Ribeyro, sabiduría mínima
15 perlas de 'Dichos de Luder', una de las obras más encantadoras y contundentes de uno de los escritores más admirados del Perú.
Aunque buena parte de los lectores lo conocen por sus cuentos, reunidos en esa delicia literaria que es La palabra del mudo, Ribeyro practicó también otros géneros: el ensayo, el teatro, la novela. Y sus prosas inclasificables. De un lado, Prosas apátridas. Del otro, Dichos de Luder. Las Prosas combinan la mirada del autor, tanto sobre su mundo interior como sobre la realidad exterior, con la reflexión incesante sobre los procesos que se generan entre uno y otro espacio. La literatura, el arte, la religión, la moral son tratados en cada uno de ellas. Pero también lo son la moda, la memoria íntima, la vida de la calle y la del hogar. Escritas con el estilo propio de un diario, las Prosas son una invitación a explorar el universo mental del escritor-ciudadano-pensador. En cambio, los Dichos son sentencias que exhiben, creo que con mayor franqueza, la verdadera opinión de Ribeyro respecto a los temas más diversos. Luder es —y no es— Ribeyro. Síntesis del narrador y del filósofo, la voz protagonista de estas breves líneas nos revela la ironía y sarcasmo del creador contemporáneo, consciente de los límites del mundo que habita. Por ello, y porque se trata de una de sus obras menos difundidas, les compartiremos una breve muestra de algunas de las piezas que conforman los Dichos de Luder.
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Luder regresa de su habitual paseo por el malecón. —Estoy confundido —dice—. Cuando me aprestaba a gozar de una nueva puesta de sol, un vagabundo salta la baranda, camina hasta el borde del acantilado,se baja los pantalones y se caga mirando mi crepúsculo. Eso demuestra la relatividad de nuestras concepciones estéticas.
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Se sueña sólo en primera persona y en presente indicativo —dice Luder. Apesar de ello el soñador rara vez se ve en sus sueños. Es que no se puede ser mirada y al mismo tiempo objeto de mirada.
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—Una cualidad que te envidiamos es haber logrado siempre evitar las discusiones —le dicen a Luder. —No veo por qué. Entrar en una discusión es admitir por anticipado que tu contrincante puede tener la razón.
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Hay autores que fracasan majestuosamente —dice Luder—. Son como un trasatlántico que se va a pique en plena tempestad, con todas sus luces encendidas, entre el ulular de las sirenas. Otros, en cambio, son como el tipo que se ahoga en un estanque fangoso, sin que nadie lo vea, agarrado al mango de una escoba podrida.
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—¿A que te dedicas ahora? —le preguntan a Luder—.
—Estoy inventando una nueva lengua.
—¿Puedes darnos algunos ejemplos?
—Sí: dolor, soñar, libre, amistad...
—¡Pero esas palabras ya existen!
—Claro, pero ustedes ignoran su significado.
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—¡No por favor! —protesta Luder, cuando vienen a buscarlo una vez más para que firme un manifiesto humanitarita o participe en un mitin a favor del pueblo oprimido—. Amar a la humanidad es fácil, lo difícil es amar al prójimo.
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—Soy como un jugador de tercera división —se queja Luder—. Mis mejores goles los metí en una cancha polvorienta de los suburbios, ante cuatro hinchas borrachos que no se acuerdan de nada.
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—Grandes artistas son los que dan origen a una escuela —dice Luder—. Pero prefiero a los que desalientan con su obra toda tentativa de imitación.
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Si me quejo a menudo de mis males no es para que me compadezcan —dice Luder— sino por el infinito amor que les tengo a mis semejantes. Me he dado cuenta que la gente duerme más tranquila arrullada por la música de una desgracia ajena.
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—Todos conocen las palabras que arroban, las palabras que asustan, las palabras que hieren —dice Luder—. Solo nos falta descubrir la palabra que mata.
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—Dije una vez que nuestro cuerpo, nuestra vida, eran como una casa alquilada —recuerda Luder—. Peor todavía: somos carromato de saltimbanqui, un pobre caparazón ambulante que solo sirve para trasladar unos cuantos cachivaches de una época a otra de la historia.
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—Me he dado cuenta que cometo siempre los mismos errores —dice Luder—. Lo que es una gran comodidad: el discurso de arrepentimiento lo tengo ya preparado.
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—Hay un dios —dice Luder— pero precisamente porque es dios no tiene que hacerse visible ni dar pruebas de su existencia. En eso reside la esencia de su ser y el secreto de su poder.
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Hay tantas universidades ahora —dice Luder— que en ellas se distribuye más la ignorancia que el conocimiento. Los educadores olvidan que el saber es como la riqueza: mientras más se reparte , menos le toca a cada uno.
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No hay que buscar la palabra más justa, ni la palabra más bella, ni la máscara —dice Luder. Busca solamente tu propia palabra.
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Literatura. Historia. Arte. Lima. Y también dibujo ciudades en mis ratos libres. @dinamodelima
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