Por Mariemma Mannarelli, historiadora, Universidad Nacional Mayor de San Marcos


Hace ya muchos días me persigue esa imagen del rostro de Natalia Iguiñiz enmarcado por un círculo rojo, que la señala como presunta protagonista de un hecho inaceptable: registrar a su nombre el logo de #NiUnaMenos en Indecopi diez días después de la marcha 13A. Cada día me preocupa más ese círculo rojo, no me deja tranquila; creo que ensombrece el horizonte, especialmente el nuestro, el de las mujeres. Cuánto puede estar diciendo me pregunto. La foto de la que es parte esa imagen es un grupo de mujeres en plena chamba que organiza la movilización de niunamenos del pasado agosto. Es un grupo como muchísimos otros que formamos sin parar durante las semanas anteriores a un acontecimiento que lucía prometedor, insólito, y que nos ilusionó como nunca: decenas de miles de mujeres éramos invitadas a salir de mundos teñidos de miedo y humillación íntima y muchas veces impronunciable, a tomar las calles, a reclamarlas para mostrar nuestro rechazo a la barbarie; a eso donde se hacen cómplices elites dominantes y grupos en principio subordinados durante siglos. Ocurría organizado por mujeres en todo el país, era la cresta de la ola. Los pactos patriarcales podían ser desmantelados como nunca antes.  

Sabíamos que era un momento pico, de concentración, de reunión, nuevo por donde se le mirara. Queríamos que fuera también el inicio de revoluciones personales y colectivas, de transformaciones en principio deseadas e impredecibles, así como es la historia. 13A era la explosión de posibilidades insospechadas, pero estas son eso, insospechadas. Madres, hijas, hermanas, esposas, convivientes se convertían en mujeres, en ciudadanas y transformaban y expandían el espacio público con la palabra escrita y con su presencia organizada en las calles.

En las semanas previas, -de anuncios, de tensiones-, el grupo pequeño que tuvo la iniciativa, del que era parte Natalia Iguiñiz, fue creciendo, se hizo enorme. Se reorganizó una y otra vez; se diferenció por dentro; conforme crecía exponencialmente aparecían nuevas tareas, responsabilidades, abriendo grandes espacios (fechas y lugares) que eran desbordados -en el mejor sentido de la palabra- de presencias y entusiasmos, de propuestas y de ganas de que la marcha se compusiera de eso que conocíamos estaba en ebullición y saturando a las mujeres en la domesticidad de calles y casas, en eso que oprimía el sexo y los cuerpos femeninos en lechos de hostales, en campamentos mineros, en cualquier casa.

Las disidencias y malestares también fueron parte del movimiento; la historia se mueve así, por las tensiones y sus dinámicas. Somos parte de ella y la construimos con las discrepancias y sus argumentos. No es fácil tomar las calles, cambiar puede ser también acercarse al vacío. La meta no está fuera de la historia, es la historia misma.

Sabemos que las reivindicaciones de las mujeres, sobre todo las que atañen a sus derechos en el espacio público, despiertan las peores partes de los hombres; de aquellos que deben renunciar a sus seculares privilegios, esos ante los cuales nos asombramos más de verlos tan naturalizados. Los cambios exigen revisiones íntimas en donde podemos encontrarnos, si nos atrevemos, con deseos y temores primarios, que aterran. Lo ideal sería que las instituciones ofrezcan recursos para procesar esos cambios. Pero es claro que con los jueces y demás autoridades públicas peruanas no podemos contar por ahora. Esto significa que la marea de agresión contra nosotras no contará con un cauce que la transforme en algo distinto. La precariedad emocional de los implicados en nuestras demandas puede dispararse en una mayor violencia. Algunos menos perturbados harán “de tripas corazón”; los menos se calmarán y meditarán con nosotros sobre sus actitudes.

Las feministas, que yo sepa, no nos hemos librado del inconsciente ni de sus deseos reprimidos; las mujeres también podemos identificarnos con el agresor, es bueno que lo sepamos, que lo tengamos muy presente, que lo conversemos, que lo discutamos. Algunas mujeres que se entregaron a la reflexión en esa línea tienen textos que nos advierten de la incidencia de la rivalidad entre mujeres, y de sus efectos corrosivos en nuestro bienestar y en las posibilidades de solidarizarnos y defendernos. Pienso que no nos hace bien dejar estas consideraciones de lado, sobre todo las que vivimos en un país como el Perú, donde las instituciones que deben contener los impulsos de nuestros agresores tampoco se derivan de una lógica pública y a ellos nos exponen todos los días. De hecho podemos convertirnos en nuestras propias victimarias; ridículamente triste.

Lo que necesito es pensar y entender mientras fluyen estas líneas, qué empaña tanto lo logrado, qué de lo que nos aleja de la libertad y queremos las feministas desmontar y desaparecer, se mete entre nosotras para hacernos desandar lo recorrido.

Opino que Natalia Iguiñiz es una mujer cimentada en su obra; pruebas al canto. Original, crítica, transgresora (censurada más de una vez creo, alguna por Cipriani mismo sino me equivoco), cada vez más genuinamente feminista. Si hubiese visto en ella alguna vez un ego angurriento, no sé si me animase a escribir sobre lo que no me deja tranquila: que alguien, en nombre de un movimiento feminista, haya tomado en sus manos un marcador, haya trazado un círculo rojo alrededor de su rostro y lo haya mostrado en un espacio del que queremos apropiarnos para ser solidarias y libres. Más que de la artista dice de la postura que eligió esos modos de denunciar lo que les parecía una apropiación cuestionable. El colectivo del que es parte Natalia Iguiñiz explicó las razones de la inscripción de niunamenos; no satisfizo a todas. Suele pasar, es atendible.

El comunicado de NiUnaMenos, de la gente que ha estado unida por convicciones, antes y después del 13A, solventadas por una historia, un pasado comprometido, alivia, trae a lo público algo de qué asirnos, explicaciones no nos debilitan. Gracias por eso, por no dejar de lado las maneras posibles de decir las cosas, de expresar nuestras dudas y desacuerdos; las firmezas. Y también nos recuerdan que no estamos libres de atentar contra nosotras mismas, contra las ideas que nos hacen estar ahí, en esa lucha.

La rabia y la indignación parecen trazar el círculo rojo, pero la plenitud de un espacio público, el que perseguimos, radicales, saliendo a las calles y organizándonos, se sustenta en la persuasión. Intentarla puede disminuir la ansiedad que sin duda genera apuestas como las nuestras, como NiUnaMenos. Y parece ser que no ha bastado esa gigantesca movilización para dotarnos de la virtud del diálogo, de las preguntas que necesitamos para entendernos. Pero aquí estamos tratando de entendernos, de crear una lengua propia que nos ayude a encontrarnos. Qué alivio escribir.