para irse a Cuba había sido ese, una consulta médica, y de paso a la playa y no al revés… además no era habitual reeditar tu libro más exitoso 44 años más tarde, porque estos aniversarios se suelen contar por décadas, y siempre se conmemoran los 30, 40, 50 años de algo importante, pero nos los 42, 43, 44 años… Esa cifra caprichosa me daba mala espina, porque esto suele indicar que hay una grave enfermedad de por medio. Y también me indicaba que Toño quería dejarme al margen de todo ello, decisión suya que respeté hasta el final.

Pasamos al escenario Toño, Mario y yo, pues Toño le había pedido expresamente a su editor Germán Coronado que nos invite a nosotros, y a nadie más, debido al aprecio que nos tenía como poetas, ya que este iba a ser el último recital de su vida, como después lo supe. Toda su familia había concurrido, su mujer, su hermana, sus hijos, y sus 7 nietos de los que estaba muy orgulloso andaban por ahí, retozando. La sala estaba llena a reventar.

Yo abrí los fuegos con una remembranza del Toño de mi juventud, cuando nos conocimos en el Patio de Letras de San Marcos… sería el año 64, cuando ambos comenzábamos a escribir. Él ya había sacado “Destierro” y ”David” con Javier Sologuren, y acababa de publicar “Comentarios Reales”, que me causó mucha impresión, y recuerdo que lo leí de una sola sentada en el pasto del patio de letras. Y en el 65 yo estaba publicando mi primer libro de poemas, “Consejero del Lobo”, lo que estableció, desde el saque, el comienzo de nuestras carreras paralelas, casi diría paradigmáticamente paralelas.

Él era de la Católica, yo de San Marcos, él de Miraflores, yo de Lince, él del Champagnat, yo del Guadalupe, él costeño, yo serrano, él católico, yo ateo. Pero ahí terminaban las diferencias y comenzaban las semejanzas: ambos éramos poetas, y de izquierda más bien fidelista, éramos casi de la misma edad, ambos citadinos, y teníamos los mismos gustos en materia de poesía, aunque discrepábamos abiertamente acerca de Vallejo. Yo le tenía una tremenda admiración rayana en las lágrimas, porque era el único poeta que me hacía llorar, y Toño no lo pasaba justamente por lo mismo: le parecía demasiado llorón, demasiado quedado, demasiado provinciano, demasiado serrano por último, porque él era demasiado limeño, hay que decirlo. Pero además Toño y yo nos admirábamos mutuamente como poetas, estábamos en una onda de poesía moderna muy semejante, y nos respetábamos lealmente, sin envidia por los logros que cada uno de nosotros iba cosechando en esta larga carrera. Esa fue finalmente la argamasa que sostuvo nuestra larga y viva amistad, una de las más largas que ambos tuvimos, pues ha durado cosa de 47 años, como lo estuvimos calculando en su velorio.

Somos pues hijos de nuestra generación, la Generación del 60, de la cual ambos fuimos líderes, y bien curiosamente, jamás nos peleamos ni nos distanciamos, ni hablamos uno mal del otro, como suele ocurrir cuando hay más de un líder en un grupo. La Revolución Cubana fue una de las marcas de nuestra generación, la otra fue Los Beatles. Una de nuestras mecas más soñadas fue la Londres mítica de Carnaby Street, y la otra fue la Habana de la Revolución. Y para continuar el paralelismo, Toño terminó yéndose a vivir a Londres, y yo a La Habana.

Nuestra amistad, como lo dijo en una emotiva entrevista con el poeta Quique Sánchez Hernani, fue más bien progresiva y se fue afirmando con los años, a pesar de que en uno de sus avatares llegamos a encabezar bandos opuestos. Este fue el caso del affaire Cultura y Libertad, del que me he ocupado en otra nota, en que estuvimos de lados opuestos de la barricada, pero nunca nos enfrentamos ni nos denigramos con esos apelativos típicamente comunistas que corrían en la época. Pero luego coincidimos plenamente en la antología “Los Nuevos”, que hizo Leónidas Cevallos en el 67, y solo constaba de 6 poetas: Julio Ortega, Carlos Henderson, Mirko Lauer, Marco Martos, Toño y yo.

