Cuando un 'graduado de la vida' pretende dar lecciones de periodismo
¿Por qué la sospecha es solo válida para Eva Bracamonte y no para su hermano 'periodista'?
Columna de opinión
Dime de qué te jactas y te diré de qué careces, decía mi abuela desde esa sabiduría que otorga la experiencia. Y es desde la experiencia desde donde uno se gana el derecho, si cabe, de dar lecciones. No desde la sobreexposición, el afán de figurar y las ganas de hacerse un nombre a costa de una tragedia familiar.
Lo que en los últimos días ha hecho Ariel Bracamonte Fefer, autodenominado abanderado del correcto ejercicio del periodismo, no puede ser considerado como un acto de legítima defensa frente a lo que, sostiene, son acusaciones sin fundamento en torno al asesinato de su madre. Se trata solo del nuevo berrinche de quien, aparentemente, un día vio todos los focos sobre él y decidió presentarse como el niño símbolo de la justicia en este país.
Porque el mensaje que el joven Fefer parece mandar con sus recientes intervenciones, es que todo aquello que vaya en contra de su versión es una falacia, una calumnia, ganas de desprestigiar ese nombre que jura haberse ganado. Y en aras de sostener aquella teoría que parece desmoronarse cada vez más, se atreve a minimizar la profesionalidad de personas que sí se han hecho un lugar en sus respectivos rubros y gozan de una credibilidad que él hoy empieza a perder.
Ahí están José Pablo Baraybar, Bibiana Melzi, July Naters, su padre y hasta quien fuera alguna vez su propia abogada. Todo aquel que se atreva a tan siquiera dudar de la culpabilidad de su hermana son personajes de 'dudosa reputación', 'altaneros', o que persiguen un interés ajeno al mero afán de conocer la verdad. Porque según su brillante teoría, si defiendes a Eva Bracamonte solo se puede deducir dos cosas: o quieres su plata, o 'quieres con ella'.
Exige pruebas, no acepta 'subjetividades'. Sin embargo, aplaudió una sentencia que en base solo a indicios condenó a treinta años de cárcel a una persona. Ahí no dijo nada, no le salió ese 'periodista' que cree llevar dentro. En el caso de su hermana y en el de Liliana Castro Manarelli la sospecha sí está permitida, la duda es poderosa, la suspicacia se convierte en una virtud. Ariel Bracamonte cree que 'ser primer puesto en la universidad' y sentarse en cuanto canal le brindó tribuna en su momento, le da derecho a enseñarle a otros cómo se debe manejar una profesión en la que él no se ha ensuciado ni un zapato, ni se ha manchado los dedos ejerciendo.
Y en el colmo de la desvergüenza, señala que se pretende convertir la defensa a su hermana en un tema mediático con el único afán de que la presión le favorezca. Lo dice él. Lo dice el mismo que convirtió el asesinato de su madre en una de las historias más sensacionalistas de la crónica roja de este país. Lo dice él, que durante años se paseó por cuanto medio le puso un micrófono delante para, supongamos, ejercer presión que favorezca su versión de los hechos. Lo dice él, que utilizó su injustificado mediatismo para ponerse a bailar en un set de televisión. Lo dice él, que hoy pretende manejar entrevistas como le parece y se dirige al televidente como si fuera la estrella de todo programa que lo invita a defenderse, olvidándose que en ese contexto no es él quien hace las preguntas (a menos que su 'concepto de periodismo' indique lo contrario).
La Corte Suprema decidirá finalmente el destino de Eva Bracamonte el próximo 5 de junio, y lo que a este 'graduado de la vida' debería quedarle claro, es que mucha gente se comió el pleito de defenderla únicamente para evitar que en un mañana les pueda suceder lo mismo. Porque puede pasarle a cualquiera. A él, a quien lee esta nota o a quien la firma. Mañana podemos terminar con la mitad de nuestra vida tras una reja sin una sola prueba contundente que indique que lo merecemos. Mañana podemos estar expuestos a un juicio popular que nos condene al repudio de una sociedad acostumbrada a destruir sin justificar. Mañana podemos ser la obsesión de un individuo monotemático ansioso de hacerse un hueco en una profesión para la que le sobra arrogancia, pero le falta talento.