La derecha latinoamericana no la ve
El fracaso del gobierno del chileno Sebastián Piñera agotó rápidamente la nueva carta que la derecha se jugaba: promover a empresarios de éxito en la esfera privada como gobernantes.
Después de una década de emergencia de gobiernos nuevos, la polarización del campo político latinoamericano sigue siendo la que opone fuerzas neoliberales a fuerzas antineoliberales. Emir Sader, profesor de la Universidade de São Paulo y de la Universidade do Estado do Río de Janeiro, acaba de escribir en Público.es un artículo sobre el escenario negativo para la derecha en América Latina. Lo dejo a su consideración.
Este comienzo de siglo no ha sido particularmente favorable para la derecha latinoamericana. Después de haber gobernado gran parte de los países del continente durante décadas consecutivas –con dictaduras militares y gobiernos neoliberales, entre otros–, la derecha vive una situación de profunda debilidad política y aislamiento social en la región.
La derecha paga el precio de haber gobernado a través de dictaduras militares y/o de gobiernos neoliberales. Estuvo identificada con la ruptura con los procesos democráticos y/o con la centralidad del mercado. Pasados esos períodos, dejó de tener plataforma cuando el modelo neoliberal se agotó y surgieron gobiernos que aspiraron a la superación de ese modelo.
A la vez que su gran aliado internacional, Estados Unidos, igualmente identificado con las políticas neoliberales, además de los tratados de libre comercio con ese país, también dejó de tener propuestas con los países del continente y perdió espacios en la región, donde históricamente impuso su hegemonía.
Hace poco se ha empezado a promover la Alianza del Pacífico como la alternativa de las derechas latinoamericanas y de Estados Unidos para el continente, en oposición al Mercosur y a Unasur. Como si la salida para América Latina fuera abrirse al Pacífico.
El país que avanzó por la vía propuesta por el neoliberalismo, los organismos internacionales y los Estados Unidos fue México, el primero en firmar un Tratado de Libre Comercio (de América del Norte). Basta hacer un balance de lo que ha pasado con México desde entonces y lo que pasa con países que no han seguido ese camino, como los de los gobiernos progresistas y anti-neoliberales del continente.
Basta constatar que México tiene más del 90% de su comercio exterior con Washington, hoy un factor recesivo y no dinamizador. México ha retrocedido desde entonces: es más violento, más concentrador de renta, más subordinado en el plan internacional, con un Estado más débil y una sociedad más fragmentada.
En cambio, los países que han optado por no suscribir tratados de libre comercio con Estados Unidos sino por los procesos de integración regional y el intercambio Sur-Sur, ya han logrado disminuir significativamente la desigualdad, la pobreza y la miseria, y han afirmado una política exterior independiente. También han expandido sus mercados internos de consumo popular mediante políticas redistributivas, en lugar de la centralidad de los ajustes fiscales.
Los resultados positivos de esas políticas en países como Bolivia, Argentina, Brasil, Venezuela, Ecuador, Uruguay, son un desafío para la derecha. En un principio intentaron ignorar esos avances, denunciando como ilusorios las mejoras sociales, atribuyéndolas a demagogia, a uso abusivo del Estado para “comprar” apoyos populares (populismo), en base al desequilibrio de las cuentas públicas.
Hasta que han sido derrotados sucesivamente en los procesos electorales y se han dado cuenta de que esos países han cambiado y han cambiado para mejor. Pero no le queda a la derecha sino oponerse frontalmente a gobiernos que los han desalojado del poder y que los derrotan sistemáticamente en las urnas.
Los países que han optado por no suscribir tratados de libre comercio con Estados Unidos sino por los procesos de integración regional y el intercambio Sur-Sur, ya han logrado disminuir significativamente la desigualdad, la pobreza y la miseria, y han afirmado una política exterior independiente.
Hace poco se ha empezado a promover la Alianza del Pacífico como la alternativa de las derechas latinoamericanas y de Estados Unidos para el continente, en oposición al Mercosur y a Unasur. Como si la salida para América Latina fuera abrirse al Pacífico.
Pero, ¿qué países componen esa propuesta? México, Chile, Perú, Colombia: todos con gobiernos debilitados, que presentan muy bajos índices de apoyo. Chile tendrá pronto nueva presidenta, quien ya anunció que pretende bajar el perfil de la participación del país en la Alianza del Pacífico y acercarse a los otros países del continente. El fracaso del gobierno de Sebastián Piñera en Chile agotó rápidamente la nueva carta que la derecha se jugaba: la de promover a empresarios de éxito en la esfera privada como gobernantes. Le queda el retorno del PRI en México, cuyo nuevo presidente ya empezó su primer año de gobierno con más rechazo que apoyo, augurando un sexenio que fracasará como fracasó el de su antecesor.
Perú, Colombia y México tienen presidentes con muy bajo apoyo político interno, reflejando cómo sus propuestas de gobierno se distancian tanto de países como Brasil, Ecuador, Bolivia o Uruguay, donde los gobiernos gozan de amplia popularidad y tienden a ser reelegidos o a designar a sus sucesores.
El fracaso del gobierno de Sebastián Piñera en Chile agotó rápidamente la nueva carta que la derecha se jugaba: la de promover a empresarios de éxito en la esfera privada como gobernantes. Le queda el retorno del PRI en México, cuyo nuevo presidente ya empezó su primer año de gobierno con más rechazo que apoyo.
Después de una década de emergencia de gobiernos nuevos, la polarización del campo político latinoamericano sigue siendo la que opone fuerzas neoliberales a fuerzas anti-neoliberales. Éstas –la nueva forma que asumió la derecha proponiéndose a encarnar “lo nuevo”– han envejecido prematuramente, pero insisten en sobrevivir, aunque cada vez con menos apoyo.
Al mismo tiempo que los gobiernos post-neoliberales encuentran dificultades para afirmarse en medio de un mundo donde todavía es hegemónico el neoliberalismo, incluso con la prolongada y profunda crisis de los países rectores de ese modelo. Pero claramente los gobiernos progresistas latinoamericanos representan lo nuevo, por el empuje de su crecimiento económico y, sobre todo, por su capacidad para combatir la desigualdad, la pobreza y la miseria que siempre han aquejado a América Latina.
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Editor en La Mula. Antropólogo, periodista, melómano, viajero, culturoso, lector, curioso ... @tinkueditores
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