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El diccionario de "Zavalita"

Publicado: 2012-09-18

«Desde la puerta de La Crónica Santiago mira la avenida Tacna, sin amor: automóviles, edificios desiguales y descoloridos, esqueletos de avisos luminosos flotando en la neblina, el mediodía gris. ¿En qué momento se había jodido el Perú? Los canillitas merodean entre los vehículos detenidos por el semáforo de Wilson voceando los diarios de la tarde y él echa a andar, despacio, hacia la Colmena. Las manos en los bolsillos, cabizbajo, va escoltado por transeúntes que avanzan, también, hacia la Plaza San Martín. Él era como el Perú, Zavalita, se había jodido en algún momento. Piensa: ¿en cuál?».

Con este inicio, Mario Vargas Llosa empieza a tejer el retrato de toda una época . "Conversación en la Catedral" es una de sus novelas cumbres. A través de los ojos de "Zavalita" y una turbamulta de voces, el autor nos traslada hacia la "novela total", un género que explora los recovecos del alma y la memoria con imagenes que exigen  al lector una atención minuciosa.

Tal cual lo suscribe el diario El País, la novela ha perdurado en el tiempo y "Zavalita" pasó a formar parte fundamental del universo de Vargas Llosa.

Quizás impulsado por la nostalgia, él mismo ha elaborado un diccionario rememorando los tiempos en que fue periodista. Encopetado nuevamente en el traje de "Zavalita", estas son las palabras que ha querido destacar.

Zavalita. Un personaje entrañable en el que volqué experiencias centrales de mi adolescencia y primera madurez. Era un periodista de una época que ahora se ve como subdesarrollada, en la que había viejas máquinas de escribir, los periódicos se hacían con linotipias, el periodismo se identificaba con la bohemia, los periodistas bebían y pecaban hasta altas horas, se estaba siempre a caballo entre la decencia y la indecencia y entre el mundo presentable y el mundo impresentable. El periodismo era algo heroico, atraía muchos espíritus aventureros y creó un tipo de personajes que hoy no existen pero que nutrieron a la literatura y al cine del siglo XX.

Máquina de escribir. Viejo instrumento obsoleto que vinculo con todo mi trabajo, hasta hoy mismo. Pues escribo en ordenador, pero a este lo trato como si fuera una vieja Underwood o una Remington, tiene para mí el mismo uso. Ahora las redacciones son como laboratorios farmacéuticos de Suiza, y entonces eran peceras saturadas por el humo denso que las colmaba. Fumábamos como murciélagos. Yo me fumaba tres cajetillas al día. Dejé el vicio en 1970, gracias a un médico de la Universidad de Washington de cuya cara no me olvido jamás porque me salvó la vida.

Periodismo. Es la historia haciéndose. La actualidad es la experiencia vivida, no se puede confundir con la imaginación. Para mí siempre el periodismo que he hecho ha tenido que ver con la actualidad, incluso cuando comento libros, pues me parece que estos actúan sobre lo que pasa. El periodismo sirve para detener el tiempo veloz y pasajero que lo devora todo; al detener el tiempo puedes sacar algunas conclusiones. Gracias al periodismo se puede ordenar la actualidad, la realidad convulsa, este oficio permite alcanzar cierta perspectiva. Si no existiera el periodismo viviríamos en un mundo de fantasía mágico-religiosa.

Información/Opinión. Cuando empecé a hacer periodismo se distinguían la información y las páginas editoriales. Pero es cierto que la información está muchas veces sesgada por la opinión, e incluso eso resulta inevitable. El periodismo anglosajón ha tratado de discriminar, pero es en el Reino Unido donde se da el caso más claro del efecto de juntar opinión e información: The Economist no mantiene esa pantomima, mezcla una cosa y la otra a las claras. Y no son informaciones mentirosas, sino que responden a un punto de vista.

