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Detrás del blanco más blanco

Publicado: 2013-02-01

Tras la polémica desatada por las declaraciones de la alcaldesa de Lima, Susana Villarán, en señalar que las mujeres de San Juan de Lurigancho van a La Molina a lavar ropa, Mirko Lauer hace un análisis sobre la imagen del lavado de ropa, aludiendo a que "la ropa sucia se lava en casa". A continuación su columna de hoy en el diario La República.

El tema de las lavanderas de SJL que viajan a trabajar a La Molina se ha instalado como un comentario clasista. La idea que contiene no es en sí misma ofensiva, salvo que uno la interprete como que todas las mujeres de ese distrito se dedican a lo mismo, lo cual es una tontería. Quizás el comentario sigue circulando porque el lavado, sobre todo de ropa, es parte de algunas imágenes fuertes, y apreciadas.

Todos podemos coincidir en que la ropa sucia se lava en casa, como señala el refrán, que es más bien una recomendación práctica. El sentido más genérico es que las disputas deben mantenerse en la privacidad de quienes participan en ellas. Es un consejo que reduciría prácticamente a la mudez a esa parte de la política y el periodismo, especializados precisamente en sacar trapitos al aire.

Debemos entender que esos trapitos suelen estar sucios, y que vienen de la intimidad de las personas, que son esa intimidad. La ropa en efecto a partir de un momento nos lleva puestos, por así decirlo, en manchas y olores sobre todo. En verdad quien lava nuestra ropa nos limpia. Bienaventurados los que lavan su ropa (2012), de César Vega Herrera, viene a ser un título cargado de sentido.

En parecida dirección va la expresión hay ropa tendida, para pedir cautela en una conversación. Las prendas expuestas son los testigos indeseados, oídos indiscretos. ¿También las grabadoras de audio y video son ropa tendida? Técnicamente son los mismos oídos indiscretos. Sin ropa tendida, inmoral o moralizadora, nuestra política, con su dieta de intimidad, no podría avanzar.

La idea del lavado está por todas partes. De allí la fuerza de la imagen del lavado de la bandera nacional en los espacios públicos, llevado adelante en el 2000 por los críticos del fujimontesinismo, acusado así de haber ensuciado la tela más valiosa de la nación. Desde entonces los imitadores han lavado los más variados objetos. El año pasado los médicos huelguistas lavaron sus mandiles.

No en vano La lavandera (1858) de Francisco Lazo es uno de los lienzos emblemáticos peruanos. Somos, pues, también una nación de lavadores, por no decir de lavanderos, y eso simboliza el lado claro y el lado oscuro de la fuerza. Los grandes informales lavan sus activos. Los políticos con pasado se lavan la cara, cuando pueden, o las manos. En el mundo de la cutra una mano lava a la otra. Entre las piezas del remate de verano de obras de arte que hace el MALI (este sábado) hay una antigua figura del hombrecito elegante de American Dry Cleaners. Un siglo y medio más tarde, el lavado elevado al nivel del arte. Aunque da la impresión de que el lavado en seco no está realmente metido en el imaginario público.

Fuente: La República


Escrito por

Brenda Ramos Rojas

Estudiante de Periodismo de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Interesada en los conflictos y movimientos sociales. Amante del chocolate, café y los gatos. Redactora de LaMula.pe.


Publicado en

Redacción mulera

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