Todas las sangres en el desfile
La peruanidad, un concepto fantasmal.
Yo estudié en el Liceo Naval, un colegio Militar. Cada vez que llegaba el 28 de julio, los alumnos más solemnes, altos y de pelo corto, eran los seleccionados para ser parte de un batallón de los mejores alumnos de los colegios navales que desfilan en la avenida Brasil. Levantan la pierna muy alto, con una bandera peruana en las manos...¿así queremos a la patria los peruanos?
Dicen que ser peruano es comer ceviche, leer Vargas Llosa y 'tener calle'. Pero ¿de dónde salen estos sentimientos? En mi colegio las clases de historia peruana partían en Miguel Grau y terminaban en la guerra con Chile. Me metieron la ideas de que, por eso, hay que querer a la patria, respetar el pabellón, cantar el himno nacional a todo pulmón. El Perú no ha logrado formar un Estado Nación cohesionado: la peruanidad siempre a sido golpeada, atacada y perder la guerra con Chile es un tema delicado, que amarga a peruanos y que los profesores en mi colegio negaban y buscaban extrañas justificaciones. Así se construía la idea de 'nación' en mi colegio.
En mi colegio no solo cantábamos el himno nacional casi todos los días: también cantábamos el himno a la Marina de Guerra del Perú todos los viernes...
Gloria a Grau,
quien triunfante pasea por los mares, el patrio pendón.
¡Bicolor!
Gloria a Grau,
quien triunfante pasea por los mares, el patrio pendón.
¡Que cual llama sagrada flamea, entre el humo y el tronar del cañón!
***
Todas las semanas había una misa en el patio central de mi colegio. Todos sacábamos nuestras carpetas y, por salones, pasaban los sacerdote tirándonos agua bendita. La misa, que siempre trataba de temas como 'el perdón', 'el alma', 'la vida, 'la patria', eran homilías de más de 2 horas. Lo más divertido era que perdíamos clase y al final la misa se convertía en un chongo de papelitos y chacota.
Me llamaron a la dirección varias veces por estos sucesos. Algunas por hacer preguntas que no debía (en mi colegio nunca se podía hablar de 'la izquierda', ni de Marx, ni de Sartre, etc, etc..) y otras por divertimentos de adolescentes. Sucede que después de que llamaban a mi mamá, le daban las quejas de mi comportamiento, me obligaban a ir a la capilla dentro del colegio a confesarme y casi siempre me mandaban a rezar unas 20 oraciones, entre padre nuestros, ave marías y el credos.
Luego de unos años, me enteré que no era el único que pasaba por eso. Cualquier alumno que mostraba signos de curiosidad o rebeldía, era enviado a la dirección, con ese insignificante pelado llamado Raúl García que nos restregaba sus palabras como juez moral y nos hacía sentir realmente mal con nuestras acciones. Siempre me sentía culpable luego de verlo, desde muy pequeño hasta ya entrada la adolescencia.
Así educan en algunos colegios en el Perú: con la culpa metida, con el catolicismo entre los ojos y una patria que aparece como algo fantasmal, ambiguo, que es difícil de comprender y cuyos puentes son tendidos hacia guerras sin sentido, presidentes que se escaparon con armas en 1879 y momentos históricos llenos de miedo, odio y rencor. Resultado: una peruanidad abstrusa, incompleta, de puentes que se caen o que no existen.
Por eso los peruanos somos tan pesimistas.
Porque crecemos y nos damos cuenta de que no existe tal nación que nos pintan. Que nuestro Estado está realmente peor de lo que vemos, que la corrupción está metida en nuestras estructuras más profundas y que de verdad existe una crisis moral, de valores, en un espacio público que cada vez se extingue más.
Te meten el carro, te roban, te insultan, te gritan. La mirada peruana es de furia, de dolor, de una melancólica felicidad.
Por eso, el que roba, roba pues. Y no pasa nada. En el Poder Judicial tienes que pagar 500 dólares para que acepten tu denuncia. De los Policías ni qué decir. El Congreso, el fujimorismo, la delincuencia, la corrupción son chupos que han nacido de un cuerpo cansino, enfermo, de una ciudadanía tan dispersa, de culturas tan diferentes y alejadas, cuya diversidad ha hecho del Perú un collage de mundos que no han podido convivir nunca en paz.
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Las fiestas patrias se terminan con el himno nacional cantado bajo la llovizna de julio en la avenida Brasil, con la mano en el pecho. La mañana es fría y con solemnidad Ollanta Humala observa el desfile, al lado de su esposa, sonriendo y visiblemente feliz de recibir semejante homenaje.
El desfile es una representación del Perú, un país de todas las sangres, momento en el que muchos peruanos nos unimos por la televisión, desde la cama o desde una redacción escribiendo este sentido texto.
Uno de los pocos momentos del año cuando todos nos unimos en un mismo sentimiento.
El próximo será el 16 de septiembre, cuando enfrentemos a Uruguay.
Allí la historia peruana empezará a cambiar.
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