Un post de Kittim Zighelboim Grau

Cosa rara la selección peruana. Capaz de actuaciones de primer nivel, siempre de local, este equipo no abandona la fantasmagoría de una realidad deportiva hundida en el conformismo, en la mediocridad. 

El ejemplo concreto es la grandilocuencia con la que se celebró el tercer puesto en la última Copa América. Por unos meses, fuimos campeones del mundo. Por suerte – o por mala suerte – o por cuestiones que nada tienen que ver con la suerte -, la Eliminatoria ha llegado a nosotros para demostrarnos que no es suficiente con tener cuatro o cinco jugadores reconocidos en el universo de la elite futbolística, ni con un Cuerpo Técnico que, cometa los errores tácticos, administrativos, mediáticos que comete, trabaja y conoce correctamente nuestro medio, ni con el lejano orgullo de un Perú que sabía jugar la pelotita; hoy en día no basta con saber jugarla.

El esfuerzo necesario para poner a la 'sele' en el lugar donde los aficionados más optimistas creemos que puede estar no es realizable en tres o cuatro años.

Miremos a Colombia. Colombia lleva, más o menos, quince o veinte años invirtiendo y dando la preponderante importancia que un país que considera al deporte en general como un asunto de salud social, nacional. El deporte colombiano ha escalado a los más altos puestos del deporte mundial, consiguiendo medallas en prácticamente todas las competiciones, o toda una colonia de futbolistas en las mejores ligas del deporte de alta competencia. Este éxito no es gratuito, ni mucho menos repentino; es el fruto de más de una década de inversión, de esfuerzo, de ponerse la mano al pecho para trabajar duro por una representación de la cual sentirse orgulloso.

Por el momento, Colombia está donde el peruano pensaba que estaría después de la Copa América de Argentina.

He notado que muchos viejos futbolistas, comentaristas, narradores peruanos se jactan de todo lo que aprendió el fútbol colombiano de nuestro fútbol, allá por nuestra “edad dorada”, con el Poeta de la Zurda como abanderado. Pueda que sea cierto. Ahora nosotros debemos aprender de Colombia. Por el momento, Colombia está donde el peruano pensaba que estaría después de la Copa América de Argentina. Miremos a Colombia.

Por el momento, el sueño mundialista peruano sigue vigente, pero el final de este proceso, con Mundial o sin él, es un momento crítico para nosotros, el equipo. ¿Habrá continuidad?

En cuanto al juego mismo, en la cancha, Perú es todavía como una montaña rusa, con más bajos que altos, por cierto. Hay, incluso, constantes en el rendimiento a lo largo de torneos largos como lo son las Eliminatorias.

Los primeros quince minutos son de terror. Los jugadores parecen entrar al rectángulo pensando en otra cosa, o nerviosos hasta los huesos. La pelotita parece un teledirigido hacia nuestro arco, el juego se mete en nuestra área como por inercia, los rivales presionan porque nos conocen, saben de nuestra fragilidad, con suerte, inicial.

De pronto el orden, súbito, peligroso, de un equipo que encuentra su espacio, la combinación entre los Farfán y los Guerrero, el relampagueo de un fútbol de orden mundialista enloquece a los que lo vemos de fuera con el atisbo de renovación de una identidad remota, de un “Este soy yo”. Este momento dura aproximadamente veinte minutos.

Perú puede dominar los partidos, sabe tener la pelota, cuando encuentra los espacios, hasta que una contra veloz descubre su fragilidad, y nos recuerda que esto no es un juego. Este es el juego. Somos grandes pero somos pequeños. Los últimos diez minutos vuelven al pánico, al nervio, al qué está pasando.

Los segundos tiempos son muchas veces un calco de los primeros. Los quince de terror, los veinte de reacción, de agrandamiento, de te pinto la cara uno-dos, los diez de terror. Así vivimos los hinchas de la Selección, entre el 'gore' y el arrebato de nuestro equipito-equipazo. Del gol no quiero hablar.