Nelson Mandela no fue uno más, fue el gran líder africano que convocó a un pensamiento y dejó de lado ambiciones personales pensando en el futuro de Sudáfrica. 

Para ser un gran líder hay que tener visión de país y contagiar esa visión para adherir seguidores. 

Mandela tenía carisma, capacidad política y autoridad moral. Esas cualidades permitieron que en 1993 se llegue a un pacto político con algunas concesiones a los negros y con el compromisos de que se iba respetar la propiedad de los blancos.

Si bien con el fin del apartheid, impulsado por Mandela, los blancos iban a perder el poder político, se mantuvieron intactos en las fuerzas de seguridad, ocupando cargos de comandantes.

Mandela hizo concesiones a los enemigos porque sabía que el pacto ayudaba a una transición, fortalecía la democracia y no destruiría la economía. Mandela respetó las leyes y el poder judicial protegió los intereses de los blancos. Solo así, a través de los consensos, se logró una moderada transición en un país que guardaba muchos resentimientos y hambre de venganza. Sin Mandela, no se habría conseguido la paz.

Mandela solo se mantuvo un período como presidente. No quiso reelegirse, pudo hacerlo, pero prefirió dar un paso al costado pensando en el beneficio de su país, en plena construcción tras la caída del apartheid. Mandela nunca pensó en su beneficio personal, aun cuando pudo haberlo hecho. Eso lo hace el más grande líder africano de todos los tiempos.