I

Una cabeza humana: cerrada y dura como una piedra que se extendió -viva- sobre la cara, la frente y el cráneo.

Cae contra la pared, contra el suelo, sobre la hierba y vemos que el cuerpo se aleja después de que se completa la transgresión. Quienes estaban dentro nos reconocen o escuchan como si estuvieran bajo el agua. Somos difusos, nuestro afecto y preguntas lo son también. Sus puentes están rotos, las construcciones que van logrando para regresar muchas veces desaparecen -inconclusas- mientras voltean porque alguien dijo su nombre desde ese otro lugar.

La enfermedad se encarga de destruirlos, de ahogarlos y ofrecerles una vida bajo el agua turbia en la que puedan respirar en la medida en la que su cabeza vela todas las imágenes que van quedando. Su cabeza es ya un lugar imposible. No hay bisagras, tampoco una voz que nombre lo suficiente o describa los lugares que esa persona recorre dentro, perdida, olvidando lo que toca, a quien la toca.

Podríamos preguntarnos a dónde van, con quienes hablan, confundirnos y creerles mientras los vemos sobre un jardín cerrado, enrejado, rodeados de quienes deben protegernos de la furia de esa cabeza si es que despierta en algun momento bajo el grito de su propio cuerpo.

Su ira ya no es suya. Le pertenece a un orden mayor que ha desbordado su cuerpo, sus químicos, la rapidez de sus sinapsis, el movimiento de sus manos, de sus bocas, de la medicación. Quienes pueden decir que temieron y regresaron de la locura saben que en esos planos la infancia y las obsesiones son una misma mano fría que se mete dentro de la boca, de los genitales, de los ojos. La boca y sus dientes destruirán nudillos, rodillas y la piel que cubra tanto dolor.

II

Camina, abandona, olvida, se entrega a las voces más tristes, o a aquellas que terminan bajando entre sus piernas como orina tibia que deja rastro de sus pasos cortos en un pasadizo de hospital. Alguna veces la orina despierta a las personas cuando duermen y las rescata de la locura, otras es muy tarde y solo baja, ensucia y se convierte en parte de esa nueva construcción: la cabeza susurra, muerde, desespera y enloquece. Es un animal rabioso sobre los hombros de quien amábamos que morderá nuestros dedos al intentar el tacto.

III

En 1917 el psiquiátrico del estado fue trasladado de El Cercado a Magdalena. Se llamó "Asilo Colonia de Alienados de Magdalena". Poco después el reconocido psiquiatra Honorio Delgado empieza a trabajar de manera más cercana con los pacientes y crea el "Centro de Estudios de Psicopatología de la Expresión y Tecnoterapia", buscando lo que queda de lucidez en ellos -trastocada o codificada- en el trabajo creativo de los internos. Así logra no solo procesos en los que los que puede hallarlos en medio de su locura sino puentes y obra importante. Desde 1920 la pinacoteca del hospital ha formado una colección de más de 3000 piezas. Cada paciente representa una colección y un viaje cerrado con breves momentos de luz, que es finalmente lo que nos permiten ver.

Pero ¿se puede construir una narrativa de lo que dejaron para nosotros? Los cuadros de esta galería fueron pintados entre 1930 y 1940 por un paciente del Hospital Larco Herrera. Los encargados de la pinacoteca y su curadora Diana Bustamante han iniciado una investigación para hallar la identidad de El maestro de las calaveras, bautizado así por Ricardo Ramón Jarne quien fue curador de la muestra que expuso en la Biblioteca Nacional la colección completa de este autor y dibujos de Arturo Madueño en el 2007. Aquí los dejamos dentro de esa pregunta, frente a los cuadros del año 30, en los que la locura, la muerte y el viaje han arrancado todo a las personas representadas, incluso piel, pero no cotideanidad, miedo y auto exilio.

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