La amistad entre los escritores Mario Vargas Llosa y Gabriel García Márquez comenzó con un colosal abrazo y terminó con un fulminante puñete. Meses antes de que los dos escritores más representativos del boom de la literatura latinoamericana se conocieran en el aeropuerto de Maiquetía, ubicado a pocos kilómetros de Caracas, Venezuela, habían cursado cartas durante meses. Fueron pues, primero, amigos epistolares.  

Lograron estrechar a tal grado la amistad por correspondencia que Vargas Llosa había gestionado la publicación de algunos cuentos de García Márquez en inglés y se había comprometido a difundir en Perú su novela aún inédita “Cien años de soledad”. García Márquez, por su parte, le había propuesto escribir una obra monumental a cuatro manos.

Pero aquella tarde, en el aeropuerto de Caracas ambos escritores habían coincidido para asistir a la ceremonia de entrega del Premio Rómulo Gallegos. La novela “La casa verde” de Mario había sido la ganadora y García Márquez, ya convertido en una estrella internacional tras la publicación de Cien años de soledad, era entre muchos otros escritores e intelectuales, quizá la principal vedette del evento.

Soledad Mendoza, la hermana de Plinio Apuleyo, testigo presencial de ese primer encuentro, cuenta que entre ambos se produjo un flechazo instantáneo. En el libro “De Gabo a Mario” de los profesores españoles Ángel Esteban y Ana Gallego, la célebre Soledad, recuerda que el avión de Vargas Llosa llegó antes y que ella se empecinó en esperar el de Gabo.

A Mario le gustó su obstinación y aceptó de buen talante acompañarla a esperar al futuro Premio Nobel colombiano. Por fin podría estrecharle la mano a ese gran amigo al que ni siquiera le había escuchado la voz.

Cuando, finalmente, Gabo descendió del avión lo hizo dando tumbos (se había pasado de copas bebiendo whisky para palear su aversión a las alturas). 

Después de abrazar efusivamente a Soledad, quien años atrás había sido la encargada de enviarle los cheques por los artículos que escribía para el periódico “Últimas noticias” que dirigía Plinio, ésta le dijo: “Te presentó a Mario Vargas Llosa”. Mientras Mario extendía una respetuosa mano con una sonrisa que dejaba ver esos enormes dientes amarfilados de conejo, García Márquez lo levantó en peso con un formidable abrazo.

«Iba paloteando—nos decía Soledad—pero no porque fuera un borracho, sino porque tenía pánico a los aviones, y solo mediante el alcohol podía superar esa crisis de altura. Cuando estuve frente a nosotros, se lanzó hacía mí en un efusivo abrazo—continúa Soledad—, y le presenté a Mario, lo que terminó por ser una fiesta improvisada y una euforia que duró todo el tiempo que ellos estuvieron en la ciudad» (1)

Soledad conserva dos libros autografiados por ambos escritores , solo que el que escribió Vargas Llosa “La casa verde” se lo dedicó García Márquez con la frase: “Para Soledad, esta novela que convirtió en un problema fundamental lo que antes era simplemente escribir y cantar”. Mario, por su parte, escribió en la primera página de “Cien años de soledad”: “Para (Cien años de) Soledad esta increíble novela de caballería que hubiera dado un brazo y una pierna por escribir”.

La amistad entre los dos ganadores del Premio Nobel de Literatura duró hasta febrero de 1976, cuando las discrepancias políticas respecto a la revolución cubana habían calado hondo, pero, sobre todo, por una diferencia doméstica que involucraba a Patricia, la esposa de Mario y Gabriel García Márquez.

En la única biografía que el Premio Nobel colombiano autorizó: “Gabriel García Márquez. Una vida”, el catedrático inglés Gerald Martin, amigo del escritor, cuenta: “El 12 de febrero de 1976, de vuelta ya en Ciudad de México, apareció en el estreno de la versión cinematográfica de La Odisea de los Andes. Cuando llegó Mario Vargas Llosa, que había viajado a la ciudad para la ocasión—había escrito el guion—estaba en el vestíbulo. Gabo abrió los brazos y exclamó: «¡Hermano!”». Sin mediar palabra, Mario, consumado boxeador amateur, lo derribó de un fortísimo puñetazo en la cara. Con García Márquez tendido en el suelo semiinconsciente, tras haberse golpeado la cabeza al caer, Mario gritó entonces—y la versión difiere según los testimonios—:«Esto es por lo que le dijiste a Patricia» o «Esto es por lo que le hiciste a Patricia». (2)