Los primeros artículos. [Al principio del primero de los tres tomos de esta compilación Vargas Llosa escribe sobre César Vallejo y sobreAlbert Camus. De este dice, en 1962, cuando el autor de El extranjero se hallaba preterido en el mundo: “(...) Pero algún día resucitará el verdadero Camus, el prosista cuidadoso y cohibido ante el mundo que le tocó. Entonces se le leerá como se le debió leer siempre: como se lee a Flaubert o a Gide y no a Diderot o a Sartre”]. Camus está vivo, se lee porque las cosas que dijo u opinó enriquecen lo que está pasando... Me equivoqué en que el artista era el que se iba a leer, cuando también se lee al pensador. Pero entonces yo era muy sartriano y me sentí muy distante del pensamiento de Camus. Rectifiqué luego. Camus tuvo razón en la polémica que tuvo toda su vida con Sartre, sobre todo cuando dijo que la moral disociada de la política hacía que esta se convirtiera en violencia y barbarie... En cuanto a Vallejo, ese primer artículo que abre mi historia como periodista era sobre el homenaje que los peruanos de París le dedicábamos al poeta cada año en el barrio obrero donde estaba enterrado. Un joven poeta, con formación precaria, escribióTrilce en Perú y se convirtió en un adelantado de la revolución formal que arrancó del modernismo y se nutrió del surrealismo que avanzaba.

Adjetivos. En periodismo me cuesta luchar contra esta tendencia que denuncia el maestro Raimundo Lida: “Los adjetivos se han hecho para no usarlos”. La lengua española misma es, como decía Gabriel Ferraté, “una lengua numerosa”, tiene muchas palabras para decir las cosas, al contrario que el inglés, por eso el caso de Jorge Luis Borges es tan excepcional, tan ajustado, tan sujeto al sustantivo. Esa abundancia de la palabra y por tanto del adjetivo la siento y la vivo y la trato de combatir con esa frase de Raimundo Lida. Siempre existe el consuelo de que el gran periodista de la lengua española del siglo XX, Ortega y Gasset, que escribió el 80% de su producción en periódicos, era también un hombre de palabra numerosa y por tanto de adjetivos.

Aciertos y errores. En esta compilación no se oculta nada. Ahí están mis aciertos, mis errores; aquí no hay trampa. Las cosas que defendía y que ahora no defiendo están entonces y después. Se evidencian mis cambios más radicales, como el que manifesté con respecto a mi primera defensa de la revolución cubana, a mi relación con el marxismo. Y también se ponen en evidencia algunas coherencias que mantuve siempre. Jamás, por ejemplo, he elogiado a ninguna dictadura, y eso me alegra. Lo que he procurado siempre es no hacer trampas. Las cosas en las que creía las defendía, y en esta recopilación que ha hecho con tanta dedicación Antoni Munné se ve esa evolución claramente. Defendí mucho la revolución cubana sin pensar que podría evolucionar hacia una dictadura tradicional. Eso no lo pude soñar jamás. Sobre Rusia no me equivoqué tanto... En esos aspectos el libro es muy sincero. Se expresa mi desencanto con Jean Paul Sartre, mi descubrimiento de pensadores democráticos liberales... Creo que el primer tomo [1962-1983] refleja mucho una época de ilusiones y desencantos vividos en París, en Inglaterra, en España, en tiempos en que en cada uno de esos lugares ocurrían cosas de enorme trascendencia.

Periódico. El periódico es un alimento diario al que no voy a renunciar aunque el mundo en el que vivo vaya a renunciar en favor de productos más sintéticos o superficiales. No desconozco la importancia de la revolución de las nuevas tecnologías, pero considero que es una revolución que puede enterrar cosas absolutamente irrenunciables. El periódico de papel y el periódico de pantalla no son la misma cosa. El periodismo de pantalla es más superficial y más ligero que el periodismo que representó el papel en sus mejores épocas. Y eso me preocupa con respecto al espíritu crítico que siempre tiene que estimular la prensa.


Escrito por

Gianfranco Hereña Rodriguez

@GianfrancoHR: estudiante de comunicaciones en la Universidad de Lima. Amante del buen fútbol y la literatura.


Publicado en

Redacción mulera

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