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Un rostro del Perú

En todos los papeles que le tocó interpretar, Aristóteles Picho fue, sobre todo, una presencia real.

Publicado: 2013-12-21

Pocos rostros son tan emblemáticos en el cine y el teatro peruanos de las últimas tres décadas como el de Aristóteles Picho, el actor huancaíno fallecido hoy a los 56 años de edad.

Picho, que inició su carrera cinematográfica en 1985 con el papel de El Boa en la cinta La ciudad y los perros, de Francisco Lombardi, fue por tres décadas una presencia única en las pantallas y escenarios nacionales, inmediatamente reconocible y profundamente entrañable aún para observadores casuales. Y esto se debió no solo a sus características y su fisionomía -las facciones bruñidas e intensas, los ojos que podían pasar de la laceración a la generosidad en un segundo, la dicción precisa y muy nuestra-, sino también a una técnica actoral depurada como pocas en la escena local.


El término “actor de carácter” parece haber sido inventado para él. Picho declaró alguna vez que el origen de su vocación teatral se remonta a una profunda timidez. Algo de eso hay en su trabajo, que sólo en ocasiones es expansivo y grandilocuente, y las más de las veces se caracteriza por la concentración, la intensidad y un cierto minimalismo.

No fue un actor reticente con sus emociones, pero sí mantuvo en muchos casos un cierto nivel de reserva, una cierta premeditación en sus movimientos y acciones, que no hacía sino aumentar la intensidad interior de sus personajes.

Esto quizá promovió un cierto encasillamiento, en especial en su trabajo cinematográfico. Personajes tan diversos como “El Chino”, en La boca del Lobo y “El Sinchi”, en Pantaleón y las visitadoras (ambas también de Lombardi), “Supay” en Reportaje a la muerte (de Dany Gaviria) o “Charlie” en Bala perdida (de Aldo Salvini) contenían y expresaban todos una cuota no desdeñable de peligro y duplicidad, elementos que Picho lograba siempre dosificar con sistematicidad y método. Su aparición fílmica más reciente, como el taimado acreedor del policía Ramírez en El evangelio de la carne, aunque breve, es quizá la muestra más lograda de su talento para encarnar a este tipo de personaje.

Y en todos ellos, Aristóteles Picho llegó a nosotros con una muy lograda y muy técnica verosimilitud. Más allá incluso de los guiones con los que le tocó trabajar y las historias que sus películas contaban, la presencia de Aristóteles Picho fue siempre una presencia real, convincente y viva, y ese quizá es el mejor elogio que se le puede hacer a un actor.


Pero, por supuesto, el rango profesional de Aristóteles Picho se extendía más allá de esas interpretaciones paradigmáticas de su carrera. Tanto en el cine como en el teatro, demostró en no pocas ocasiones una habilidad para la representación cómica; sobre todo, demostró una dedicación y una atención a su oficio decididamente fuera de lo común, y con ello se ganó un lugar, ojalá que indeleble, en la memoria visual de los peruanos.


Aquí, en "Todos y nadie", de Margarita Cobilich


Aquí, en "Pantaleón y las visitadoras", de Francisco Lombardi

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Escrito por

Jorge Frisancho

Escrito al margen


Publicado en

Redacción mulera

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