Semana Santa: ¡vamos a Ayacucho!
Renacida desde las cenizas de una guerra que no le pertenecía, Ayacucho vuelve a la vida como siempre fue: serena, colorida y profundamente religiosa. Una ciudad que ha sabido conservar sus secretos, y que hoy los muestra sin recelos por sus calles de piedra, en sus templos y en su inigualable arte popular.
Por eso, si de viajar se trata y junto a ello se quiere experimentar el fervor religioso, el destino obligado es Ayacucho. Aquí la vida fluye. Se siente en el ambiente; en el suave olor del pan al salir de los hornos; en los templos que se llenan; en los talleres de artesanos, donde bulle la imaginería; en todos los pequeños ritos cotidianos que la convierten en una ciudad donde la fe y la conservación de las tradiciones constituye la esencia de la vida y su real significado.
Acto de fe
Si hay algo que visitar en Ayacucho son sus 33 iglesias. Las hay de todos los estilos y de todas las compañías, es decir, hay literalmente una a cada vuelta de esquina. La Catedral es un buen ejemplo de ello. Construida entre 1615 y 1672 es una obra maestra de la transición del renacimiento al barroco y destacan en su interior sus 16 bóvedas altísimas, su altar -un raro retablo decorado con pinturas del renacimiento- y sus altares laterales cubiertos es delicioso pan de oro.
Aunque de fachada austera, hecha de ladrillo y piedra roja, la iglesia de La Compañía de Jesús destaca por el aderezo de sus torres levantadas en el siglo XVIII y su portada lateral que sirvió de ingreso al seminario de estilo plateresco. Santo Domingo destaca por su nártex, construcción que sobresale del cuerpo principal del templo. Es de una sola nave y posee una bella cúpula que bien vale la pena observar desde lo alto. En el mercado central de la ciudad se encuentra la iglesia de Santa Clara, con sus dos portadas renacentistas y una torre de doble campanario. Al costado se encuentra el convento de las clarisas, el segundo más antiguo del Perú, levantado en 1568. La iglesia de San Cristóbal, construida por Cristóbal Vaca de Castro en 1542, luego de la batalla de Chupas, es según la tradición la más antigua de la ciudad. El templo es de un sola torre y nave, así como bastos son sus ornamentos, debido quizá a los apuros de la guerra. Otros templos destacables de la ciudad son San Francisco de Paula, Santa Teresa, La Merced, San Agustín, San Juan de Dios y la Magdalena.
Al tiempo que prosperaban las construcciones religiosas, las obras civiles no se quedaban atrás. Los notables de la ciudad se hicieron construir bellas casonas, con patios amplios y callecitas empedradas y puertas adornadas con marcos de piedra labrada, la cual más trabajada. Allí están la Casa de la viuda de Alcalá, que acogió a Sucre tras la victoria de la Pampa de la Quinua en 1824; la casa de la Universidad Nacional San Cristóbal de Huamanga, a un lado de la catedral, destaca por sus arquerías y sus patios; La Casa del Marqués de la Totora, con su portada, finamente tallada y al interior, unos capiteles representando figuras zoomorfas.
Semana Santa
La Semana Santa en Ayacucho es una festividad tan impresionante que los rituales de cada día compiten en majestuosidad. Una de ellas, llamada la procesión del Santo Sepulcro o Viernes Santo, evoca a Cristo en su tumba y es un rito de sobrecogedora solemnidad. Las luces de la ciudad se apagan. Lo único iluminado es esa urna de vidrio y madera en la que aparece el Cristo yacente en un lecho de rosas blancas. A su lado una multitud de feligreses con vestimentas negras, en señal de recogimiento, acompañan el sepulcro con miles de velas encendidas creando un clima muy singular, mientras una banda de músicos toca una sobria y emocionante melodía.
Horas antes de esa procesión, tantos los fieles como los visitantes ingresan a la iglesia de Santo Domingo, en cuya nave central se ubica el cuerpo de Cristo sobre una sábana blanca, y en una ordenada fila la gente toma pedazos de algodón con los cuales acarician las heridas del Redentor en un gesto que supone cuidado al Señor.
Soñar con las manos
En Ayacucho nunca faltara quien teja o talle, quien hile o forje. Ayacucho es tierra de artesanos y los hay por doquier. No en vano a la llegada de los españoles la ciudad se dividió en barrios por especialidad. La actividad más representativa es sin duda la talla en alabastro blanco o Piedra de Huamanga, un material blanquísimo y muy frágil con el que los talladores hacen alegorías que comprometen hasta cien personajes en sólo sesenta centímetros. La confección de retablos es otro arte representativo de la región. Consiste en moldear figurillas hechas de papa y pintados con anilina, que se colocan dentro de una caja adornada profusamente. Las figuras representan ritos religiosos o costumbres del pueblo. Herederos de los wari, los tejedores hacen gala de destreza y de un delicado arte de composición y diseño, usando tintes naturales como la cochinilla.
En Ayacucho también se hace filigrana, cornuplastía, máscaras, cerería, hojalatería, talabartería, entre otras actividades menores. Todas estas artesanías tienen como motivos básicos la actividad religiosa, como todo lo demás en Ayacucho, donde la fe se expresa en todo, en sus artesanías, producto de la combinación del catolicismo y lo indígena, en su arquitectura que conserva la solidez de la roca con la delicadeza del trazo europeo, pero sobre todo en su gente, en su hablar pausado y en su eterna bonhomía que ninguna guerra pudo quitar.
Otros atractivos
A sólo 32 km (1 h) de la ciudad se ubica el pueblo de Quinua, de donde provienen los mejores ceramistas de la región. Este pueblo es célebre por las iglesias de techo, representaciones de la catedral de la capital que son prendidas de los techos en señal de buena fortuna y protección. Cerca de allí está la Pampa de la Quinua, donde se libró la batalla que selló la independencia de América, en 1824. Huanta, a 50 km (1 h 30 min) es llamado el “vergel de los andes”, por su especial situación entre la sierra y la selva alta. Si lo que se busca es el retiro, entonces Huanta será una buena opción. Las ruinas de Wari, a 25 km (1 h) al noreste de la ciudad, muestran los vestigios de la capital del antiguo imperio, una de las ciudades más grandes de la América precolombina.
Cómo llegar
A Ayacucho se llega desde Lima, siguiendo la ruta Los Libertadores-Wari. El trayecto demora unas ocho horas, aunque es recomendable parar en el camino para apreciar la belleza del paisaje. También puede viajar por avión en LC Perú.
Distancia desde Lima: 545 km
Altitud: 2.746 msnm
Temperatura: Máx: 24°C Mín: 11°C Promedio anual: 17°C
Lluvias: de diciembre a marzo
La mejor época para visitar es entre marzo y noviembre
(Fotos: Walter H. Wust)
Escrito por
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