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Los Nobel de mi vida

Publicado: 2012-10-10

Foto de Daniel Mordzinski. Tomado del blog Notas Moleskine de Iván Thays.

El gran poeta Antonio Cisneros no se dedicó sólo a los versos, pues entre sus textos encontramos también una prosa notable. Algunas de sus crónicas de viaje fueron recopiladas por el Fondo Editorial del Congreso del Perú en el libro Ciudades en el tiempo. A continuación una de ellas, Los Nobel de mi vida, justo a pocas horas de conocer al nuevo Premio Nobel de Literatura 2012.

"A veces pienso en el afanoso sueño que muchos albergan en lo más profundo de sus corazones: encontrarse algún día en vivo, cara a cara, con los inmensos seres admirados.

Algunos piden imposibles. Dialogar de tú y vos con Leonardo da Vinci, Napoleón, Salomé, Carlomagno, o acudir invitados a un festín de Nerón. Otros, más bien de estirpe religiosa, darían todo por una caminata en Galilea al lado de Jesús, un regodeo con Gautama el Buda o una buena charla, aunque informal, con la sufrida Santa Rosa de Lima.

Pero la mayoría aspira, mal que bien, a las cosas tenidas por posibles (o menos imposibles para el caso). Catherine Deneuve, García Márquez, Kim Bassinger, el príncipe de Asturias, Fidel Castro, Pelé, Octavio Paz. En mi caso, sin quererlo siquiera, me tocaron en suerte cinco premios Nobel a lo largo de mi vida.

Günter Grass ha ganado el Premio Nobel de Literatura. Puedo verlo, hace cosa de diez años, rostro de godo o visigodo, con los ojos soplados y los grandes mostachos. Habla de la infamia del muro de Berlín (en su casa de Berlín Occidental) mientras destaja un codo de porcino que reparte en los platos.

El único escritor que conocí con el Nobel a cuestas fue Neruda. Celebra su cumpleaños en una barcaza acoderada en el río Támesis. Allí se bambolea como un gordo santón sobre las aguas. Monologa, no sin cierta gracia, sobre todo lo humano y lo divino. Aplaudimos con gran veneración.

Con García Márquez me tomé entre los vericuetos de un hotel en La Habana. Amable y socarrón, como buen colombiano del Caribe. Y aunque sortea, con pasos de torero, cualquier conversación sobre su éxito todavía reciente, Cien años de soledad, no puede liberarse de ser, al mismo tiempo, Úrsula, Pietro Crespi, Aureliano Buendía y Remedios la Bella perdiéndose en los cielos.

Ciudad de México. Son las ocho de la mañana en la casa de Emilio Adolfo Westphalen, donde estoy alojado. Emilio me pregunta si quiero conocer a Octavio Paz. Yo acepto encantado. Me imagino, como es de suponerse, en un amable encuentro con cena o copetín. Pero no. El poeta, sin trámites mayores, me lleva hasta la casa del otro poeta. Toca la puerta, me presenta y se despide raudo, rumbo a su oficina (entonces la Embajada del Perú). El reloj marca las ocho y diez minutos. La hora, exacta, en que nadie espera a nadie. Octavio Paz en bata, su mujer con ruleros. Resuenan la licuadora, la aspiradora, la lustradora. El mucho gusto y los inacabables carraspeos se multiplican, sin ton ni son, hasta casi las diez de la mañana. Hora en que Emilio Adolfo me rescató. Creo que fue su última broma surrealista.

Salvo a Neruda, al resto de los premiados los conocí antes de que ganaran el Premio Nobel y, sin embargo, no sé por qué, todos tenían cara de Premio Nobel. La única excepción fue Semour Heaney, el gran poeta irlandés con el que hice grandes migas en Hamburgo. Como todo hombre sabio, fanático de las cervezas y el balompié, jamás lo oí hablar de literatura".


Escrito por

Daniela Lanzara

Egresada de la especialidad de Artes Escénicas de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Redactora de La Mula. Interés por el teatro, la música y el arte en general.


Publicado en

Redacción mulera

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