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Una guerra en la Iglesia: Pisco, 15 de agosto de 2007

Publicado: 2012-08-15

(...) La diferencia se dio en que ya no eran ni risas ni sonrisas, eran llantos y gritos, lágrimas y desesperación.  Nadie alrededor de la plaza de armas el 15 de agosto del año 2007 sabía qué había ocurrido y menos por qué. Solo sabían que Pisco estaba en ruinas  desde las 6 y 43 de la tarde. Que probablemente sus casas estaban en escombros y sus familiares muertos. Muchos, por no decir todos, lloraban arrodillados y otros, aún sin conocerse, se abrazaban y rezaban, mientras la ciudad entera temblaba de un lado al otro. Por otro lado, desde Lima, un presidente grande, pero no por logros, asolapaba la situación mientras sonreía ante cámaras.

Desde el primer segundo que la tierra tembló, las casas hechas de adobe y quincha que adornaban las antiguas calles de la ciudad turística, se vinieron abajo. Asimismo la Iglesia principal de la ciudad: La Iglesia Matriz de San Clemente en donde se realizaba una misa de difunto. A este lugar había acudido la familia Espino. Conmemoraban un mes del fallecimiento de Don Alejandro Espino, patriarca de la familia. Acudieron la esposa, hijas, yernos, cuñadas y cuñados, sobrinos, primos de los hijos, hijos de los hermanos, primos de los primos. Además luego de dicha misa, que ya había terminado, esperaban detrás otras personas para la siguiente misa de difunto. José Torres, párroco de la Iglesia había dado la bendición y los familiares y amigos se pararon de sus asientos como es costumbre para dar el pésame a los familiares directos del homenajeado.

De pronto, la tierra empezó a temblar y observaba como pedazos de yeso y pintura blanca caían del techo de la bóveda central de la iglesia.

María Flores, amiga de Carmen, una de las hijas de Don Alejandro, había salido temprano de trabajar para asistir a la misa. Paty y Rosa, amigas suyas de la universidad, también habían sido invitadas a las 6 de la tarde a la misa de honras de los Espino. María llegó a las 6 y 10 al lugar y se sentó casi al final de las bancas. Paty estaba al centro con Rosa y su hija de 5 años: Camila. “Camilita” como María llama a la niña, la vio desde lejos y se acercó donde ella. Hasta el último momento previo al sismo, Camilita había estado junto a ella. El momento del pésame había llegado y María caminó con la niña en dirección al altar mayor. María dice que se escucharon fuertes ruidos antes del sismo. De pronto, la tierra empezó a temblar y observaba como pedazos de yeso y pintura blanca caían del techo de la bóveda central de la iglesia. Solo atinó a asegurarse de no estar debajo de una de las grandes arañas que colgaban del techo, el piso se movía de un lado a otro en todo Pisco y las casas se venían abajo, otras se rajaban y miles quedaban debajo de sus techos. El sonido de los derrumbes sumado a los gritos, llantos y pedidos de ayuda construían un concierto de voces en donde no primaba la melodía de una canción, sino el llanto de toda una ciudad que empezaba a vivir su más terrible pesadilla. A su vez, las pistas se abrían o juntaban más haciendo montículos de asfalto y tierra; justo frente a puerta de la Iglesia un gran  hueco se hizo a lo largo de toda la calle, justo al centro de la pista. En ese mismo rato, el techo de la Iglesia no resistió y se desplomó de un solo golpe para arrebatarles la vida a cientos de ciudadanos. María que se encontraba dentro al ver que la bóveda central de la Iglesia se desplomaba, solo cerró los ojos y abrazó a Camila fuerte y se tiró al suelo junto con la niña. “Abrí los ojos y ya estaba enterrada” dijo mirando al techo de su casa y frotando sus manos. Ansiosa se sentó al filo del sofá y prosiguió con su relato.

Desde adentro, se escuchaban los gritos y lamentos de los cientos de personas que quedaron atrapadas junto con ella y Camila.

