En su segunda temporada, 'Narcos', la serie sobre la entrelazada historia de Colombia y el narcotráfico, continúa narrando (en 10 capítulos disponibles en Netflix) el ascenso y caída de uno de los personajes más emblemáticos y contradictorios de la década de los 80s: Pablo Escobar. Ella supera, además, la ya denostada calidad de la temporada anterior.

La entrega empieza donde terminó el debut de hace un año. Tras huir de La Catedral (esa prisión dorada y cuidada por guardias contratados por él mismo) al ser esta invadida por el ejército colombiano, Escobar dirige su debilitado imperio desde la clandestinidad. Las paredes, además, se le van estrechando pues sus rivales del Cartel de Cali tratan de desbaratar su negocio, y tanto el gobierno presidido por César Gaviria (Raúl Mendez) como ciertos grupos paramilitares le dan caza.

Como se adelantó al inicio de la nota, esta segunda temporada supera por muchos flancos al debut. El equipo de directores y productores liderado por José Padilha amplía el vocabulario audiovisual empleado con tomas ágiles, bellas, y de un ingenio y factura notables al aprovechar el movimiento (tanto de la cámara como de los personajes). Las imágenes que quedan impregnadas en la cabeza son muchas, basta decir que es de lo mejor que nos podría brindar el cine (o TV) de acción actual. Todo esto más allá del ingenioso uso de material de archivo para contextualizar históricamente, un 'trademark' ya de la serie.

Pero no todo es pompa visual, los recursos dramáticos son rebasados también en esta temporada. Mientras la búsqueda contra Pablo recrudece, los personajes son llevados al extremo al ver sus vidas en riesgo. Los sueños o apariciones de personajes muertos en el pasado sugieren el turbio estado mental de Pablo y sus secuaces. Además, está el espléndido trabajo de los actores.

Al abarcar menos tiempo en la saga de Escobar que la primera temporada, donde se contó la historia de los primeros 15 años del Cartel de Medellín, hay más oportunidades para profundizar en los personajes secundarios y sus móviles. 

Se complejiza la visión ambivalente del agente Peña (Pedro Pascal), sobre lo que se tiene que hacer para derrotar este mal. Se esbozan personalidades claras en ciertos sicarios de Pablo, como La Quica (Diego Cataño), Limón (Leynar Gómez) y Blackie (Julián Díaz) y diferentes militares y policías asignados por el Presidente Gaviria para ya no capturar a Pablo, sino aniquilarlo. Pero principalmente, aparecen en primer plano los personajes de Tata (Paulina Gaitán) y doña Hermilda (Paulina García), la esposa y madre de Pablo. Quienes, a pesar de no matar a nadie ni estar cerca de la droga en ningún momento, sufren todo este periplo y también son, en parte, responsables de él.

El que merece un párrafo aparte es, como no podía ser de otra forma, Wagner Moura interpretando a Pablo Escobar. Como dicen en The New York Times, pocas veces un actor ha logrado tanto haciendo aparentemente tan poco. Sin grandes exabruptos (tan sólo con miradas, expresiones y bufidos) el brasileño expresa tanto la amenaza y autoridad que representaba 'El Robin Hood Paisa', como su lado humano. Se vuelve creíble que asesine a sangre fría a tanta gente, y que al mismo tiempo sea un buen padre y un esposo que ama a su mujer. Ver a un personaje así al filo de la navaja es treméndamente emocionante.

'Narcos' es, por lo tanto, una gran serie para ver. Y esto puede sonar obvio, pero se tiene que hacer el 'disclaimer' debido a que es una historia cercana a nosotros y de renovada vigencia: Para disfrutarla al máximo se tiene que tener en claro siempre que se está viendo una 'apropiación gringa' donde (así sea más levemente que en otros ejercicios) ellos son los buenos y los 'bandidos locales', los malos.

Una apopiación gringa, es más, con un bigotón rubio de la DEA como narrador de la historia, y un brasileño tratando de imitar el acento 'paisa' clásico de Pablo Escobar. Es comprensible, entonces, que a muchos colombianos no les simpatice mucho esta serie, pero tampoco es que se caiga en la ofensa y sobresimplificación burda, al contrario. 

Otro de los problemas que aparecen en una 'apropiación gringa' es que se renuncia a problematizar a profundidad el tema político de fondo de la historia, pues este suele implicarlos. En la reseña sobre la temporada anterior publicada en este medio, se señala que nunca se hace la pregunta fundamental sobre la guerra de las drogas (¿Por qué es peor la droga que la guerra?). Ella tampoco aparece en esta, y ese tal vez sea su problema más grande. Más allá de que los Murphy y Peña de la vida real fueron piezas importantes en la cacería de Escobar (el Murphy de verdad hasta aparece en el retrato que los soldados que con su cuerpo inerte), los estadounidenses que merecen más atención de la serie son los que erigieron estos imperios de la droga al consumirla.

Lo que sí, a pesar de la precisión a grandes rasgos (hay desvíos específicos bastante claros) de los hechos narrados, esto no es una clase de historia. Lo que sí, tal vez (junto con la 1era temporada de 'Daredevil', también de Netflix) debe ser la mejor serie de acción producida por los Estados Unidos en los últimos años. Que ella cuente, además, con más de la mitad de diálogos en español; y con un equipo de producción en su gran mayoría latino, señala que en algo el asunto de los errores de Hollywood al interpretar historias foráneas está mejorando.


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