Otro punto en el que coincidimos fue el periodismo, pues ambos lo ejercimos profesionalmente durante muchos años, él dirigiendo la revista Marka, de oposición crítica a la dictadura de Morales Bermúdez, y yo escribiendo en la revista “Caretas” mis crónicas gastronómicas que fueron el origen de la Revolución Culinaria que ha colocado nuestra gastronomía por los cielos, que es donde siempre debió estar. En ejercicio de mis funciones muchas veces me llevé a Toño a comer a los mejores restaurantes de Lima, pues él era colaborador de mi revista “Anfitrión” de la que saqué 22 números, que él guardó celosamente pues es el único amigo que tuvo la colección completa de la revista, que a veces me permitía consultar en su casa… Ahí también coincidimos plenamente, en la mesa, donde Toño se comportaba como un conocedor, y siempre estaba a la caza de nuevas sensaciones. Escribió un “Elogio del Cebiche” que fue premiado en alguna parte, y una antología de gustos culinarios de ilustres peruanos, “El Diente del Parnaso”, que publicó con Peisa.

En fin, con el tiempo terminamos por estar entre los poetas más premiados del Perú, y por esa razón nos veíamos constantemente en Festivales del Libro, Recitales de Poesía y actos culturales de toda índole en el país y en el extranjero, donde nunca hicimos mal papel representando al Perú. Antes bien fuimos muy aplaudidos y editados en diversos países, y muchas veces hicimos una exitosa dupla en la Feria de Guadalajara, o en la del Zócalo de la capital mexicana, donde solíamos ser invitados….

Aquí le cedí el micro a Montalbetti, quien hizo también una semblanza de Toño, más centrada en la crítica académica, y desde luego más ordenada que la mía, y por último el homenajeado cerró la actuación leyéndonos unos poemas del Oso Hormiguero.

De pronto lo oí jadear, le di una rápida mirada, y advertí que estaba sudando frío, y tenía alguna dificultad para leer. Ahí me comencé a preocupar, pues nunca lo había visto así, ni resacado. Pero Toño, que era muy canchero en esas lides, supo disimularlo muy bien hasta el final, pero lo sentí agotado. Cuando me despedí de él me dijo que había un coctel de Peisa que no le atraía mucho, y nos despedimos sin saber que esa sería la última vez que nos veríamos.

Después comenzaron a llegar puras noticias alarmantes sobre su salud. Que se quedaba en casa de su madre o se hospitalizaba, que lo iban a tratar con quimo o sin quimo, porque era muy cara, y al fin supe que Toño iba a concursar para el Premio Nacional de Cultura, en la categoría Trayectoria, para poderse pagar el tratamiento con ese oportuno premio. Como yo también quería concursar, escogí Creatividad para no chocar con él ni con las numerosas glorias de la cultura peruana que sin duda se irían a presentar en esa categoría, en lo cual no me equivoqué, aunque después supe que Toño también estaba concursando en Creatividad, cosa que no prohibían las bases del concurso. Algo que tampoco sabíamos es que el Presidente de la Academia Peruana de la Lengua, el poeta Marco Martos, también se había presentado, pero que fue excluido de participar a causa de un absurdo tecnicismo.

En fin, como se sabe, el cura Gutiérrez ganó en Trayectoria, un cierto Bendayán, desconocido joven pintor amazónico, en Creatividad, y en Buenas Prácticas la asociación “Arena y Esteras”, en un muy discutible y unánime dictamen del jurado, políticamente orientado, que ya hemos impugnado a través de las páginas de “Caretas”.

Salomón Lerner Febres, que fue Presidente del Jurado, escribió el pasado fin de semana en “La República” una muy elogiosa nota, casi un panegírico, dedicada al cura Gustavo Gutiérrez, y el lector sin duda recibirá con igual interés alguna otra nota suya sobre el pintor Bendayan, que su presidencia amparó. Quién mejor que él para explicarnos la gran importancia de la obra de este pintor, para que su jurado la haya preferido por encima de una decena de autores internacionalmente reconocidos, y con un oficio de más de medio siglo, que concursaron en toda buena fe, pues la principal función del Presidente consiste en garantizar la transparencia de las decisiones del jurado y dar la cara por ellas. Debía también aclararnos si Bendayán es Asesor del Viceministro de Cultura, Rafaél Varón, como es de conocimiento público, y que dirigió hasta el 2010 el INC de Iquitos. Y también el caso de Antonio Cisneros, cuya inscripción para el concurso fue aceptada por el jurado, y debió de entrar a la votación final a pesar de su deceso ocurrido en el interín, pues las bases tampoco lo prohibían.

Toño murió en el lecho de su infancia, en la casa de su madre, cerrando el círculo perfecto que su nacimiento había abierto, hace 69 años. Su muerte fue tan súbita que no alcancé a despedirme de él.

Adiós, hermano querido…

Publicado en Caretas 2269, 7 de febrero del 2013


Escrito por

La mula

Este es el equipo de la redacción mulera.


Publicado en

Redacción mulera

Aquí se publican las noticias del equipo de redacción de @lamula, que también se encarga de difundir las mejores notas de la comunidad.