Así se selló la ruptura que ha sabido conservar a plenitud (nunca más se vieron los dos escritores) Mercedes Barcha, la esposa de García Márquez. Pero antes de que esto ocurriera, cuando el recién florecía el idilio, después de Caracas, en aquel año de 1967, ambos escritores se reunieron en Lima, en septiembre y García Márquez apadrinó al segundo hijo de Vargas Llosa, Gonzalo, así los escritores llegaron al clímax de su amistad: el compadrazgo.

De aquellas fechas data una memorable conversación que mantuvieron en el auditorio de la facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional de Ingeniería (UNI) en Lima. Según el libro de “Gabo a Mario”, José Miguel Oviedo se dedicó a convertir el diálogo en libro, pero García Márquez se opuso a su publicación. Finalmente, el libro apareció al año siguiente en 1968.

En la conversación que se realizó frente a miles de concurrentes ocurrió en dos jornadas, el 5 y 7 de setiembre. Mario fungió de entrevistador, aunque en determinados pasajes del diálogo se cambian las posiciones.

La conversación tiene como línea medular “Cien años de Soledad”, pero se desliza hacia la función del escritor, sus motivaciones, las técnicas, pero tampoco están exentos los temas políticos y sociales de la época.

A continuación dejamos un breve extracto del pequeño librito que se tituló: “La novela en América Latina. Dialogo”.

Vargas LLosa: Entonces, en este caso, el factor puramente racional diríamos, no es preponderante en la creación literaria. ¿Qué otros factores serían preponderantes, qué elementos determinarían la realidad de la obra literaria?

García Márquez: A mí lo único que me interesa en el momento de escribir una historia es si la idea de esa historia puede gustar al lector y que yo esté totalmente de acuerdo con esa historia. Yo no podría escribir una historia que no sea basada exclusivamente en experiencias personales. Precisamente estoy ahora preparando la historia de un dictador imaginario, es decir, la historia de un dictador que se supone que es latinoamericano, por el ambiente. Este dictador que tiene 182 años de edad, que tiene tanto tiempo en el poder que ya no recuerda cuándo llegó a él, que tiene tanto poder que ya no necesita mandar, está, completsmente solo en un enorme palacio, por cuyos salones se pasean las vacas y se comen los retratos, los grandes óleos de los arzobispos, etc., entonces, lo que resulta curioso es que de alguna manera, esta historia está basada en experiencias personales. Es decir, son elaboraciones poéticas de experiencias personales mías que me sirven para expresar lo que quiero en este caso, que es la inmensa soledad del poder; y creo que para expresar la soledad del poder no hay ningún arquetipo mejor que el del dictador latinoamericano que es el gran monstruo mitológico de nuestra historia.

Más adelante en la conversación

VLL: Bueno, esto que nos dices es una demostración, en cierta forma, de esa afirmación tuya de que el escritor siempre parte de experiencias personales. Pero las personas que no han leído la obra de Gabriel, Cien años de soledad, pueden llevarse la impresión de que él ha escrito libros autobiográficos y en Cien años de soledad, además de las cosas que le sucedieron al hermano de Gabriel o cosas que contó el abuelo de Gabriel cuando era niño, ocurren también cosas muy sorprendentes: hay alfombras voladoras que pasean a las niñas sobre la ciudad; hay una mujer que sube al cielo en cuerpo y alma; hay una pareja que hace el amor y al momento de hacerlo, propaga la fecundidad y la feracidad a su alrededor; ocurren miles de cosas maravillosas, sorprendentes, inverosímiles. Indudablemente una parte del material que utiliza el escritor en sus libros son experiencias personales; pero hay otra parte que viene de la imaginación y otro elemento que, diríamos, es cultural. Quisiera que nos hablaras de este último elemento; es decir, ¿qué lecturas influyeron mayormente en ti cuando escribiste tus libros?

