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Noé sigue delirando

A propósito de la reedición del poemario de Arturo Corcuera, Noé delirante (Alfaguara, 2013), hacemos un comentario de sus principales temas poéticos: el mito, la magia, el juego. 

Publicado: 2013-12-10

Los viajeros saben que no existe solo una causa para la travesía. Viajar es un arte que no debe confundirse con las huidas vulgares, con las distracciones de fines de semana. El viaje como consumo no lleva a nada, es solo un paliativo. El viaje del arte es distinto y exige mayor temple para enfrentar los descubrimientos que irán apareciendo, para no detenerse a pesar de las sirenas como le paso al viejo Odiseo.  

Un viaje así exige más bien un deseducarse de la razón o la monotonía, una pura entrega hacia lo novedoso. Este viaje implica bautizos, invenciones y demuestra el verdadero destino del viajero: se viaja por insatisfacción con lo que sabemos y buscamos así nuevos sentidos, nueva vida, nuevos nombres. Este es el proceso del libro de Arturo Corcuera, Noé delirante, el de las génesis, el de la vuelta a lo primigenio para encontrar nueva magia al mundo gastado. 

Esta sigue siendo una fiel convicción del poeta y que se testimonia en las reediciones de su principal poemario. Cada nueva entrega es una forma de volver al delirio con más fuerza. Se trata de un fe que hoy celebra 50 años, desde aquella primera publicación bajo el sello de La Rama Florida en 1963. Así, Alfaguara volvió a publicar el poemario  con ilustraciones de Rosamar Corcuera, presentándolo hoy en el C.C.  Garcilaso.

Conforme saboreamos los poemas de Noé delirante nos damos cuenta que no basta el amor o el conocimiento para nombrar o transformar el mundo, es necesario enloquecer y ser un poco animal, entrar al terreno de pieles salvajes, comprendiendo otras cosmovisiones más profundas, más sabias. Solo así los animales del arca dejan las definiciones del diccionario y se convierten en un "pentagrama verde" como el grillo, un "diamante en trizas" como la luciérnaga o el viento es llamado "rápido galgo de mercurio"

Delirar, enloquecer, la multiplicidad de las formas, cruzar los límites de lo definido y entrar al sistema de redes de la naturaleza, solo así todo se conjuga, se conecta y nada es fijo o unívoco sino una fértil integración del todo, esto sucede, por ejemplo con la guitarra: "Árbol / que se transmuta en pájaro / al primer sonido". De esta manera el Noé delirante restablece la indiferenciación del tiempo mítico, cuando: “los hombres y los animales todavía no eran distintos”, a decir de Lévi-Strauss.

El amor también es un cúmulo de sensaciones para el viajero, como sucede ante la sutileza de la rosa a la que se canta, a esa rosa que uno descubre como alivio y sortilegio, como un cuerpo majestuoso que arde en estos versos: "lozanos muslos, ansias, boca". El cuerpo del descubrimiento es siempre carne que adquiere dones de fauna y flora, así se dice: "mi hambrienta primavera prodigada / en tu pulpa jugosa y primitiva". También tiene el amor mucho de salvaje y locura, de fuerza que desintegra, hiere, quema, por esto los amantes están: "Enlazados los dos con saña loca / ella implorante y yo caníbal fiero".  

Corcuera recuerda a los primeros aedos a través de sus estrategias poéticas: la brevedad que permite el efecto de memorizar, y abre paso a los juegos del lenguaje, así cada poema explota en la lengua, de hecho no son poemas del silencio o la escritura sino del canto, orales en sus combinaciones imaginativas donde, por ejemplo, el pájaro-centella fuga a las estrellas.

Esta veta lúdica se enfatiza mediante las adivinanzas de la sección titulada "Preguntas de Javier el adivino". Por su parte el mito y la oralidad se amalgaman cuando Corcuera aprovecha el recurso de las fábulas, configurando una atmósfera natural, pero aquí los animales dejan de ser estereotipos de moraleja y se convierten en ejemplos de metamorfosis y magia.

Luego del viaje todo se mundaniza, es decir, todo vuelve a la tierra, que es donde realmente todo cobra realce: en el aquí concreto del mundo. Y en esto se advierte el interés de Concuera por conseguir que la magia, el juego y lo mítico sean concebidos como parte de la realidad, no como una oposición o abstracción.

Seamos como el hereje de uno de los poemas que nunca dejará de creer que la luz es una flor. Esta es la búsqueda del libro: no dejemos de trastocar el mundo, de viajar hacia las metamorfosis, hacia la energía poética que limpia y renueva el mundo. El primer paso es atreverse a delirar, tener un poco de mar, planta o animal.


Escrito por

Christian Elguera

Escritor y corresponsal de literaturas indígenas en Latin American Literature Today


Publicado en

Redacción mulera

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