María dice fue “salvada por un milagro”. Cuando cerró los ojos y se tiró al suelo cayó entre dos bancas. La cantidad de escombro que hacía el techo cuando tocó tierra, hizo que las bancas patinen, se levanten y se junten. Dos de estas se apiñaron y con las puntas de los respaldares formaron una especie de triángulo que hicieron que el resto de la cubierta central de la Iglesia no termine por aplastarla. Sobre las bancas cayó un pedazo de un bloque de pared que terminó por sellar el refugio de ambas. Estaba en un hueco, irónicamente protegida. Golpeada pero no sentía el dolor, sino el temor de que no ser rescatada. El espacio era demasiado pequeño como para dos personas, estaba golpeada e incómoda, una banca cayó entre sus piernas y afortunadamente no logró lastimarla. Desde adentro, se escuchaban los gritos y lamentos de los cientos de personas que quedaron atrapadas junto con ella y Camila.

Quiso hacer una llamada para pedir ayuda.

─Yo me di cuenta [de la situación en la que estaba] al intentar hacer una llamada y no se podía ─Dice María abriendo los ojos y mostrando las palmas de sus manos hacia su rostro.

─Las líneas estaban muertas.

─Sí, salía un telefonito con una línea, no había cobertura hasta que menos mal me ubicaron.

Hasta entonces, María no sabía nada ni de Paty, madre de Camila, ni de Rosa. Al ver que su teléfono no funcionaba y que solo le serviría de linterna, se lo dio a Camila para que juegue.

─Tu celular no tiene juegos ─le dijo Camila luego de revisar el aparto minuciosamente.

María intentó distraerla, pero como bien dice, no podía aislarla del problema. Se escuchaban a solo metros de distancia los gritos y los lamentos, los llantos, el pedido de auxilio de otras personas. El suplicar de los perdones ante Dios; se escuchaba “¿por qué a mí? Si yo he venido a ayudar a mi familia”. Se escuchaba que las personas se decían unas a las otras que se si son rescatados, que se acuerden que ahí mismo habían sobrevivientes.

─Mi mamá ya está muerta ─dijo Camila sin ningún tipo de remordimiento.

María Flores se desesperaba al pasar de los minutos, gritaba y perdía las esperanzas. El aire se hacía polvo literalmente y tanto Camila como ella se convertían en fantasmas. Estaban cubiertas de polvo. Todas de blanco o plomo, dice María. “Es como cuando revienta la lava y caen las cenizas, así estábamos, cubiertas de eso”. Había reparado en guardar la calma y mantenerse firme para no desesperar a la niña. Hasta se atrevió a pedirle que junto a ella gritaran por ayuda. Sin embargo María oyó lo que nunca esperó oír de una niña de tan solo 5 años.

─Ayúdame a pedir ayuda, mamita ─le dijo María a Camilita, como ella llama a la niña.─ para que nos encuentren más rápido.

─Mi mamá ya está muerta ─dijo Camila sin ningún tipo de remordimiento.

─No, mamita, nos están buscando. Nos van a encontrar ─replicó María ante tal respuesta.─ mas bien ayúdame a gritar para que nos encuentren rápido.

─No, yo sé que ella ya está muerta.

Habían pasado cerca de 40 minutos cuando Arturo y Omar, hermanos de María la ubicaron. Omar trabajaba en la Municipalidad que se encontraba al lado de la Iglesia. Luego del sismo salió a acompañar a una amiga a que busque una vía para ir a casa. Le informaron que su hermana se encontraba bajo el techo de la Iglesia y fue a casa de ella a buscar a Arturo para que le ayude a buscarla. Sacaron sus herramientas y juntos fueron al lugar para tratar de rescatarla. Dice Arturo que cuando gritaban ¡María! Se oían voces por todos lados respondiendo al nombre. Todos querían ser rescatados.

Luego de varios minutos de búsqueda, lograron encontrarla. Pisaron cuerpos y pasaron por encima de otros que aún daban sus últimos suspiros. De un momento a otro, se encontraban sobre su hermana. Quitaron el muro y lo primero que hicieron fue sacar a Camila para que no sea aplastada si sacaban a María primero. Arturo bautizó el rescate como “un parto, pero de tierra”. Así lo dijo mientras ambos sonreían y se miraban. Arturo se encontraba de pie, al lado del televisor que adorna la sala de la casa de los Flores. La casa que se dañó pero no se derrumbó. “mi casa no se cayó, se rajó en algunos lados pero ya está curada”.

