Imagina que existen dos bandos. Cada uno a favor de ideas opuestas entre sí. Imagina que uno de ellos quisiera atraer a seguidores a su causa y para conseguirlo, en vez de esgrimir argumentos coherentes y sólidos, únicamente se dedica a difundir impresiones negativas de su bando rival. Así pues, opta por recurrir al miedo, al asco, al peligro, a la decepción de los otros. Quizá, si seguimos con este ejercicio de imaginación, los captará en un primer momento, pero pasado un tiempo, y si no recurre a otras estrategias, terminará por perder fuerza y sus rivales lo vencerán o, aunque sea, no se sentirán tan afectados por ellos. Bien, algo así ocurrió cuando en Estados Unidos, diversos grupos civiles quisieron exhortar a las grandes mayorías de jóvenes, tanto de varones como de mujeres, a que no consumieran la marihuana. Quisieron valerse únicamente del temor para que los muchachos no probaran ni una pitada de aquellos cigarrillos 'exóticos'. Como parte de esa campaña, podemos observar hoy los afiches que prepararon. Todos ellos vinculando a la marihuana con actividades ilícitas, y con ideas como la del pecado o la del demonio. Qué poco se conocía, en esas épocas, a los jóvenes. ¿Acaso no es una necesidad vital de ellos el darle la contra a sus predecesores, a sus padres, y a la sociedad entera? Tal vez para algunos sí resultó efectivo, pero para otros —y hoy lo podemos constatar— simplemente no. El miedo por sí solo nunca es suficiente. 

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