GM: Yo conozco mucho a Vargas Llosa y sé dónde está tratando de llevarme. Quiere que le diga que todo viene de la novela de caballería. Y en cierto modo tiene razón, porque uno de mis libros favoritos, que sigo leyéndolo y al que tengo una profunda admiración, es el Amadis de Gaula. Yo creo que es uno de los grandes libros que se ha escrito en la historia de la humanidad, a pesar de que Mario Vargas Llosa cree que es el Tirante el Blanco. Pero no vamos a entrar en ese tipo de discusiones. Como tú recuerdas, en la novela de caballería, como decíamos alguna vez, el caballero le corta la cabeza tantas veces como sea necesario para el relato. En el capítulo III hay un gran combate y necesitan que al caballero le corten la cabeza, y se la cortan, y en el capítulo IV aparece el caballero con su cabeza, y si se necesita, en otro combate se la vuelven a cortar. Toda esa libertad narrativa desapareció con la novela de caballería, en la que se encontraban cosas tan extraordinarias como las que encontramos ahora en la América Latina todos los días.

MVLL: Tal vez podrías llegar a hablarnos del realismo en la literatura. Se discute mucho qué cosa es el realismo, cuáles son los límites del realismo y, ante un libro como el tuyo, donde ocurren cosas muy reales, muy verosímiles junto a cosas aparentemente irreales, como esa de la muchacha que sube al cielo en cuerpo y alma, o un hombre que promueve treinta y dos guerras, lo derrotan en todas y sale ileso de ellas…Bueno, de manera general, se puede decir que en tu libro hay una serie de episodios que son poco probables. Son episodios más bien poéticos, visionarios y, no sé si esto puede autorizar mi interpretación a una calificación del libro como fantástico, como libro no realista. ¿Tú crees que eres un escritor realista, o un escritor fantástico o crees que no se puede hacer esa distinción?

GM: No, no. Yo creo que particularmente en Cien años de soledad, yo soy un escritor realista, porque creo que en América Latina todo es posible, todo es real. Es un problema técnico en la medida de que el escritor tiene dificultad en transmitir los acontecimientos que son reales en la América Latina porque en un libro no se creerían. Pero lo que sucede es que los escritores latinoamericanos no nos hemos dado cuenta de que en los cuentos de la abuela hay una fantasía extraordinaria en la que creen los niños a quienes se les está contando y me temo que contribuyen a formarlo, y son cosas extraordinarias, son cosas de las Mil y una noches, verdad? Vivimos rodeados de cosas extraordinarias y fantásticas y los escritores insisten en contarnos unas realidades inmediatas sin ninguna importancia. Yo creo que técnicos que trabajar en la investigación del lenguaje y de formas técnicas del relato, a fin de que toda fantástica realidad latinoamericana forme parte de nuestros libros y que la literatura Latinoamericana corresponda en realidad a la vida latinoamericana, donde suceden las cosas más extraordinarias todos los días, como los coroneles que hicieron treinta y cuatro guerras civiles y las perdieron todas, o como por ejemplo ese dictador de El Salvador, cuyo nombre no recuerdo exactamente ahora, que inventó un péndulo para descubrir si los alimentos estaban envenenados y que ponía sobre la sopa, sobre la carne, sobre el pescado. Si el péndulo se inclinaba hacia la izquierda no comía, y si se inclinaba hacia la derecha sí comía. Ahora bien, este mismo dictador es un teósofo; hubo una epidemia de viruela y su ministro de Salud y sus asesores le dijeron lo que había que hacer, y él dijo: “Yo sé lo que hay que hacer: tapar con papel rojo todo el alumbrado público del país”. Y hubo una época en todo el país en que los focos estuvieron tapados con papel rojo. Estas cosas suceden todos los días en América Latina y nosotros los escritores latinoamericanos a la hora de sentarnos a escribirlas, en vez de aceptarlas como realidades, entramos a polemizar, a racionalizar diciendo: “Esto no es posible, lo que pasa es que este era un loco”, etc. Todos empezamos a dar una serie de explicaciones racionales que falsean la realidad latinoamericana. Yo creo que lo que hay que hacer es asumirla de frente, que es una forma de realidad que puede dar algo nuevo a la literatura universal (3).

Referencias

((1) Ángel Esteban y Ana Gallego. De Gabo a Mario.  Espasa Calpe, 2009. Pág. 64

(2) Martin Gerald, Gabriel García Márquez. Una vida. Random House Mondadori, 2009 . Páginas 435 y 436.

(3) La novela en América Latina. Dialogo. Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa. Universidad Nacional de Ingeniería, 1991.