Entre los brazos de Arturo, estaba la hija de María. “Ella nació mucho después del terremoto.” Representa para todos ellos la esperanza de que después de una vida perdida, viene una nueva. Hoy Camila vive con su abuela en Fonavi, una urbanización en Pisco cerca a casa de María. Precisa fue la predicción o premonición de la pequeña Camila que el 9 de mayo cumplió 11 años. Su madre sí murió en la Iglesia. Murió al instante junto con Rosa, la otra amiga de María. Junto a ellas dos los otros 70 miembros de los Espino de los cuales, no se sabe nada más que viven en la manzana 23 lote 19 de la villa Túpac Amaru.  En una casa en la que los perros custodian la entrada y los gatos se reproducen por montones. En la entrada su puerta está hecha de calamina y de seguro le ponen un candado pequeño.

La señora Laura, la viuda de Don Alejandro, no quiere hablar. Solo dice que miremos cómo vive desde el terremoto. Declaró mucho y todos le ofrecieron ayuda. Nadie le dio nada. Mientras juntaba su puerta de calamina y ahuyentaba a sus perros a los lados, se iba rezando unas palabras de resentimiento con su voz entrecortada. Los perros se quedaban callados mientras la señora Laura caminaba a paso lento de regreso a su casa. Carmen trabaja en Independencia según María. Al cambiar de alcalde su contrato en la Municipalidad de Pisco terminó y ahora trabaja allá. Vilma, hermana de Carmen, enseña por las mañanas en el Colegio Julio C. Tello. Todas hacen su vida por separado. Los domingos los Espino se reúnen en casa de la señora Laura para almorzar y pasar el momento en familia.

No parecía un terremoto, sino un ataque. Parecía que las casas explotaban y no se derrumbaban.

Dentro de la Iglesia muchas personas vivieron el infierno de sus vidas, otras en las calles. Otras dentro de sus hogares y otros luego del sismo. No parecía un terremoto, sino un ataque. Parecía que las casas explotaban y no se derrumbaban. Era como una bomba que reventaba desde adentro y las traía de un solo golpe al suelo. Le bastó menos de 30 segundos al terremoto para destruir la ciudad. Habían pasado un minuto y 40 segundos cuando el primer movimiento se detuvo. No más de 5 segundos las placas descansaron para sacudir nuevamente la tierra, esta vez de arriba hacia abajo. Ya no quedaba nada más por botar. El pánico empeoró cuando los generadores reventaron y la luz en la ciudad se desvaneció junto a la vida de cientos de personas. Ya con la ciudad en oscuridad, el cielo hacía notar varios resplandores blancos. Los gritos de las mujeres al ver tal sucedo desgarraban los nervios y el temor era mayor. Los cables de los postes reventaban y soltaban chispas. Algunos postes se caían y por otra parte las pistas se partían cuales galletas de soda.

El minuto 2:40 marcó el final del sismo más fuerte después del de Yungay, en el Perú. En esta ocasión, sucedía al otro extremo de Lima: Pisco. Sin embargo,  ahí no terminaba el sufrimiento. Ahí empezaba. La travesía que tenía que vivir cada pisqueño, o al menos habitante de la ciudad, no tenía ni asomo a la comparación o imaginación. Eran las 6 y 46 de la tarde y la noche ya había caído sobre la ciudad. Extraño fue el sentir ese mismo día un ardiente sol. Por lo general las tardes en esa época en la ciudad son nubladas o con brillo solar. No obstante, lo de aquella tarde fue lo sospechoso. Muchos comentaron luego del sismo que por algo había ocurrido dicho fenómeno (...).


Escrito por

Daniel Crespo Pizarro

Periodista y fotógrafo. Devoto del Señor de los Milagros y la Virgen del Carmen.


Publicado en

Redacción mulera

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