Es frecuente oír que México se ha consagrado como el país con mayor índice de criminalidad entre los países latinoamericanos. Lo que pocos saben es que el sicariato se ha convertido en una de las modalidades criminales más frecuentes también en ese país. 

El sicario, habitación 164 es un largometraje producido el 2010 por el cineasta italiano Gianfranco Rosi y el periodista investigador norteamericano Charles Bowden que, en poco más de un hora, muestra al mundo cómo funciona la red de asesinos a sueldo desde las entrañas del problema: el sicario mismo. Pero no cualquiera, sino un “profesional” radicado en la ciudad más peligrosa de México, Ciudad Juárez, y cuya cabeza ha llegado a costar 25,000 dólares. 

El director recoge el testimonio de este hombre quien, sentado en la habitación 164 de un motel cualquiera en México, con la cabeza cubierta por una tela totalmente oscura, nos cuenta cómo ha sido su paso al mundo del sicariato y cómo opera. Mientras el asesino a sueldo cuenta su historia, sus manos trazan dibujos sobre unas páginas blancas que trastocan con su vestimenta totalmente negra: métodos de tortura, víctimas y nombres de autoridades mexicanas salen de la mano del hombre que confiesa haber asesinado por lo menos a 500 personas. 

Con la misma voz neutral con que cuenta cómo inició todo en una academia policial de Chihuaha, financiado por una red criminal, el sicario revela por qué muchos cuerpos desaparecidos no pueden ser encontrados hasta ahora. La razón, cuenta, es que existen casas de “seguridad” en donde entierran secretamente estos cuerpos y sobre las que varias autoridades mexicanas tienen perfecto conocimiento, pero simplemente no desean actuar. ¿Por qué? Según el “especialista”, la red del sicariato se sostiene sobre la base de un apoyo mutuo entre gobiernos corruptos, narcotraficantes y traficante de armas.

Hoy esto empieza a sonarnos cada vez más familiar a los peruanos, a propósito por ejemplo del reciente caso de un sicario que actuó a plena luz del día en un restaurante de Barranco y sobre quien las autoridades aún no han proporcionado suficiente información. Más bien, las autoridades peruanas siguen invisibilizando el problema, pues consideran que el sicariato involucra únicamente a grupos delincuentes, mas no a la sociedad civil. 

El documental El sicario muestra todo lo contrario: en el camino, el asesino ha sido suficientemente deshumanizado como para no detenerse a contemplar daños colaterales. De igual modo, las casas edificadas con el único propósito de enterrar cuerpos terminan por involucrar a toda la sociedad civil. Todos, tarde o temprano, se convierten en cómplices o víctimas.

Por el contenido y la forma narrativa,  El sicario no ha pasado desapercibido en las salas y festivales internacionales, donde ha obtenido algunos premios. Irónicamente, las autoridades mexicanas han preferido prohibir su reproducción en las salas de cine comercial.

                                      Vea el documental completo


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