Alonso Cueto recomienda el libro de la semana
Alonso Cueto es hoy en día no solo uno de los escritores peruanos más reconocidos a nivel internacional sino también uno de los más prolíficos. Desde su maravilloso primer libro de cuentos, La batalla del pasado, Cueto ha ido limando un estilo narrativo propio e inconfundible, una prosa limpia capaz de envolver al lector en la trama de sus historias. Su talento a la literatura le ha sido recompensado a través del prestigioso Premio Herralde de Novela 2005 con "La hora azul". Dos años después fue finalista del Premio Planeta con su novela "El susurro de la mujer ballena" y este año acaba de publicar la novela Cuerpos secretos.
En exclusiva para Lamula.pe, Cueto decidió recomendarnos un libro. Se trata de la última novela traducida al español del escritor irlandés John Banville. Para algunos, el mejor prosista de la literatura contemporánea. Cuento nos comenta:
Antigua luz, de John Banville, es una historia de amor escrita con la temblorosa precisión de un hombre que recuerda su primer amor. El narrador se enamoró de la señora Gray, la madre de su mejor amigo del colegio. Cuando la historia ocurrió, él tenìa 15 años y ella 35. El descubrimiento del cuerpo femenino, la clandestinidad de la relación, los pasos que se siguen están narrados con ingenio y delicadeza, características muy propias de Banville. Una lectura de la seducción.
Fragmento de Luz antigua
Billy Gray era mi mejor amigo y me enamoré de su madre. Puede que amor sea una palabra demasiado fuerte, pero no conozco ninguna más suave que pueda aplicarse.Todo esto ocurrió hace medio siglo. Yo tenía quince años y la señora Gray treinta y cinco. Estas cosas son fáciles de decir, pues las palabras no sienten vergüenza y nunca se sorprenden. Puede que la señora Gray todavía viva. Ahora tendría, ¿cuántos, ochenta y tres, ochenta y cuatro? Tampoco es muy mayor, para estos tiempos. ¿Y si emprendiera su búsqueda? Sería toda una aventura. Me gustaría volver a enamorarme, me gustaría volver a enamorarme, sólo una vez más. Podríamos seguir un tratamiento de glándulas de mono, ella y yo, y volver a ser como hace cincuenta años, entregados a nuestros éxtasis. Me pregunto cómo le irá, suponiendo que siga en este mundo. En aquella época era tan desdichada, y debe de haber sido tan desdichada, a pesar de su valerosa e inquebrantable jovialidad, y de verdad espero que las cosas le fueran mejor.
¿Qué recuerdo de ella ahora, en estos días suaves y pálidos en que caduca el año? Imágenes del pasado remoto se agolpan en mi cabeza, y la mitad de las veces soy incapaz de distinguir si son recuerdos o invenciones. Tampoco es que haya mucha diferencia, si es que hay alguna.
Hay quien afirma que, sin darnos cuenta, nos lo vamos inventando todo, adornándolo y embelleciéndolo, y me inclino a creerlo, pues Madame Memoria es una gran y sutil fingidora. Los pecios que elijo salvar del naufragio general —¿y qué es la vida, sino un naufragio gradual?— a veces asumen un aspecto de inevitabilidad cuando los exhibo en sus vitrinas, pero son azarosos; quizá representativos, quizá de manera convincente, pero sin embargo azarosos.
Para mí hay dos manifestaciones iniciales perfecta mente definidas de la señora Gray, separadas por los años. Puede que la primera mujer no fuera ella en absoluto, tal vez sólo un presagio, por así decir, pero me complace pensar que las dos eran una. Abril, por supuesto. ¿Recordáis cómo era abril cuando éramos jóvenes, esa sensación de líquida impetuosidad y el viento extrayendo cucharadas azules del aire y los pájaros fuera de sí en los árboles que ya habían echado brotes? Yo tenía diez u once años. Había cruzado la verja de la iglesia de la Virgen Inmaculada, la cabeza gacha como siempre —Lydia dice que camino como un penitente permanente—, y el primer presagio que tuve de la mujer que iba en bicicleta fue el silbido de los neumáticos, un sonido que cuando era chaval me parecía excitante mente erótico, y la cosa no ha cambiado, no sé por qué. La iglesia se hallaba en una cuesta, y cuando levanté la vista y la vi acercarse con el campanario proyectándose a su espalda tuve la emocionante sensación de que había caído en picado del cielo en ese mismo momento, y que lo que había oído no era el sonido de los neumáticos sobre el asfalto, sino unas alas veloces batiendo el aire. La tenía casi encima, bajaba la cuesta en punto muerto, se reclinaba hacia atrás, relajada y guiando con una sola mano. Llevaba un impermeable de gabardina, y los faldones aleteaban detrás de ella a izquierda y derecha, sí, como alas, y también llevaba un suéter azul sobre una blusa de cuello blan
co. ¡Con qué claridad la veo! Me la debo de estar inventando, quiero decir que debo de estar inventándome estos detalles. La falda era ancha y suelta, y de repente el viento primaveral la levantó, dejándola desnuda de cintura para abajo. Ah, sí. Descargar primer capítulo aquí
Sobre John Banville
Rodrigo Fresán reseña Antigua Luz de John Banville
John Banville: "El trabajo del artista es conseguir que el mundo se sonroje"
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@GianfrancoHR: estudiante de comunicaciones en la Universidad de Lima. Amante del buen fútbol y la literatura.
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